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El (no) debate del Estado de la Nación por Beatriz Gimeno

Al día siguiente del debate del Estado de la Nación mi Facebook estaba huérfano de comentarios sobre el mismo. Es como si todo el mundo estuviera ya a sus cosas, nada. Los periódicos, como es natural, se esforzaban en darle relevancia al asunto, aunque bastaba con ir a Internet para ver que la política y la realidad están ya a años luz una de otra y que eso ha quedado más patente que nunca en este debate. Que Rajoy haya resultado, según las encuestas, ganador del debate, es un síntoma claro de la degeneración que ha alcanzado la política parlamentaria. El discurso de Rajoy fue, simplemente, una ristra de mentiras pero dichas con esa chulería tan propia de la derecha; esa que con tanta facilidad hace la peineta. Rajoy nos hizo la peineta a toda la ciudadanía.

Rajoy no habló, en ningún momento, de la vida de la gente, que parece que salpica y mancha. Se limitó a recitar datos macroeconómicos que nos dan igual porque hemos aprendido que dichos datos son una cosa y la vida es otra. Es decir, los bancos pueden ganar dinero y nosotros podemos estar en paro. El PIB puede ir bien y nosotros mal; el país puede llenarse de aeropuertos, autopistas, AVEs centros comerciales o auditorios de Calatrava, y la mayoría de nosotros/as estar sin trabajo, vivir con sueldos miserables, trabajar todas las horas del día o malvivir con pensiones de miseria. Que la venta de pisos de lujo puede dispararse o los beneficios de Mercadona aumentar al tiempo que cada vez hay más personas sin casa y niños que van al colegio sin comer; que la sanidad puede “racionalizarse mucho” mientras que los jubilados no pueden pagarse sus medicamentos o hay cada vez más personas que no tienen acceso a un médico. Usamos “racionalidades” diferentes y si antes no éramos muy conscientes ahora sí lo somos.

Pero Rajoy no nos estaba hablando a nosotros y nosotras, la gente corriente, hablaba para los suyos. “No os preocupéis, las algaradas callejeras no me van a mover un milímetro de mi posición”. “No he cumplido mis promesas, pero he cumplido mi deber”, dijo hace unos días ”. Dicha frase, en realidad, tiene más carne de la que parece. “Mis promesas eran sólo para ganar las elecciones, no tenían ninguna importancia, mi deber es preservar los intereses de la clase a la que, en realidad, el PP representa. Yo soy un empleado bien pagado de esa clase”. Pues eso. Su discurso de ayer era para animar a los suyos y, en ese sentido, ni siquiera mintió. “Su” barco no se ha hundido; la marinería sí que se ha hundido pero eso tiene la ventaja de que ahora los armadores podrán buscar a una marinería más barata, menos conflictiva, que no proteste y se conforme con raciones más pequeñas y que reme a donde les manden.

Después vino Rubalcaba y la indignación dio paso a la tristeza o a la melancolía. Melancolía de cuando aún creíamos que la política parlamentaria y La Política tenían cosas en común. No es posible hacer un discurso como si, efectivamente, nada hubiera pasado. Porque ha pasado y lo que ha pasado se ha llevado por delante las vidas de mucha gente, vidas que no se van a recuperar. Por eso, cualquier intento de hacer como que basta un cambio de discurso para arreglarlo es vivido por la ciudadanía como un insulto. No basta con alegar que tienen derecho a rectificar. No basta con decir que quieren hacer aquello que no solamente no hicieron, sino que se negaron explícitamente siquiera a considerar como una posibilidad. Se negaron a debatir siquiera sobre la Ley Hipotecaria, sobre los abusos de los bancos (que siguen siendo sus acreedores) sobre la primacía de la economía neoliberal, sobre una verdadera reforma fiscal. Fue el PSOE el que nos introdujo en esa nueva religión adoradora del control de déficit a toda costa, fueron ellos los que lo impusieron como obligación constitucional y, que yo sepa, aun nadie propone una modificación en sentido contrario. No basta con decir me equivoqué y a otra cosa. Para que nos creamos que quieren rectificar hay que cambiar, no sólo el discurso, sino radicalmente el relato (construir un nuevo relato porque el que solían usar ya no sirve, no convence ni ilusiona ni tiene capacidad para cambiar absolutamente nada); pero para que ese cambio se produzca tienen que haber, como poco y para empezar, un cambio de personas. Tienen que sacrificarse ellos, lo que no parece mucho pedir pero que ya vemos que es difícil. Su sacrificio no sería, en ningún caso, como el que permanentemente se le exige a la gente. Su sacrificio sería leve y no consistiría en quedarse sin empleo, sin sueldo, sin casa, sin medicinas, sin cuidados, sin pensiones, no. Basta con que se quiten de en medio y vengan otras personas que digan otras cosas que en sus bocas suenen a verdad. No es posible creer algo como: “nos equivocamos en todo y ahora lo rectificamos todo”.

Algunos representantes de la izquierda minoritaria estuvieron realmente bien, pero el férreo bipartidismo no sólo es parlamentario, es todo un imaginario político que hay que desmontar si queremos tomarnos en serio que hay otras voces y otros caminos. Una ventaja de la situación que ahora vivimos sería que el bipartidismo diera paso a un parlamento que expresara de verdad la pluralidad ideológica de la sociedad. Pero tampoco nos hagamos ilusiones: el tsunami del desprestigio también a los partidos minoritarios entre otras cosas porque serán minoritarios, pero casi todos tienen experiencias de gobierno en otras comunidades, no son nuevos. El 85% de la ciudadanía opina que los diputados no hacen su trabajo con honestidad, el 74% considera que el Congreso de los Diputados no representa a la mayoría de los españoles y un porcentaje incluso superior (80 %) no se siente personalmente representado por él. “No Nos Representan” ya no es el grito minoritario de unos radicales antipolítica, es lo que opina la inmensa mayoría de la gente. Quizá por eso, al día siguiente del debate, nadie hablaba en mi Facebook de él, ni en la oficina, ni en la calle, ni en mi casa, ni en ningún sitio. Y sin embargo, ellos y ellas seguían hablando (hablándose unos a otros) en un Congreso cercado por vallas y policías. Una metáfora perfecta de su aislamiento. No sé quién ganó en ese debate insulso; me parece incluso que plantearlo en esos términos, de pura representación teatralizada, demuestra que esto no es sólo la estética del asunto, sino que se ha llegado a convertir en su única sustancia.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)

* Crónica agradece a la autora su devisión de compartir sus artículos con nuestros lectores

 

 

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