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Malditas sean las leyes de los ladrones que corrompen y se dejan corromper por Antonio Aramayona

Mañana tranquila, niebla densa hasta que el sol se ha presentado. Hoy no hay fotografías, lo siento. No sé si habrá sido porque, como llevaba guantes, he preferido inconscientemente proteger las manos. No obstante, ha habido conversaciones interesantes a lo largo de la mañana.
Cada día más casos de corrupción. De la España de la picaresca a la España del detritus. Sin embargo, no son tod@s corrupto@s, conozco a mucha gente limpia y honrada. Cuanto más dinero tienes, más cerca estás del dinero, más probabilidades (que no seguridad y certeza) de chapotear en la mierda. Los corruptos dejarán quizá una pingüe herencia de cosas y dinero a sus hij@s, pero est@s quedarían consternados ante el verdadero legado de sus padres, si es que lo descubren o lo quieren descubrir.

¡Cuán lejos quedan de tanto corrupto y corruptor las propuestas éticas de Aristóteles o de Kant! Y sin ética el mundo fenece, al menos el mundo de los seres humanos entre otros seres humanos. Me produce náuseas la casta de la corrupción, impune, resguardada de su propia conciencia por el estúpido principio de que "todos lo hacen y yo no voy a ser menos". Hay que apostar por la redistribución justa de lo robado y de los bienes del pueblo entre el propio pueblo. Y los ladrones, al banquillo y a la cárcel. ¿Pero cómo van a ir a la cárcel si los propios ladrones han construido unas leyes a su medida? ¿Alguien cree que hay que respetar su legalidad?


Malditas sean las leyes de los ladrones, que gobiernan y se enriquecen, que corrompen y se dejan corromper. Me han sancionado y me han juzgado en nombre de esa legalidad, una legalidad que solo me mueve al desprecio. La única guía que decido tener en mi camino son los derechos humanos y mi conciencia. Los medios para ello  (repito por enésima vez) se resumen en huelga general indefinida y desobediencia civil. El resto son perezosos y pusilánimes brindis al sol.

Me tumbo, para terminar, sobre la cuerda de tender que va desde el cuarto piso de mi casa hasta el ático del Empire State, donde Django Reinhardt toca en su guitarra Blues clair, dedicada a todos los perdedores, perroflautas, mendigos, sin casa y sin techo, sin nada en el estómago, pero con el alma relativamente intacta.

* Antonio Aramayona es profesor de Ética y Filosofia
* Crónica agradece al autor poder compartir sus opiniones con nuestros lectores
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