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La izquierda debería dejar de equiparar trabajo a empleo por Gay Standing

Si dedicas seis horas al día a atender a un familiar anciano, según el lenguaje socialdemócrata y neoliberal, no es un trabajo. Si dedicas tres horas al día a cuidar al familiar anciano de otra persona a cambio de un salario, se llama trabajo, adquieres la categoría de decente como “trabajador”, y probablemente estés protegido de alguna forma por las leyes laborales y de la seguridad social. Esta discriminación es absurda.

Para la mayoría de la gente, los trabajos son un instrumento, no algo que vilipendiar o idealizar. No hay razones justificables para situarlos por encima de otras formas de empleo. Eso es lo que han hecho los socialdemócratas. No es una postura progresista. Marx estaba en lo cierto al considerar el trabajo una “actividad alienada”.
 
Para la derecha política es excusable, desde un punto de vista intelectual, pretender reducir el significado de empleo a un trabajo o actividad remunerada; para la izquierda política hacerlo es inexcusable. Los socialdemócratas están pagando un alto precio político por haberlo hecho a lo largo del siglo XX; cayeron en su propia trampa política al poner la idea de Pleno Empleo en un pedestal cuando tan solo significaba la maximización del número de personas que trabajaban en puestos de subordinación respecto a unos jefes. 

A menos que la izquierda huya del desatino que supone equiparar trabajo a empleo, continuará experimentando una pérdida masiva de apoyos y se disipará en los márgenes de la política. ¿Por qué encontrar "puestos de trabajo" a la mayor cantidad de gente debería considerarse definitorio de las políticas progresistas?

Los socialdemócratas, que han basado sus políticas en el trabajo, deberían recordar que quienes originalmente defendían el objetivo de la estabilidad o seguridad laboral eran los empleadores de mediados del siglo XIX, no los representantes de los trabajadores. Durante muchas décadas, el término "empleado/a" era motivo de lamento, suponía el reconocimiento de pertenencia a una posición social baja que generalmente se aplicaba a mujeres solteras obligadas a aceptar puestos de baja remuneración como sirvientas en casas regentadas por la burguesía o la aristocracia.

A lo largo del siglo XX, una peculiar alianza de ideologías políticas convirtieron el trabajo en una obligación, excepto para la nobleza terrateniente y los "ricos ociosos". Lo que a lo sumo debería haberse considerado una necesidad onerosa en un sistema capitalista, se transformó en una necesidad patológica en la Constitución soviética con la frase leninista: "El que no trabaja, no come", y adoptó un carácter igualmente antiemancipador en todas las formas de socialdemocracia.

De manera muy deliberada, el derecho a una seguridad social decente se restringía a los que realizaban trabajos para los patronos o a quien demostrara, de modo denigrante, estar dispuesto a realizar trabajos o a quien, de una forma indirecta y subordinada, estuviera casado con alguien que realizara trabajos o que había pasado un periodo largo realizándolos.

Los trabajos forzados
Los héroes y las heroínas de la socialdemocracia sacaron conclusiones lógicas de todo ello. De este modo, Beatrice Webb, madre del socialismo fabiano, defendió abiertamente los campos de trabajo, mediante el empleo de la fuerza si era necesario, ofreciendo a los ministros blairitas una justificación para defender el programa de subsidios a parados con contraprestación de trabajo varias generaciones después. Entretanto, William Beveridge, santo patrón del estado del bienestar británico, un liberal declarado que actualmente está siendo homenajeado en un año conmemorativo de la London School of Economics (LSE), creía en "el azote de la hambruna" para obligar a los obreros a trabajar. En el mejor de los casos, esta perspectiva es paternalista; en el peor, antiemancipatoria.

