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Éramos pocos y parieron el LAPAO y el LAPAPYP por Rosa Maria Artal

Con un Aragón que se les cae a pedazos –tanto o más que el resto de España- por su mala gestión política, leo que las Cortes de Aragón con su mayoría PP/PAR han decidido “bautizar” al catalán que se habla en la franja (que limita con Cataluña) y en otros lugares de la comunidad como LAPAO. Igualmente, el aragonés (la fabla) pasa a llamarse LAPAPYP, que ya tiene mérito. Este editorial de El País califica la hazaña de Creacionismo lingüistico”. Y cita que, concretamente el Lapao es “el nombre de un dialecto del naxi que hablan más de 300.000 personas en China y Myanmar”. Una de entrada, se pregunta si los políticos conservadores aragoneses disponen de tanto tiempo libre como para parir cosas de este cariz. Y sí es porque consideran que gobiernan una Comunidad sin problemas reales.

Ante las continuas mofas que tal decisión ha provocado, el Partido Aragonés Regionalista se aprieta el cachirulo y decide soltar esta perla: “El PAR desafía a la Generalitat a enviar a los Mossos si quieren ‘imponer el catalán’”. En una nota de prensa, el PAR del Aragón Oriental critica a las formaciones nacionalistas catalanas también por “los insultos y vejaciones que están recibiendo los aragoneses”, cuenta El Mundo. Los aragoneses no, este desvarío fue rechazado en la cámara por PSOE, CHA e IU. Recuerdo los tiempos de la fundación del PAR. Era un partido regionalista conservador pero jamás hubiera secundado este bochorno. Producen vergüenza… propia, dado que el resto de España pueden pensar que todos los aragoneses somos como los del PP y el PAR. Y fuera de aquí, hasta en China.
Mal deben andar las cosas en previsión de votos para meterse en este jardín. El sentimiento anticatalanista (no recíproco) es muy fuerte en Aragón, como sucede en territorios vecinos a los que se considera más privilegiados. Sobre todo en los sectores más conservadores y menos informados. Destino prioritario Cataluña de la emigración aragonesa, hubo tiempos en los que en efecto “se nos llevaban el agua” con aquella pretensión –política- de trasvasar el Ebro sin hacer en Aragón los mil veces aplazados planes de regadíos. Los ríos aragoneses se poblaban de presas hidroeléctricas para alimentar a la Comunidad vecina. Por decisión de políticos de nuevo y de empresarios que operaban a sus anchas. Mantenemos un largo litigio por bienes eclesiásticos que el episcopado catalán se niega a entregar pese a sentencias en su contra. Y tampoco han gustado nunca los mapas que anexionan territorios aragoneses a los Países Catalanes, elaborados por una minoría ultranacionalista.
Pero estamos buenos si hay que resucitar el anticatalanismo para ganar votos apelando a sentimientos ultramontanos. Y valerse de ello “bautizando” idiomas.
En mi último libro, Salmones contra percebes, dedico un capítulo completo a eso de “ser de un país”. Y en el párrafo dedicado a esta Europa a la que han destrozado los nacionalismos también, escribo:
«En definitiva, en un mundo presuntamente globalizado, los límites por países permanecen sólidamente consolidados, parapetados en su casa como los percebes. Aunque los nacionalismos y localismos varios terminen siendo una frontera que se cierra sobre sí misma con un lazo y distorsione realidades propias y ajenas. Incluso en tiempos de comunicación masiva. La diferencia se engrandece o se enfrenta, apenas se utiliza para sumar la siempre rica diversidad. Los nacionalismos exagerados —tanto de Estado como de comunidades— son profundamente percebes, cementarse a la roca sin ver mucho más allá. Pero algún sentimiento atávico existe cuando, tras recorrer miles de millas, el espíritu salmón regresa a casa a llevar a cabo sus más preciadas gestas. Dicho todo ello, apuntemos el otro gran sentido del nacionalismo empecinado: poder odiar al que compite con él en intensidad. Cuanta más cerca esté, mayor es la rivalidad. Más encono, más animadversión, más deseo de aplastarlo y someterlo. Más intransigencia. Los ejemplos son múltiples. Cuando lo cierto es que hasta en los núcleos más pequeños hay personas distintas que no responden a los patrones de la etiquetas del grupo o país. De ahí lo cierto de la frase atribuida a tantas voces en diferentes versiones: “¿Le gustan los franceses? No lo sé, no los conozco a todos”».
Políticos catalanes y del nacionalismo español entretienen al personal para distraerlo de su mala gestión, de la ruina insostenible que nos han provocado, con las animadversiones nacionalistas. Ahora se suman los aragoneses, los conservadores aragoneses. Es una muy mala noticia. Porque en definitiva, en Aragón, en Cataluña, en España, en Europa y en todo el mundo, los amos de nuestra tierra son como El perro del Hortelano que cantaba La Bullonera: ni se atreven a salvarla, ni nos dejan defenderla.


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