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Merecidas calabazas por José M. Roca

Si, en vez de someterse a una consulta electoral, el PSOE se hubiera sometido a un examen escolar, el resultado obtenido habría sido un par de calabazas.

En Galicia, con 293.671 votos, ha perdido el 44% de los recibidos en 2009, y ha pasado de contar con 25 diputados a tener 18, y en el País Vasco, con 211.939 votos ha perdido el 33% de los apoyos recibidos en 2009, y ha pasado de 25 diputados autonómicos a tener 16. Un descalabro que se suma a los pésimos resultados de las elecciones generales del año pasado y anticipa el de las elecciones catalanas del inmediato noviembre. El PSOE se hunde poco a poco en toda España, abandonado por millones de seguidores.
Rubalcaba puede no sentirse directamente interpelado por unos resultados que conciernen personalmente a Patxi López y a Pachi Vázquez, pero tampoco puede ignorar que su labor al frente del principal partido de la oposición pesa sobre los resultados autonómicos.
Mientras llegaba el tiempo de la renovación, Rubalcaba se instaló en lo que llamó una oposición responsable -responsable, ¿ante quién?-, que en principio estuvo en ofrecer apoyo a Rajoy para solicitar ayuda financiera de la Unión Europea con la idea de presentar una sola voz en Europa, que quizá diera confianza a los inversores extranjero, pero no a los ciudadanos hispanos, pero tras vanos intentos de ser atendido -¿para qué necesita una derecha exultante el apoyo de una izquierda despistada y suplicante?-, abandonó ese propósito sin haberlo sustituido por otro.

El PSOE está aquejado de gran indefinición política ante grandes problemas nacionales y especialmente, por su urgencia y gravedad, sobre la salida a dar a la crisis económica, cuando gran cantidad de gente, que no comulga con las ruedas de molino que propaga el PP, está pidiendo a gritos orientación, claridad y un plan que no cargue los costes sobre las clases económicamente más débiles, golpeadas ya por cuatro años de recesión, mientras reserva los beneficios al reducido grupo social de los mejor situados.
Pero en el PSOE siguen apegados a un sistema económico y a un modelo fiscal, que son los mismos del PP con diferencias de grado o de matiz, y despegados de las reclamaciones de la calle. Tras largos años refugiados en la vida interna del partido, en las instituciones y en los conciliábulos de la clase política, han perdido la capacidad de acercarse a la gente y escuchar lo que dice, si es que directamente no lo temen o lo desprecian.
Confundidos por la legalidad vigente, sus dirigentes entienden que son un partido más del Estado que de la sociedad, un partido de las instituciones más que de la gente. Rodeados de asesores y de analistas de opinión, y refugiados en las encuestas, sus líderes han puesto la atención en los debates dentro de la clase política, en el Congreso y en los grandes medios de comunicación, que son no sólo el barómetro de lo que ocurre en la sociedad, sino también el palenque donde se dirimen las diferencias entre los partidos y, en excesivas ocasiones, el único lugar donde se producen, dada la atonía del Congreso como lugar de debate político y de confrontación ideológica.

Como miembros de una clase política endogámica y autorreclutada, los dirigentes del PSOE se comportan como funcionarios del Estado o del partido, o de ambas instancias, y, en muchos casos, también como altos empleados de grandes empresas cuando abandonan los cargos públicos, pues, con otros componentes de la clase política, comparten puestos de responsabilidad tanto en instituciones públicas como en empresas privadas, así como privilegios y estilos de vida que los mantienen alejados de las formas de vida de los ciudadanos corrientes y, en particular, de lo que se considera apropiado para la izquierda, si se quiere distinguir de la derecha en algo más que en las palabras. Con su conducta han contribuido a suscitar en las clases populares, en particular entre los jóvenes, ese suicida desapego de la política como una actividad deleznable y a extender a todos los que realizan una actividad política los comportamientos propios de una selecta casta.
En el PSOE han perdido de vista lo fundamental en un partido de izquierda, la brújula que orienta su camino, que es la idea de poner la actividad política al servicio a la gente, especialmente de aquella que ha sido peor tratada por la naturaleza o por la vida. Han olvidado que la función esencial de la izquierda, lo que la distingue de la derecha, es igualar los derechos y repartir la riqueza, apoyar al trabajo frente al capital, nivelar las diferencias, equilibrar las rentas, promover las ayudas hacia los peor dotados y los más necesitados y extender la cooperación y las estructuras solidarias. Y ahora, cuando el neoliberalismo propugna un individualismo patológico en un mercado sin reglas, defender la cooperación, los lazos sociales y las relaciones no mercantiles.

Por lo cual, si tras la reciente derrota electoral y la que se avecina en Cataluña, se apremia a Rubalcaba a iniciar un rearme ideológico, conviene recomendar tranquilidad. Pues, si se trata de detener la sangría de votos, puede servir cualquier recambio y esperar algo de suerte y el rápido desgaste del Gobierno de Rajoy, que llegará, pero situarse en condiciones de disputar la hegemonía a la derecha exige mucho más, pues no basta una rápida operación cosmética, la apresurada renovación de la dirección federal y la elección de un nuevo secretario general, sino que es imprescindible una reformulación completa del programa y una revisión crítica del pasado para ver en qué recodo del camino el PSOE se extravió. Y eso, de querer llevarse a cabo, lo cual está por ver, necesita mucho más tiempo.

* José M. Roca:  Barcelona, 1945. Doctor en Ciencias de la Información y diplomado
en  Estudios  Avanzados  en  Ciencias  Políticas,  ha  sido  profesor  del
Departamento  de  Sociología  VI  de  la  Universidad  Complutense  de
Madrid,  donde  ha  impartido  clases  de  Opinión pública,  Comunicación
política y Sociología.   

* Crónica agradece al autor que comaprta sus artículos con nuestros lectores por medio de Trasversales.
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