Estos prejuicios estuvieron presentes en los convenios de la OIT, la encarnación del modelo socialdemócrata. Estos cristalizaron en el convenio 102 de 1952, el Convenio de la Seguridad Social, en el que se menciona a los que son "el sostén de la familia", a las esposas dependientes y a años de "servicio" trabajando, que adquirían el derecho a una protección. Esta singular disposición legislativa puede parecer un retroceso a la década de 1930, que llevó a los socialdemócratas a luchar por conseguirla después de 1945. Sin embargo, en 2001, los sindicatos de Europa y los gobiernos socialdemócratas tomaron la iniciativa para exigir que se mantuviera como uno de los convenios internacionales "actualizados".
Los socialdemócratas han mantenido un extraordinario silencio acerca de la tergiversación sistemática del empleo como trabajo
Estas verdades incómodas deben confrontarse, no borrarse de la historia de la izquierda. Los socialdemócratas han mantenido un extraordinario silencio acerca de la tergiversación sistemática del empleo como trabajo. Para empezar, no han hecho nada para modificar el discurso o para cuestionar la representación estadística del empleo que se ha estado utilizando en los informes nacionales y estadísticas laborales desde la década de 1930. A no ser que cambien de actitud, no pueden contar con reconquistar cotas políticas, y tampoco lo merecerían.
Si dedicas seis horas al día a atender a un familiar anciano, según el lenguaje socialdemócrata y neoliberal, no es un trabajo. Si dedicas tres horas al día a cuidar al familiar anciano de otra persona a cambio de un salario, se llama trabajo, adquieres la categoría de decente como "trabajador", y probablemente estés protegido de alguna forma por las leyes laborales y de la seguridad social. Esta discriminación es absurda.
En este punto, se debería mencionar la impertinencia común socialdemócrata, la afirmación de que tener un puesto de trabajo te da cierta "dignidad", un "estatus" y los medios necesarios para integrarte en la sociedad, la sensación de pertenecer a la sociedad. Debería reconocer que en esto no soy imparcial, algo que quizás comparten algunos lectores. Nunca me he sentido más digno o integrado en la sociedad que desde que dejé de tener un empleo.
De un modo bastante más relevante, si a un hombre que baja a una alcantarilla para arreglar tuberías se le dice que está adquiriendo dignidad y sentido de pertenencia a la sociedad, es posible que se reciba una respuesta desagradable. De hecho, si no es así, me inclinaría a pensar que se trata de falsa conciencia. Si le dices a una mujer que va por las mañanas a limpiar cuñas que está siendo integrada y debería estar agradecida por tener un trabajo, es posible que te lleves una bronca, como se suele decir.
Para la mayoría de la gente, los trabajos son un instrumento, no algo que vilipendiar o idealizar
Para la mayoría de la gente, los trabajos son un instrumento, no algo que vilipendiar o idealizar. No hay razones justificables para situarlos por encima de otras formas de empleo. Eso es lo que han hecho los socialdemócratas. No es una postura progresista. Marx estaba en lo cierto al considerar el trabajo una "actividad alienada".

La falacia populista
Sin embargo, hoy hay otras dos razones para afirmar que todos los progresistas deberían ser más radicales y honestos, desde un punto de vista intelectual, respecto al empleo. En primer lugar, los dualismos del laborismo que constituyeron una base elemental para la socialdemocracia en una época de capitalismo industrial se están viniendo abajo. Cada vez resulta más distorsionador insistir en la pretensión de que siguen siendo válidos como normas. El creciente precariado lo sabe de sobra. Esta es una de las razones por la que hay una tendencia a adherirse en los nuevos movimientos progresistas que los viejos socialdemócratas están tan interesados en llamar, de un modo despreciativo, "populistas".
Los dos dualismos que constituían la base de la política laboral y social socialdemócrata eran el "lugar de trabajo" frente a otros lugares, y el "tiempo de trabajo" frente a otros usos del tiempo. Cada vez se hacen más trabajos fuera de los lugares de trabajo formales y fuera del tiempo de trabajo, como he analizado en detalle en otras ocasiones ( aquí  y aquí). Las personas que constituyen el precariado a menudo dedican más tiempo a trabajar para conseguir trabajo y a trabajar para el estado que realizando un trabajo de verdad. Los socialdemócratas implícitamente les dicen que no es un empleo de verdad.
Si se acepta esta realidad, se debería reconocer que las estadísticas laborales nacionales existentes cada vez tergiversan más la imagen del empleo y del modo en que vive la gente. Hacer que las políticas sociales dependan del trabajo observado es por consiguiente indefendible para cualquiera que se considere de izquierdas. Para alguien de derechas la tergiversación es fantástica. Únicamente se debería dar protección a los que tengan un trabajo visible. Fue la socialdemocracia de la Tercera Vía la que avanzó más por ese camino al defender que no debía haber derechos sin responsabilidad y que los pobres debían demostrarlo con el trabajo, adquiriendo puestos de trabajo.

