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Gracias, bufones un artículo de Hugo Martinez Abarca


Los bufones gozaban de una libertad de expresión exclusiva. Podían decirle al rey a la cara lo que le petara. Se mofaban de él escondidos en su irrelevancia, en ser la última mierda de la corte. "Costumbre antigua de príncipes, tener cerca de sí locos para su entretenimiento. Quizá permisión de Dios, para que si los cuerdos no les dijeren las verdades, se las digan los locos para su advertimiento y para confusión de los otros". "El rico se ríe con el bufón, y el bufón se ríe del rico". El bufón fue siempre un contrapoder, alguien que encontraba las rendijas por donde bajar al poder de su atalaya. La comedia berlanguiana que no entendía el censor y acababa proyectada en los cines.
Andando el tiempo los reyes, y sobre todo los dioses, fueron más precavidos con los peligrosos bufones. En el Teatro Alfil pusieron una bomba a Leo Bassi por reirse de un dios; en el Círculo de Bellas Artes unos ultras subieron al escenario y atacaron al autor y a un actor de una obra que se reía de ese mismo dios. Felizmente fueron unos chapuceros; unos cruzados impotentes.
Hoy no. Fanáticos de otro dios, incapaces de esperar que ese dios fuera quien juzgue y castigue (¡blasfema arrogancia!) han asesinado a dibujantes de viñetas y a quien estuviera cerca de ellos.
El bufón ya no goza del favor de los reyes ni de sus patéticos cortesanos. Cada día hay, hoy más que nunca, que discutir sobre la mierda esa de los límites del humor. Sólo un humor blanco, de ese que no se ríe del rico sino con él, goza del favor del poderoso como vanguardia de la venturosa mayoría silenciosa.
El bufón aún se esconde en una supuesta irrelevancia, los cómicos son apartados de la mesa de los graves intelectuales y así pasan por ser más inofensivos. Pero el humor sigue siendo una de las cimas de la inteligencia crítica (valga la redundancia), la forma en que la inteligencia golpea con más saña, con más fuerza a la patética solemnidad del poder. En los libros sagrados (religiosos o no) no hay chistes. El humor es el escudo que usa la razón para atacar al dogma: los chistes no respetan a dioses, reyes, ni tribunos.
Esta vez el dogma ha usado su formas más extremas para acabar con lo que nos hace personas, para acabar con el humor, para acabar con la razón, que es lo que más les molesta desde que ese dios común nos prohibió en el paraíso una única cosa: comer de un árbol cuya fruta era el conocimiento.
Larga vida a la razón, larga vida a los bufones. Abajo los dioses, los reyes, los tribunos. Viva la inteligencia.
Gracias, bufones.
 
 
(*) Hugo Martínez Abarca es miembro del Consejo Político Federal de IU y autor del blog Quien mucho abarca
.* Crónica agradece al autor que podamos compartir sus opiniones con nuestros lectores

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