En los últimos años, nuestra soberanía alimentaria (el derecho a decidir lo que queremos producir. Lo que queremos consumir.….) ha sido vulnerada y hemos ido perdiendo la capacidad de decidir e incluso, de exigir una alimentación de calidad. Las grandes superficies han proliferado en las ciudades y han ido deteriorando nuestros hábitos alimentarios. Detrás de este sistema alimentario global nos encontramos con las grandes corporaciones que, con el beneplácito de nuestros gobiernos y parlamentos, controlan la producción y distribución de los alimentos, considerados como un bien de negocio y no como un derecho humano, sin importar las repercusiones sociales, económicas y ambientales que llevan asociados.
El auge de las formas de producción agraria basadas en el sobreconsumo de agua, la energía, fertilizantes y pesticidas químicos está teniendo repercusiones ambientales entre las que cabe destacar la contaminación del suelo, la pérdida de biodiversidad, el deterioro de los recursos hídricos superficiales y subterráneos de todo el planeta, así como el aumento de las emisiones de CO2. Además, el incremento incesante del precio del petróleo hace que la agricultura ecológica, más eficiente en cuanto al uso de energía, sea más sostenible, desde el punto de vista económico y ambiental, Hay otra forma de producir, respetuosa con el medio ambiente y beneficiosa para nuestra salud.
La agricultura intensiva ha ido sustituyendo las variedades tradicionales, adaptadas al suelo y clima de cada zona, resultado de un proceso de selección milenario llevado a cabo por generaciones de agricultores y agricultoras. Es importante recuperar este patrimonio genético que se encuentra al borde de la desaparición.
Cada vez consumimos más productos importados, de más lejos que deben ser recolectados antes de su maduración, manipulados, envasados, refrigerados y transportados hasta los mercados de las ciudades, donde llegan sin su frescor, sabor y propiedades.
La globalización del mercado ha llevado a pensar que podíamos prescindir de los espacios agrarios sin consecuencias graves para la sostenibilidad de las ciudades. En los últimos tiempos, fruto de la falta de políticas que apoyaran realmente los productos de nuestras huertas, los espacios agrícolas que producían hortalizas y frutas se han ido reconvirtiendo y el número de agricultores ha ido disminuyendo de forma alarmante. Es importante valorar el trabajo agrícola y la profesión de agricultor o agricultora a la vez que recuperar la producción hortícola de proximidad que genere puestos de trabajo y que permita una alimentación local y de temporada de tipo agroecológico.
Es necesario un nuevo concepto de “circuito corto” que disminuya intermediaciones entre las figuras de productor y consumidor. Este “circuito corto”, apoyado en una economía local, permitirá generar puestos de trabajo así como saber qué comemos y cómo se ha producido. En definitiva, conseguirá recuperar la relación de confianza entre productor y consumidor.
Para que todo esto sea posible, es importante que existan políticas públicas decididas que apuesten por una producción agrícola y un consumo de proximidad, a la vez que espacios de participación social que actúen de impulsores y dinamizadores de los espacios agrarios. Por ello, desde EUPV consideramos que los ayuntamientos deben jugar un papel primordial impulsando entre otras las siguientes medidas: creación de bancos de tierra, compuestos tanto por propiedades públicas como privadas cedidas en régimen de arrendamiento para tal fin, impulsar económicamente aquellas iniciativas que versen sobre la recuperación de la agricultura tradicional, realizando campañas educativas que fomenten el consumo de los productos de nuestras huertas, ayudando a crear circuitos cortos de comercialización de nuestros productos, etc.
Fdo Luis Poveda
Coordinador local de EUPV-Bétera.
* Crónica agradece al autor sus artículos de opinión
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