No soy Aznar, me faltan el bigote y la prepotencia para exigirle al principal candidato de la Oposición que se vaya. Más aún, no soy yo quién para enmendarles la plana a los miembros del Partido Socialista que decidieron elegir a Alfredo Pérez Rubalcaba para dirigirles, aunque les dirija hacia un precipicio. Si me atrevo a sugerirle al líder del PSOE que se vaya no es por salvar a su partido, que se ha ganado a pulso el naufragio en el que anda metido, es por salvarnos a los demás de ser arrastrados por el remolino que genera su hundimiento.
En condiciones normales, no se lo pediría. Que cada palo aguante su vela. En su caso es evidente que el palo está carcomido, la vela hecha jirones y se quiebra con cada envite electoral, como ha vuelto a ocurrir este fin de semana en Galicia y Euskadi y como ocurrirá en Cataluña próximamente. El problema es que tampoco aguanta las embestidas que vienen del otro lado del hemiciclo parlamentario y eso sí que nos concierne también a los que no somos militantes de eso que llaman socialismo y no lo es.
Nos concierne a todos porque todos estamos a merced de una terrible tormenta y necesitamos diques que frenen el impacto del oleaje neoliberal que están arrasando el paisaje y al paisanaje. “Hay que pararlos”, como dice el lema de campaña de Beiras. Y nos guste más o menos, hoy por hoy su partido es la única formación estatal con la suficiente entidad para ofrecer resistencia.
Pero no lo está haciendo. En un año, Rajoy ha hecho más destrozos en el Estado del Bienestar que el ineficaz Zapatero y Rubalcaba le ha dejado pasar uno tras otro casi con resignación, la resignación del que se sabe autor de los mismos pecados. En el año más salvaje de recortes y ajustes, apenas ha ejercido oposición a la avalancha de decretazos, mentiras, amnistías fiscales, cargas policiales, reformas laborales y rescates a la banca que proviene de la bancada de los populares. Es más, ha tratado de mirar para otro lado en el desastre de las cajas porque tenía a los suyos dentro. Ésa es la cruz que le impide avanzar: tiene cadáveres que esconder.
Rubalcaba no puede ser oposición porque no tiene coartada. Él estaba en el Gobierno cuando se cometían crímenes parecidos a los que comete el nuevo Ejecutivo. Quién le va a creer ahora. Nadie. Nadie se cree sus tímidos intentos por acercarse a la calle porque durante cuatro años le dio la espalda. Tampoco él se cree a sí mismo. Y se nota. Está empequeñecido, titubeante, “tan desdibujado que sonroja”, como dijo ayer José Bono que está su partido. Rubalcaba ha dejado de ser un adversario temible para convertirse en un político temeroso de que sus propias palabras le enfrenten con su pasado. No puede oponerse a sí mismo. Eso solo lo hacen bien los populares.
Rubalcaba es un náufrago del tsunami Zapatero que aún cree en Lo Imposible pero él no es tan creíble como Naomi Watts y su proyecto está abocado al fracaso porque es un mal remake de una pésima película en la que él también fue protagonista. Debería haberlo sabido cuando se presentó al Congreso de los socialistas para salir elegido secretario general y deberían haberlo sabido quienes le auparon al cargo.
Pero al PSOE le aqueja la misma enfermedad que a la mayoría de partidos. Como a los ludópatas y a los alcohólicos, les cuesta reconocer que tienen un problema. Si no les cegara el vicio del poder ni se aferraran a él con tanta fuerza, creo que verían lo que todos vemos desde hace un año: Rubalcaba es un Walking Dead. Es un muerto viviente. Pero es como los protagonistas de Los Otros, no quiere darse cuenta de que está muerto.
Él y los suyos creen que si aguantan, los nuevos inquilinos de la casa acabarán marchándose víctimas de sus propios errores. Es un síntoma más de su decadencia como político. Antes fue un perro de presa, un atacante. Ahora es ave carroñera. Sabe que no puede ganar por méritos propios y espera ganar por deméritos del otro. Lo más triste de Rubalcaba es que ha acabado convertido en un Rajoy. Se esconde más que el presidente y no sabe cómo superar la herencia recibida. Así está convirtiendo a su partido en el PP que perdía elección tras elección. Y mientras ellos pierden, todos perdemos tiempo y esperanza.
Por eso, se lo ruego, váyase señor Rubalcaba. Váyase porque mientras usted espera a que Rajoy caiga por el peso de la crisis como le pasó a Zapatero, el peso de los recortes cae sobre nosotros como una guillotina. Váyase señor Rubalcaba porque su partido aún tiene tiempo de recomponerse y reconectar con la calle en los tres años que quedan de legislatura pero usted no puede hacerlo y otros cuatro años de Rajoy no los aguantamos. Váyase señor Rubalcaba porque mientras usted espera a que Rajoy se vaya, los que nos vamos por el sumidero somos nosotros con el voto sumiso de una mayoría.
Afortunadamente, las minorías están creciendo. Están ganando terreno en los parlamentos. Pero lo hacen a un ritmo tan lento como el de Rubalcaba en asumir su derrota. Mientras construimos un país más allá del bipartidismo, necesitamos un partido que ponga freno a la mayoría absolutista. Así que deje de hacerse el loco y pírese, señor Rubalcaba. Si tiene usted sentido de Estado, si realmente quiere a los ciudadanos a los que dice representar, déjelo, renuncie a sus ambiciones políticas que son irrealizables y permita que otro u otra le plante cara a estos caraduras.
* Este artículo ha sido publicado por diario.es en donde el autor tiene su blog.
* Crónica lo transcribe por haberlo seleccionado para sus lectores.
* Javier Gallego Crudo. Periodista y músico. Ha dirigido y presentado el programa Carne Cruda en Radio 3. Antes dio con sus huesos en la Cadena SER y M80, donde co-presentaba De nueve a nueve y media y No somos nadie, respectivamente. Ha sido conductor de Esta mañana con Pepa Bueno en TVE y guionista de CQC en La Sexta.
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