Cuando un grupo de intelectuales catalanes, algunos amigos míos, me pidieron mi firma para apoyar su llamamiento a la opción federalista como alternativa a la opción independentista, decliné tal invitación, no porque no estuviera de acuerdo con muchos de los argumentos presentados en tal documento, sino porque tal documento confundía el “derecho a decidir” de la nación catalana con la llamada a la independencia. Yo no estoy a favor de la independencia, pero sí que estoy a favor del “derecho a decidir” de la población que vive en Catalunya sobre su futuro o sobre cualquier otro asunto que le corresponda y desee. Excepto en este punto (que lo considero de una gran importancia), repito que estaba bastante de acuerdo con aquel documento hoy ya firmado por miles de personas en Catalunya.
No estoy de acuerdo, sin embargo, con el manifiesto publicado en El País (04.11.12), conocido como “el manifiesto de los trescientos” en el que intelectuales españoles (la mayoría de fuera de Catalunya) publicaron una carta de adhesión y apoyo a tal manifiesto a favor del federalismo publicado en Catalunya. Con el respeto que me merecen muchos –aunque no todos- los signatarios que aparecieron en el documento publicado en El País, tengo que indicar que, consciente o inconscientemente, traduce el nacionalismo españolista que critiqué hace unos días, y que aparece con especial intensidad en los establishments políticos y mediáticos españoles basados en Madrid (ver mi artículo “El nacionalismo españolista” en Sistema Digital, colgado en mi blog www.vnavarro.org) y que es una de las causas del creciente enfado y radicalización de grandes sectores de la población catalana que estamos viendo estos últimos años. En esta carta hay un intento de conciliación, indicando que debe respetarse cualquier decisión que la población de Catalunya pueda tomar en el caso de que se le permita. Ahora bien, el tono condescendiente y el argumentario que utiliza, además de ser ofensivo, traduce una falta de comprensión de lo que ocurre en Catalunya. Es sorprendente, por ejemplo, que a estas alturas y en este momento, todavía se desmerezcan las protestas existentes de Catalunya, refiriéndose a ellas como parte del victimismo de lo que la carta llama el “nacionalismo exacerbado catalán”. Y, por si ello no fuera poco, niega también que España haya perpetrado agresión alguna contra Catalunya, o que Catalunya tenga razones para estar deseosa de distanciarse de esta España.
La carta, sin embargo, parece contradecirse, pues estas acusaciones de injustificado agravio y victimismo expresado por el supuesto nacionalismo exacerbado catalán se hacen a la vez que se pide, en la misma carta, al Estado que se busque un mejor encaje de Catalunya con España, una financiación más justa, y de una federalización del deteriorado Estado de las autonomías. Si los autores de tal carta consideran que no se ha hecho nada injusto a Catalunya, ¿por qué entonces piden estos cambios? Uno esperaría que la petición de que se realizaran tales cambios estuviera basada en la identificación de varias injusticias existentes y que tales cambios ayudarían a resolverlas. ¿Por qué, entonces, continúan insistiendo en la acusación de “victimismo? ¿No entienden que con esta continua acusación, típica del nacionalismo españolista, está contribuyendo al creciente enfado existente en Catalunya?
En cuanto a la afirmación de que el Estado español no haya ofendido a Catalunya históricamente, me parece asombroso. En mi infancia, a la temprana edad de siete años recibí un bofetón de un policía (llamados los grises entonces durante la dictadura) en las calles de Barcelona por hablar catalán. Tal bofetón fue acompañado con el grito de “no hables como un perro, habla como un cristiano”. Al yo escupirle a la cara, me llevó ya en esa temprana edad a visitar por primera vez e involuntariamente el cuartelillo de la represión. Tal acto no era aislado. Fue parte de un intento de genocidio cultural. ¿Cómo puede negarse hoy, año 2012, con toda la información acumulada, que hubo una represión brutal de la cultura catalana?
