Se dice que el hombre es el único ser capaz de tropezar dos veces en la misma piedra. Y seguramente es cierto, al menos en lo que se refiere al nacido en este país de «las dos Españas (...) una de las cuales ha de helarte el corazón» (Antonio Machado).
¿Cómo es posible que al cabo de treinta y cinco años de democracia, tras la noche fatídica e interminable del franquismo,y a setenta y tres años de la terminación formal de la guerra más incivil jamás vivida en España, nos hallemos en este estado de postración? ¿Cómo puede ser que tras el tremendo esfuerzo reflexivo que supuso la transición democrática para no caer de nuevo en el caos, sigamos impertérritos en los maximalismos más disparatados, especialmente en ese gran magma en que se integran las consideradas fuerzas progresistas-nacionalistas-independentistas de este país? ¿Cómo se puede tirar por la borda, sin el más mínimo sonrojo, un texto constitucional que costó tanta sangre, sudor y lágrimas a quienes nos ha tocado vivir en esta tierra europea de la piel de toro?
Un texto que forzando más allá de lo casi posible en esos momentos ciertas mentalidades reaccionarias muy vivas y predispuestas a no transigir, que contiene derechos tan novedosos como las autonomías para hacer frente al independentismo desde la democracia más genuina y transigente, hoy, se obvia como si se tratara de un vulgar kleenex y se pudiera tirar a la basura, sin más. Desborda cualquier posibilidad de comprensión lo que está sucediendo en España, en unos momentos en que volvemos a sobrar españoles „y catalanes„ por doquier, como siempre ha sucedido desgraciadamente. Casi seis millones de parados sin esperanza alguna de encontrar trabajo y dignidad; las fuerzas centrífugas supuestamente progresistas y algunas incluso autocalificadas de obreristas e internacionalistas, se lanzan al disparate del soberanismo más exquisitamente burgués donde los haya, en un alarde de temeridad e izquierdismo, ya hace muchos años denunciado con toda exactitud por Lenin „con perdón„ a los que llamó la enfermedad infantil del comunismo.
En lugar de buscar una alternativa seria, de cambio sustancial en el ejercicio de la democracia en la forma y en el fondo, con la consiguiente transformación a fondo de los partidos políticos; en partidos de masas, abiertos, democráticos; colocando como prioridad absoluta una educación avanzada en todos los campos del saber; en la reconducción del país hacia una economía productiva no solo dependiente de la iniciativa privada, tanto industrial como agrícola; que deje en su debido lugar la economía del ladrillazo salvaje, del especulador espabilado y sinvergonzón, de la dependencia total de las finanzas improductivas y oportunistas que sobrevuelan impunemente sobre los gobiernos y sobre los ciudadanos, importándoles un comino su futuro, salvo si se pone en serio peligro su capacidad lucrativa inmisericorde; en lugar de todo esto, se dedican a declaraciones y proyectos soberanistas identitarios, de los que solo perjuicios objetivos y alarma social pueden derivarse para todos. Hay que estar ciego para perseverar en alternativas federalistas como solución a los problemas de España, hoy por hoy. Ya se intentó una vez y resultó el «¡viva Cartagena¡». Todo un éxito como se ve. ¿Alguien puede creer que los independentistas catalanes y vascos, por ejemplo, van a aceptar un proyecto de Estado federal? Seamos serios, ni hartos de vino.
Jesús León
Jesús León
* Crónica agradece al autor que comparta sus artículos con nuestros lectores
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