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Corrupción es más que el delito por Beatriz Gimeno

En esta especie de enfangamiento generalizado en el que hemos acabado moviéndonos, no basta con perseguir los delitos, porque la corrupción es mucho más que el delito penal, por eso resulta tan insidiosa. Corrupción es también la perversión de la política, tal como la entendíamos en las democracias occidentales; y esa perversión es la que hay que atajar urgentemente. Lo más pernicioso para la vida social es la sensación, que tenemos todos, de absoluta ausencia de cualquier tipo de principio ético rigiendo los comportamientos políticos. Eso ha desaparecido. El sistema se ha convertido en un espacio sin principios en el que los intereses particulares de aquellos que se han convertido en los privilegiados empleados de la política se han encarnado en el interés del grupo/partido/camarilla que les contrata, o al revés, que nunca se sabe qué fue antes.

La política se ha convertido en eso: los intereses de unos cuantos ocupando el espacio que antes ocupaba el bien común, es decir, las vidas de las personas. La política se ha convertido en la posibilidad de convertir el interés de unos cuantos en lo que hay, en todo, en el aire que respiramos. Corrupción también es eso. Corrupción son los privilegios injustificados, la impunidad no sólo penal, sino también social; la certeza de que no hay ningún tipo de sanción para lo que se hace mal siempre que se haga desde el espacio de la política y amparado por el grupo/partido/camarilla. La sensación (que tienen ellos y nosotros también) de que todo puede hacerse siempre que no sea ilegal, es decir, que el hecho de que sea inmoral no cuenta porque la moralidad ha desaparecido de la vida pública. Ahora son los partidos los que parecen imponer los comportamientos y las personas que trabajan en, por y para los partidos, se han permitido desentenderse de sus propias acciones.

Corrupción es pensar que uno/a se debe al partido y no a la ciudadanía, a los principios que se supone inspiran la acción política. Corrupción es aceptar ser un peón sin principios, obedecer ciegamente no importa lo que el partido mande; corrupción es votar en contra de las ideas que se dijo defender, corrupción es pensar en salvar el puesto a cualquier precio, corrupción es ser un/a cobarde que no se atreve nunca a decir No. Corrupción es ir al escaño cada día como el que va a la oficina, a ejecutar lo que manden los superiores de turno sin molestarse en pensar si está bien o está mal, si se está traicionando a la gente que te votó, a los propios ideales o a lo que se supone que son los ideales del partido. Corrupción es estar en la política pensando en cómo sobrevivir a los cambios que vengan, cómo seguir en las listas, cómo seguir manteniendo puestos, sueldos, privilegios. Corrupción es trabajar en política teniendo como principal objetivo mantenerse o medrar, llegar a ocupar mejores puestos.

Así que corrupción, o perversión, es decir que sí a lo que el partido diga y haga, sea esto lo que sea, y sin protestar públicamente, sin intentar cambiar las cosas; es entrar en el juego de que lo importante no es la gente, sino el partido/grupo/camarilla, y preocuparse sólo cuando al partido le empiezan a ir mal las cosas porque, al fin y al cabo, si al partido le va mal, les irá mal también a todos los que viven del partido; de ahí que cuando las cosas van mal para el partido ese es el único momento en que podemos escuchar críticas que antes estaban mudas. Corrupción es asumir y defender públicamente que “o estás conmigo (con el partido) o contra mí (contra el partido)”y lo es criticar a quien critica la corrupción interna con el argumento de que lo de los otros es más grave. Corrupción es que cuando un partido incumple sus promesas e incluso sus principios todos y todas los que viven de él salgan en tromba a defender lo indefendible y no exista una sola voz discrepante. Corrupción es mantener que cuando se hacen políticas sin principios o contrarias a los principios que se dijo defender, eso es la política; es intentar extender la idea de que el mundo es así, que la vida es así, que la política tiene que ser así. Corrupción es colaborar en imponer una sociedad sin principios a partir de hacer políticas sin principios. Corrupción es asumir que un político no puede decir No, negarse a votar algo con lo que no está de acuerdo, escribir y mantener públicamente que esas no son las políticas que se tienen que hacer. Corromperse es transigir con todo, encontrar siempre excusas para traicionarse, pensar que si no lo hace uno mismo ya lo hará otro, que la suerte está echada, que lo mismo da uno que otra; que se hace lo que hay que hacer, lo que es necesario para mantenerse a uno mismo y al partido/grupo/camarilla. Si al actuar de esa manera se incurre en injusticias evidentes o se produce un gran caudal de dolor humano, siempre se puede decir que “no es culpa mía”. Pero sí lo es, es culpa de cada una de las personas que toman las decisiones y que colaboran en tomarlas en el nivel que sea. El problema es que nadie es capaz de decir “yo no”. Y así nos encontramos con un mundo dirigido por unos burócratas autistas sin otro principio que su interés particular y el de su partido/grupo/camarilla, que es el mismo; y que seguramente están convencidos de que saben lo que hacen y que lo hacen por el interés general. Se engañan y nos engañan mientras conducen la locomotora hacia un abismo del que esperan poder salvarse saltando a tiempo. Por eso creo sería necesario algún político que diga que no, que ni transige, ni colabora, ni participa y que reconociera que se han equivocado imponiendo este estado de cosas. Es posible que las cosas no cambiaran sustancialmente pero los gestos son importantes y estamos huérfanos entre otras cosas de gestos honrados y valientes.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
* Cróncia agradece a la autora que siempre comparta sus opiniones con nuestros lectores
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