El golpe militar y la dictadura fueron una brutal imposición de clase, pero también de nación
Los firmantes de tal carta que refleja el sentir de los establishments citados anteriormente, parecen creer que no fue España sino las fuerzas que apoyaron el golpe militar y la dictadura las que (con el apoyo de la burguesía e Iglesia catalanas) fueron responsables de tal represión de la cultura catalana. Pero el hecho de que la mayoría de las clases populares de los pueblos y naciones de España fueran también víctimas de la represión fascista, o que la burguesía e Iglesia catalanas apoyaran la dictadura que llevó a cabo tal intento de genocidio, no niega que además de lucha de clases hubo también una lucha de dos visiones de España, una centralista, uniforme y jacobina (la que ganó la guerra) y otra, la republicana, que admitió su plurinacionalidad permitiendo el desarrollo de las distintas naciones existentes en España. La primera visión de España fue la que en la práctica se reprodujo en la Transición. Se confundió igualdad con uniformidad y se eliminó la riqueza de la diversidad, justificándose el centralismo resultante como necesario para garantizar la solidaridad y redistribución de recursos, justificación que queda falseada por la realidad que nos rodea. Esta visión centralista de España ha hecho un enorme daño, no sólo a Catalunya, sino también a toda España. La evidencia de ello es abrumadora.
España tiene, por ejemplo, un sistema de transporte extremadamente radial, centrado en Madrid, mientras que esta España continúa teniendo las mayores desigualdades sociales y regionales existentes en la Unión Europea. Esta España, que tales fuerzas golpistas impusieron sobre nuestro país, tuvo una enorme influencia en configurar también la Transición, y la Constitución así como la democracia que ambas produjeron, una democracia enormemente limitada, que explica que tengamos un Estado del Bienestar tan insuficiente. El gasto público social por habitante continúa siendo el más bajo de la UE-15.
La carta en El País parece no ser consciente de que aquel proceso de Transición no fue resultado de un proceso equilibrado. Las fuerzas conservadoras, herederas de la dictadura, controlaban el aparado del Estado, mientras que las izquierdas -que lideraron las fuerzas democráticas- acababan de salir de la clandestinidad. La Constitución refleja este desequilibrio. Y un indicador, entre otros, es que la aplicación de aquel documento refleja claramente que nunca se aceptó el carácter plurinacional del Estado español. El “café para todos” era el mejor indicador de esta falta de sensibilidad al carácter plurinacional existente. La continua referencia a la Constitución como el documento pactado por todos, consecuencia de un supuesto consenso, ignora el enorme desequilibrio de fuerzas que configuró aquel documento, fruto de una Transición que se quiso idealizar, presentándola como modélica. Muchos signatarios de esta carta contribuyeron en gran manera a este proceso de idealización y falsificación.
El futuro será diferente
Pero están apareciendo nuevas generaciones a lo largo del territorio español, no sólo en Catalunya, sino también en otras partes de España, que desean una segunda Transición, resultado del desencanto con esta España que estas generaciones están experimentando. Hoy estamos viendo, no sólo una enorme crisis económica y financiera, sino también política. Las instituciones representativas establecidas en la Transición están siendo ampliamente cuestionadas por sus enormes limitaciones, apareciendo con más y más claridad, lo inmodélica que fue aquella Transición y la democracia que produjo. Las manifestaciones de protesta, no sólo en las calles de Barcelona, sino en Madrid y en distintas partes de España (cuyos sloganes, tales como “no nos representan” son ampliamente compartidos por la población española) muestran este hartazgo hacia esta España, y de sus enormes insuficiencias. Ni que decir tiene que ha habido cambios sustanciales durante el periodo democrático, pero hoy España continúa estando a la cola de la Europa Social, y la España plurinacional ni está ni se la espera, tal como documenté en mi libro Bienestar Insuficiente. Democracia Incompleta. Sobre lo que no se habla en nuestro país, escrito como crítica a la enorme complacencia de los establishments políticos y mediáticos españoles, que quedaba reflejada en aquella imagen aznariana de que “España iba bien” (a la cual el establishment catalán añadía erróneamente, que “Catalunya iba incluso mejor”). Los datos ya entonces mostraban que ni España iba bien ni Catalunya iba mejor. En realidad, iba peor.
Esta falta de reconocimiento del carácter plurinacional del Estado español ha continuado, confirmado todavía más por la decisión del Tribunal Constitucional en contra del Estatuto de Catalunya. Este hartazgo explica que, en Catalunya, muchos que nunca sintieron la necesidad de separarse de esta España, hoy la sienten. Y la causa de ello es que no creen que esta España pueda cambiar. La pregunta que debe hacerse a los firmantes de la carta es ¿Cómo es que no se movilizaron antes a favor del federalismo? Su carta ahora, debido a su tardía acción, tiene un tono oportunista que diluye su credibilidad.
