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Un crimen machista y la información por Beatriz Gimeno

Una de las cosas que jamás agradeceremos las feministas bastante a Zapatero (y a todas las feministas que lucharon dentro del PSOE) es que pusiera el debate sobre la igualdad entre mujeres y hombres, es decir, el feminismo, y especialmente la cuestión de la violencia machista, en el centro del debate político. Una parte de la sociedad, la que fue incapaz de asumir el cambio, encabezada por eso que se ha llamado el neomachismo se revolvió y sometió a las políticas igualitarias a una presión insoportable. En poco tiempo toda la sociedad conservadora -con sus medios de comunicación a la cabeza- se dio cuenta de que la igualdad entre hombres y mujeres es un objetivo político indudablemente progresista y se dedicó a socavarlo con saña. Las cosas que se dijeron entonces de las ministras por el hecho de ser mujeres son dignas de pasar a una antología del machismo más cutre y reaccionario. Aun así, se avanzó mucho, especialmente en la cuestión más grave, la de la violencia machista. Tristemente, en unos meses no sólo hemos retrocedido décadas en derechos y libertades sino también, evidentemente, en igualdad.

La información ofrecida estos días acerca del crimen machista ocurrido en El Salobral nos ha devuelto de golpe a la situación que padecíamos hace décadas. Y ahora no son sólo los medios de derechas los que se enfangan con una información cutre y machista. Incluso El País ofreció una crónica digna de la España negra al dar voz a la familia del asesino para que defendiera públicamente que la culpa de lo ocurrido era de la niña y de la familia de ésta. Este retroceso incluso en aquellos medios que no se definen como especialmente conservadores o antifeministas demuestra lo difícil que nos resulta a las mujeres dar pasos irreversibles.  “Un tío del presunto asesino, Ángel Aparicio, ha declarado que su sobrino no era un criminal y no hubiera hecho lo que ha llegado a hacer si no hubiera estado “presionado” por la familia de la menor para que cortara su relación con ella. Lo mismo ha dicho en televisión esta mañana la madre de Alfaro, Cándida, ha asegurado que su hijo intentó romper la relación en varias ocasiones pero que la adolescente insistía en seguir adelante. Según esta mujer, su hijo se puso nervioso por el constante acoso de la madre de la chica”.

Este párrafo se publicó ayer en El País y el resto del artículo no desmentía nada de lo dicho. Lo que aquí se lee es que la chica era una pesada que perseguía al pobre hombre que, por si fuera poco, era acosado también por la familia. “El asesino no era un criminal”, asegura un tío. Pues sí que lo era. Ángel Aparicio era un asesino que mató a la niña y a otra persona que pasaba por allí. Era un criminal como la copa de un pino. No soy yo nada partidaria ni de linchar a los asesinos de ningún tipo, ni de culpar a las familias de éstos cuando no tienen la culpa, ni de negar a la familia del peor criminal su derecho al dolor. Pero lo que no puede hacer un periodista es darles la palabra para que públicamente defiendan el crimen o tergiversen la realidad y dársela, además, en igualdad de condiciones, asépticamente, como si las dos partes estuvieran en el mismo plano, como si la culpa se repartiera por igual o fuera una cuestión debatible. ¿No dice nada el libro de estilo de El País acerca de cómo se debe informar de la violencia machista? Lo que no dice este párrafo es que la asesinada tenía 13 años; lo que no han recogido la mayoría de las crónicas periodísticas es que el hombre la llamaba “puta” y “zorra” en público; y que la familia de la chica denunció sin éxito en varias ocasiones a este hombre para que se alejara de la niña. Y lo mismo ocurre con todas las crónicas que se han hecho desde el pueblo, en el que parece que (casi) todo el mundo conocía la situación, la aceptaba como normal y aun ahora opina que si la familia de la víctima no hubiera sido tan pesada, nada de esto hubiera pasado. Y los periodistas asumen con toda naturalidad esta opinión que transmiten sin más a la audiencia.

Lo cierto es que hablamos de un asesino y una víctima. La verdad es que la familia de la niña no acosaba a nadie porque lo que trataba de hacer más bien era librarse de un acosador, y ninguna familia en su sano juicio hubiera visto con tranquilidad a una niña de 11 años comenzara una relación con un hombre de 40. En realidad, la familia de la niña cumplía con su obligación respecto a ésta. Lo que la familia hacía era intentar proteger a su hija, de lo que da fe el hecho de que interpuso varias denuncias que fueron sistemáticamente desoídas por la Guardia Civil. ¿Va a dar alguien alguna explicación sobre esto?

Y el periodista que redactó este párrafo y la noticia entera es un periodista tendencioso que lo ignora todo sobre la violencia machista; que ignora su incidencia social, su carácter estructural, el papel que juega en el mantenimiento de la desigualdad, su extensión y la lucha que las mujeres llevamos años manteniendo porque los medios informen adecuadamente de la violencia contra las mujeres. En este párrafo, este periodista se salta a la torera las normas que hasta hace poco venía aplicando su propio periódico acerca de estos crímenes, pero también pasa por alto la dignidad de la victima y el dolor de una familia destrozada que ha perdido a una hija a la que intentaba salvar.

Los crímenes machistas no son crímenes pasionales, no tienen nada que ver con el amor, sino con el dominio y la posesión. El asesino machista no sufre de locura transitoria, ni se pone “nervioso”, simplemente no soporta ser abandonado por quien considera un objeto de su propiedad e inferior a ellos. Nunca es demasiado pronto para abandonar a un maltratador, aunque desgraciadamente a veces sí es demasiado tarde. El País no fue el único en informar como si la víctima fuera la culpable de su asesinato. Me pregunto si la Ministra Mato va a decir algo pero seguramente que no se le ocurre qué.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
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