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Política y no negocio por Beatriz Gimeno

La política se ha convertido en casi la única manera que tiene una persona normal, no nacida en una familia rica, de hacerse rica o de tener acceso a bienes que serían inalcanzables desde el origen social de la mayor parte de los políticos. Hacer política se ha convertido en una de las pocas maneras de escalar socialmente al alcance de personas normales, provenientes de familias normales y con estudios, carreras, currículums e inteligencias normales. Es así de claro. A pesar de toda la palabrería neoliberal sobre la meritocracia lo cierto es que nadie se hace rico estudiando, ni opositando ni trabajando mucho. Es más, haciendo bien cualquiera de esas cosas puedes estar en el paro o ganar lo justo para vivir. La verdad que suelen ocultar debajo de una inmunda palabrería que la riqueza se transmite, que los privilegios pasan de padres a hijos, que los ricos provienen de familias ricas. Pero ahora, desde hace unas décadas, la política se ha convertido es una vía abierta para entrar en el mundo de las élites financieras, empresariales, económicas. No debería ser así, claro, pero es así y nadie le ha puesto coto.

Si entras en política no sólo puedes incluso fijarte el sueldo que te dé la gana en algunos casos, como por ejemplo si llegas a alcalde (y para ello dará exactamente igual los habitantes que tenga el pueblo o la ciudad, las responsabilidades que tengas que asumir o el trabajo real), sino que se abrirá ante ti un mundo casi ilimitado de posibilidades de negocios que no están al alcance de cualquiera. El principal negocio es el robo de lo público. La cosa comienza cuando el político hace eso que se llama “privatizar”, que es su nombre fino, pero que no es otra cosa que una expropiación de los bienes públicos. Esto se puede hacer en la medida en que se pueda, el caso es ir avanzando en ese camino, un poco o mucho, que un poco siempre es mejor que nada. Si privatizar del todo no es posible, hay otras muchas posibilidades: puedes aprobar las leyes necesarias para conceder a las empresas privilegios, exenciones fiscales, autorizar subidas de precios abusivas, abaratamiento del coste del trabajo, dificultar la competencia, autorizar monopolios… lo que sea. Una vez hecho el trabajo se deja la política y ya se sabe que lo que espera es un retiro dorado como consejero o consejera de cualquiera de esas empresas beneficiadas, robadas, privatizadas, favorecidas o lo que sea.

Cuando una persona entra en política y llega a ocupar cualquiera de los miles de cargos públicos tiene ante sí muchísimas posibilidades legales e ilegales de enriquecerse. Y eso que para que un negocio sea ilegal hoy en día –con las exenciones aprobadas, con la cantidad de “favores” que entran dentro de la categoría de indemostrables-, ya tiene que ser terrible. Si algo es ilegal, se hace legal inmediatamente: o lo hace uno mismo mientras tiene ese poder, o lo hace un amiguete un poco después. Se aprueba lo que sea, se tuercen las leyes que haya que torcer: lo mismo se da cobertura legal a la mafia de Adelson, que se da cobertura legal a la evasión de impuestos, que se exime de impuestos a una gran empresa, que se aprueba privatizar la playa, que se recalifica lo que haya que recalificar, que se obliga a pagar una tasa o un impuesto a la gente que usa un servicio, que se modifican precios a favor de la empresa en cuestión. No importa.

Habiendo tantas posibilidades legales de hacer fortuna y de acabar de consejero de una multinacional –que es lo normal para cualquier ministro/a o consejero/a que se precie, de cualquier color político- lo que resulta chocante es que haya tantísima gente dispuesta a entrar en negocios ilegales. Más de 200 cargos públicos -de todos los partidos- imputados da idea de cómo está el patio. Pero acabar ante los tribunales tampoco es un freno para nadie porque siempre queda el indulto. Lo que está claro es que en la cárcel no va a pasar nadie un largo tiempo por ser político corrupto, eso no existe. Y estar imputado/a tampoco es una gran desgracia, véase Rato y otros. Las grandes empresas pagan a lo grande los grandes favores. Así son las cosas.

Es una frase típica de la derecha esa de que los delincuentes entran por una puerta y salen por la otra. Querían decir que la policía los detenía y que poco después los jueces los ponían en libertad para que siguieran delinquiendo. Eso nunca fue verdad pero qué equivocación es ocuparse de esas puertas por las que, supuestamente, entran y salen los pequeños delincuentes y que nadie se haya preocupado de la puerta giratoria que desde la política da acceso a las empresas, los negocios, la posibilidad de riqueza y bienestar de por vida. No voy a decir al trabajo bien remunerado porque eso a lo que acceden muchos políticos no es exactamente trabajo, sino más bien altas remuneraciones por los servicios prestados.

Y todo esto se hace a costa no sólo de dinero, de nuestro dinero, de nuestros derechos, sino de nuestras vidas. El coste que estamos pagando es insoportable. Porque no tienen freno y están acabando con todo y en ese todo va nuestro bienestar, la posibilidad de vivir vidas dignas: nuestro derecho a la salud, a la educación, a la igualdad. La posibilidad de tener una vivienda, nuestro sueldo, nuestras vacaciones, el derecho a vivir de nuestro trabajo. Están especulando, comprando y vendiendo las vidas de las personas. ¿Qué los jueces molestan? Se les quita de en medio como ya está disponiéndose a hacer el Ministerio de Justicia. ¿Qué la ciudadanía se resiste? Se la encarcela, se la multa, se la vigila, se la amenaza.

Exigir un cambio radical hacia leyes verdaderamente disuasorias, no ya contra la corrupción, sino contra la inmoral confluencia de intereses, debería ser ahora la principal preocupación de los partidos de izquierdas. Cuando el terrorismo era una de las principales preocupaciones de la ciudadanía, éste no se les quitaba de la boca. Ahora que la principal preocupación son ellos mismos alguien debería decir algo, porque si no regeneramos la democracia de alguna manera el nivel de podredumbre va a ser tan alto que nos terminará ahogando. De esto sólo nos puede sacar la política, pero buena política, mejor política, política de verdad, política de izquierdas de verdad y no este simulacro obsceno que se empeñan en llamar política, cuando no es más que negocio.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)

* Crónica agradece a la autora su decisión de compartir sus artículos de opinión con nuestros lectores

 

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