Sí que es cierto lo que la carta insinúa, de que el gobierno Mas, el más fiel aliado del Partido Popular en sus políticas económicas y sociales, dañinas para las clases populares de Catalunya y de España, está intentando liderar un movimiento que ni iniciaron ni podrán liderar, aunque están intentando instrumentalizarlo. Y así lo cree nada menos que el 59% de los catalanes. Según la encuesta de El Periódico (04.11.12), la mayoría de catalanes cree que el “gobierno Mas está utilizando la independencia para tapar los recortes y la mala situación económica de Catalunya”. Pero la carta de El País reproduce el gran error ampliamente extendido en España: creerse que tal movimiento presente en el 11-S es una criatura de CiU.
No es el nacionalismo exacerbado catalán sino las izquierdas catalanas las que lideraron la construcción de una Catalunya libre y colaboraron en crear otra España
La carta en El País parece desconocer que fueron las izquierdas en Catalunya las que siempre relacionaron la liberación de las clases populares con la defensa de la identidad de Catalunya. En mi casa, como en miles de hogares en Catalunya, durante los años duros de la clandestinidad, la senyera estaba siempre al lado de la bandera de la República. Son los herederos de estas izquierdas, que son próximas a las izquierdas españolas (Izquierda Plural, la tercera fuerza política de España, votó hace unos días a favor del derecho a decidir), las que representan una nueva Catalunya y una nueva España en la que la democracia debe incluir el derecho de autodeterminación para todas las naciones constituyentes del Estado español. El error de muchos de los independentistas catalanes es creerse que las derechas catalanas (máximas aliadas de las derechas españolas) les van a llevar a una Catalunya más democrática y más justa, esperanza negada por las políticas que tal gobierno ha impuesto a la población con sus medidas impopulares que ahora intentan ocultar tras la bandera catalana. A la vez, tales sectores independentistas no parecen tampoco darse cuenta de que en España, el hartazgo con esta España que nos gobierna está también muy acentuado, mostrando la necesidad de establecer complicidades entre las izquierdas a ambos lados del Ebro. Ahora más que nunca es cuando las fuerzas que quieren más democracia, más justicia y más respeto a las distintas naciones que componen España unan sus esfuerzos en una segunda Transición, para poder conseguir lo que sus antecesores lucharon para conseguir, sin nunca alcanzarlo.
El manifiesto de El Mundo
Cuando acababa de escribir estas notas, este lunes acabo de leer otro manifiesto publicado en El Mundo. Mientras que el de El País tenía un elemento positivo -el de aceptar la decisión del pueblo catalán, fuera la que fuera- (aunque diluía el positivismo de tal afirmación al añadir que la Constitución Española ya permite tal derecho a decidir, afirmación que no se corresponde, en la vida real, a la verdad), este otro manifiesto publicado en El Mundo, representa la versión más pura del nacionalismo españolista, pues no sólo no admite esta posibilidad, sino que, fieles seguidores del nacionalismo españolista, niegan el carácter plurinacional del Estado español, hablan única y exclusivamente de la nación española y considera la Constitución como el documento sagrado, consensuado felizmente por todo el pueblo español, denunciando a la vez el supuesto victimismo del nacionalismo catalán, terminando su manifiesto con una llamada a la disciplina y a la unidad de la nación española en estos momentos de crisis. Este nacionalismo españolista es el que está radicalizando a millones de catalanes que están hasta la coronilla de esta España, arrogante, mandona, jerárquica y prepotente, que oculta su gran complicidad en el enorme retraso político, social y económico que España padece bajo su supuesto amor a España. Este nacionalismo españolista no entiende -y tampoco quiere entender- lo que está pasando en España. Tal manifiesto de El Mundo es una declaración hostil, vestida con llamadas a la cordura y actitud responsable que ellos asumen que representan, defendiendo, detrás de ello, una España enormemente injusta, escasamente democrática y, para muchos españoles y catalanes, cada vez más asfixiante.
* Vicenç Navarro es economista, Catedrático en la Pompeu Fabra y fue asesor, en su momento de Clinton
* Crónica agradece al autor que siempre comparta sus artículos con nuestos lectores
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