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Huelga General. ¿Abrimos el debate? por José Antonio Cerrillo

"El problema no es coyuntural sino estructural, y por tanto no tiene solución fácil: la fragmentación y precarización del mundo del trabajo. Apenas quedan grandes fábricas, o en general centros de trabajo que agrupen a un número importante de personas con características laborales similares."  "...no podemos reducirlo todo a un simple echarle huevos."

Aún recuerdo el impacto que me causó leer, hace ya más de una década, “Huelga de masas, partido y sindicatos” de Rosa Luxemburgo. En él la gran revolucionaria alemana -eran otros tiempos sin duda- pretendía defender, fundamentalmente ante sus compañeros del Partido Socialdemócrata (insisto, eran otros tiempos), la utilidad y posibilidad de la huelga general cómo herramienta de lucha de la clase obrera. Más que el contenido del libro en sí, lo que realmente me impresionó fue el que un hecho y un derecho que yo daba por supuestos no habían sido considerados tan indiscutibles en el pasado. No siempre había sido posible hacer huelgas generales, ni legal, ni organizativamente hablando. Y más aún, dentro del propio movimiento obrero se había producido un intenso debate acerca de las ventajas y desventajas, de la oportunidad y viabilidad de una huelga general. Me hizo comprender que las herramientas organizativas y de protesta son, como cualquier otro producto humano, profundamente históricas: nacen un contexto, se consolidan tras un proceso más o menos tortuoso, sirven durante un tiempo más o menos largo y, finalmente, dejan de ser útiles a los movimientos populares, son abandonadas y sustituidas por otras.
Por desgracia, no siempre somos conscientes de este hecho, en apariencia tan simple. En demasiadas ocasiones nos aferramos a nuestras prácticas con una fuerza que en mi opinión a veces raya lo irracional. Hacemos lo que siempre hemos hecho, lo que aprendimos de nuestros padres y abuelos, como si funcionase igual que en su época. ¿Cuántos panfletos habremos repartido en los últimos treinta años por ejemplo? No sé ustedes, pero yo muchos. Y mi sensación es que sólo han servido para contribuir a la deforestación del planeta.