El programa de subsidios a parados con contraprestación de trabajo
Deberíamos dejar que fuera la conciencia de los socialdemócratas la que explicara por qué han guardado silencio ante el tipo de estadísticas laborales nacionales. El desenlace de la complacencia del modelo laborista es el programa de subsidios a parados con contraprestación de trabajo, que es inevitable si se acepta la comprobación de los recursos económicos para recibir una prestación y la flexibilidad del mercado laboral. Matteo Renzi, en Italia, fue el último en avanzar en esa dirección, y su partido socialdemócrata (PD) es el último en pagar el precio de la implosión para convertirse en "muertos vivientes". Wim Kok, que fraguó la Tercera Vía, marcó el camino para que el Partido Laborista holandés cayera en el abismo, las reformas del Hartz IV condenaron a los socialdemócratas alemanes a su largo declive, y el Nuevo Laborismo –con su bandazo hacia la comprobación de los recursos económicos para recibir una prestación y el programa de subsidios a parados con contraprestación de trabajo– perdió al precariado británico y permitió que apareciera el fantasma del Crédito Universal como la política social más retrógrada en muchas décadas.
Los socialdemócratas senescentes dedican mucho más tiempo a atacar de forma vehemente la renta básica –que además de ofrecer una potencial garantía económica, fomenta el empleo en lugar del trabajo– que a criticar el programa de subsidios a parados con contraprestación de trabajo que obliga a los desempleados a realizar trabajos de más baja categoría.

A menos que los socialdemócratas sean capaces de revertir su compromiso con el laborismo, sin duda estarán acabados como fuerza política. Es así de fundamental. Sin embargo, hay otra razón para querer reformular las ideas progresistas sobre el empleo, que es aún más importante en el contexto de la crisis ecológica que se avecina a gran velocidad.

Lamentablemente, la izquierda en general y los socialdemócratas en particular tienen un mal currículum en materia ecológica. Siempre que ha habido un conflicto entre la creación de puestos de trabajo y el medioambiente, han dado preferencia a los puestos de trabajo, los llamados puestos de trabajo para la "clase obrera". En el mejor de los casos, a los socialdemócratas les han dejado aplicar políticas residuales para lidiar con "factores externos" y el control de la contaminación, en lugar de defender una estrategia de desarrollo sostenible.

El crecimiento de la izquierda verde
Aparte de eso, la izquierda debe reiniciarse. Consideremos el siguiente dilema. Si las estadísticas nacionales solo reflejan el trabajo y los burócratas que trabajan en políticas sociales solo tienen en cuenta el trabajo, el "crecimiento económico" se subestima y le otorgamos demasiado protagonismo a actividades que conllevan el agotamiento de los recursos. Si en su lugar se adoptara un enfoque no laborista, el valor del empleo que no es trabajo –comúnmente llamado "valor de uso"– adquiriría al menos la misma importancia que el valor del trabajo: valor de intercambio.

Para cualquiera que se sitúe en "la Izquierda Verde" esto debería tener un atractivo fabuloso. Les permitiría superar la incomodidad del término "decrecimiento". Si a las actividades diseñadas para conservar los recursos y reproducirnos, y a nuestras comunidades y nuestros bienes comunes se les da el mismo valor que a las actividades que agotan los recursos, pasar de lo segundo a lo primero no disminuiría el "crecimiento" ni supondría "decrecimiento". Es difícil defender una campaña política de decrecimiento si supone disminuir el crecimiento económico con estadísticas convencionales que implican reducir el nivel de vida medio. A un Verde sofisticado podría hacerle sentirse íntegro y ejemplar, pero es improbable que atraiga al votante típico.

Si al empleo que no es trabajo se le diera la misma (o idealmente más) importancia y atención en las estadísticas, en la retórica progresista y en los artículos y libros escritos por progresistas, se lograría que todo el mundo midiera el "crecimiento" de un modo ecológicamente más sensato. Estoy seguro de que muchos de los que somos de izquierdas nos sentimos incómodos con las llamadas cuasi keynesianas y de otras ideologías de izquierdas para lograr más crecimiento cuando simplemente puede significar un agotamiento más rápido de recursos, calentamiento global y pérdida de empleos en beneficio de trabajos.

No hay escapatoria de la trampa socialdemócrata. Según el pensamiento tradicional, si cambias tu aburrido trabajo yendo a una oficina cada día por dedicar el mismo tiempo a cuidar familiares ancianos o a miembros de tu comunidad, el crecimiento económico disminuye, lo cual se considera "malo". Si ese empleo como cuidador estuviera valorado, ni más ni menos que como ese trabajo de oficina, el cambio no disminuiría el crecimiento. Algunos de nosotros desearíamos ser aún más radicales. Pero sería un gran comienzo.
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Gay Standing es profesor de Development Studies en la School of Oriental and African Studies (SOAS), de la Universidad de Londres. Es autor de The Precariat: The New Dangerous Class(Bloomsbury, 2011), y de  A Precariat Charter: From Denizens to Citizens (Bloomsbury, 2014).
Este artículo se publicó en inglés en Social Europe
Traducción de Paloma Farré
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