Traigo esto a colación por la convocatoria, que ahora mismo es un secreto a voces, de una nueva huelga general en nuestro país para este otoño (sindicatos minoritarios como CGT, CNT y SAT ya han convocado el 31 de octubre). Será la segunda del año y la tercera en lo que llevamos de década. A la luz de la experiencia de las dos anteriores, ¿merece la pena convocar una tercera?, ¿tan bien nos fueron las otras dos?
Sé que estas palabras van a crear polémica, pero mi respuesta es no. Sólo un gran ejercicio de imaginación o de falta de realidad hizo que muchos medios de izquierda considerasen un éxito la celebrada en septiembre de 2010. Y a la bajada de pantalones de las dos grandes centrales sindicales poco después me remito. Si acaso, no fue tan desastrosa como se esperaba, pero de todas maneras tuvo un seguimiento más que modesto en sectores clave como la administración pública. La del 29 de marzo de este año ha ido considerablemente mejor, sin duda gracias tanto a la implicación activa del Movimiento 15-M y otras organizaciones sociales en la misma, como al impulso político que este Movimiento ha producido en la sociedad española. Pero en lo que a la huelga en sí se refiere, el parón de la actividad económica, el resultado siguió dejando mucho que desear.
El problema no es coyuntural sino estructural, y por tanto no tiene solución fácil: la fragmentación y precarización del mundo del trabajo. Apenas quedan grandes fábricas, o en general centros de trabajo que agrupen a un número importante de personas con características laborales similares. La diversidad de situaciones es la norma: cada sector, cada territorio, cada categoría laboral, cada empresa… Tiene sus propias circunstancias, problemas y potencialidades, irreducibles a las de los demás. Poco tienen que ver una escuela-taller en un municipio rural, un falso autónomo que forma parte de la cadena de valor de una multinacional, un becario de investigación, un agricultor que vende su cosecha por debajo de coste, mujeres poco cualificadas que trabajan a tiempo parcial en un call-center, trabajadores sociales de un centro de día al que la administración pública ha dejado de subvencionar y el larguísimo etcétera de casos que a todos se nos ocurren.
Curiosamente, lo único que prácticamente todas las situaciones laborales tienen en común actualmente es la debilidad de los trabajadores, ya sea por la guadaña del contrato temporal, la amenaza perpetua de deslocalizar la fábrica a otro país o la pérdida de poder adquisitivo tras sucesivos recortes y congelaciones. No podemos negar que los trabajadores nos encontramos ahora mismo en una posición defensiva. A menudo nos vemos, además, en competencia directa con otros trabajadores (fijos y temporales, públicos y privados, naturales e inmigrantes, jóvenes y veteranos, etc.), lo que no hace más que aumentar nuestra segmentación, quiebra nuestra unidad de acción y por tanto nos postra cada vez más ante el capital.
Con estos mimbres, hacer huelga cada vez es más difícil, o por lo menos exige un mayor esfuerzo de los trabajadores. Les cuento una anécdota. Un amigo mío trabajaba de forma estacional en una fábrica, le llamaban para trabajar seis meses al año y otros seis se quedaba en el paro. Pues bien, junto al presidente de su comité de empresa, fue el único trabajador de la fábrica que hizo la última huelga general. ¿Qué ha sucedido? Pues que la empresa no le ha llamado para la temporada de este año, y además la gerencia se ha molestado en dejarle claro que el motivo fue precisamente haber hecho la huelga. Sinceramente, yo no le reprocho a mi amigo el que nunca más la haga.
Es fácil convocar una huelga desde un puesto de responsabilidad sindical, pero para cientos de miles de trabajadores responder a esa convocatoria no resulta tan sencillo, incluso aunque se desee hacerlo. Porque no podemos reducirlo todo a un simple echarle huevos. No podemos seguir confiando en llamadas a la unidad de la clase trabajadora y a la gloriosa historia de la lucha obrera. La realidad no cambia por simple voluntarismo, ni porque nos convenzamos de que debe cambiar, ni porque le echemos mucho coraje en cambiarla. Eso es sólo una parte de la historia. Hacen falta estrategia, análisis, propuestas y creatividad. Dejar de lamentarnos por lo mal que estamos y lo poco que se mueve la gente, adaptarnos a los tiempos que corren y proponer alternativas creíbles para que ese 99% del que tanto hablamos pueda participar en su conjunto.
Con motivo de la última huelga general, el blog colectivo Madrilonia publicó un brillantísimo artículo en el que planteaba esto mismo(1). Creo que es tiempo de retomar el debate que abrieron, de volver a considerar sus propuestas e incluso ir más allá. Porque si los autores de aquel artículo hablaban de “huelga social” y de “tomar la huelga”, a mí me gustaría poner directamente encima de la mesa el abandono de la idea de una huelga general y sustituirla por el de jornada de lucha social general.
En primer lugar, examinemos cuántos sectores hacen de verdad daño al parar. Yo por ejemplo soy técnico de investigación y trabajo por objetivos, cuando falto por hacer huelga no dejo de tener que recuperar al día siguiente lo que no he hecho en esa jornada. Que yo pare no genera ningún efecto económico, sólo sirve para engordar las estadísticas de seguimiento. Y digo yo, ¿no sería mejor que abriésemos un crowdfunding y entre todos pusiéramos una caja de resistencia que pagase el salario de todos aquellos cuyo paro sí afecta al normal desarrollo de la vida económica? Transportes, telecomunicaciones, industria, educación primaria y secundaria… Yo desde luego daría por mejor empleado mi dinero.
Y al mismo tiempo que esos sectores clave se concentran en la huelga, el resto del 99% hacemos muchas otras cosas, como proponían desde Madrilonia. Los estudiantes universitarios, los parados y los jubilados se tiran toda la mañana liándola: cortando el tráfico aquí y allá, ahora ocupan la bolsa, de repente se meten dentro de una sucursal bancaria… Todos hacemos boicot a las grandes superficies, porque cuando hablamos de huelga de consumo no podemos olvidar al pequeño comercio que también es parte del 99%. Los agricultores invaden las ciudades con sus tractores, vendiendo directamente sus productos en abierto desafío a la tiranía de los intermediarios. Bandas de actores y músicos ofrecen representaciones gratuitas por todas partes. Se colapsa la oficina de atención al consumidor por presentación masiva de hojas de reclamaciones. Médicos atienden gratuitamente a inmigrantes sin papeles. Las bibliotecas sacan sus libros a la calle. Las fuerzas de seguridad se ven desbordadas, incapaces de contener tantos frentes abiertos al mismo tiempo, mientras muchos de ellos se unen a la protesta de sus conciudadanos, o simplemente deciden hacer la vista gorda. Y por la tarde, todos nos reunimos en una gran exhibición pública que, al modo del 25-S, rodea el parlamento, exigiendo a los diputados que cumplan de una vez su función de representantes y pongan la economía al servicio de la sociedad.
Que sea un día de rabia, de rechazo y de rebeldía, pero también de alegría, de encuentro y reafirmación en nuestra condición de ciudadanos, sujetos de su propia historia y no sufridores pasivos de la veleidad de los mercados, ni presos de lo expresado en las urnas. Claro está, esto implica una capacidad de organización y una capilaridad social enormes. Pero en ello estamos, ¿no? Recuerden que también en su momento el movimiento obrero discutió si la huelga general se podía hacer o era bueno hacerla. Y miren.
Se pueden hacer tantísimas cosas para implicar a una cantidad tan brutal de gente, que me da pena como nos seguimos limitando a expresar nuestra desobediencia con un acto tan unidimensional como faltar al lugar de trabajo, por mucha relevancia histórica que este acto haya tenido. Hay tanta gente que no puede, no quiere hacerlo, o no sirve para mucho que lo haga… No se trata de olvidar la huelga, sino de que sea una herramienta más, de la misma forma que el movimiento obrero no sobra en el siglo XXI, pero ya no tiene por qué ser el principal protagonista de la lucha.
Por supuesto, cuando se convoque la huelga general, seré el primero en apoyarla, aunque sea sin pasión, como decía hace no mucho Paco Roda(2). Tampoco quiero que se lleve usted la impresión de que lo tengo tan claro que tengo todas las respuestas. Todo lo contrario, estoy lleno de dudas, aunque tenga mis propuestas. Y cuando uno está lleno de dudas lo mejor es abrir el debate. Así que debatamos.


* Jose Antonio Cerrillo Vidal es licenciado en sociología por la Universidad Complutense de Madrid, y Especialista Universitario en Praxis de la Sociología del Consumo y la Investigación de Mercados por la misma universidad, actualmente en el IESA-CSIC, como técnico de investigación.
* Crónica agradece al autor que comparta su artículo con nuestros lectores a través de ATTAC
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