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La luz al final del tunel que resultó ser un tren por Alberto Garzón

Desde el Gobierno anuncian que la recuperación económica está a punto de comenzar. Que la economía volverá a crecer y que con ello también lo hará el empleo y el bienestar material de la población. Que los sacrificios que nos están imponiendo –no a todos, dicho sea de paso– terminarán por dar sus frutos más temprano que tarde. El descenso del diferencial de la deuda (la llamada prima de riesgo), la subida de las exportaciones netas o el débil crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) serían indicadores que apoyarían la tesis gubernamental. La luz al final del túnel, en definitiva.

El lenguaje económico siempre es utilizado de forma tramposa y, por supuesto, ideológica. La bajada de la prima de riesgo, por ejemplo, es un indicador de la mayor confianza que tienen los mercados –las grandes empresas y grandes fortunas- en que podrán cobrar los préstamos que hacen al Estado. Y no es para menos. Los recortes en los servicios públicos, tales como sanidad o educación, están siendo las fuentes de las que se obtiene el dinero que vuela hacia los bolsillos de los acreedores de la deuda. Así las cosas, parece que sólo desde una óptica muy clasista –de clase alta, concretamente- puede uno celebrar tal fenómeno económico.

Algo parecido ocurre con el crecimiento económico. Si no va parejo a una mejora en las condiciones de vida, tanto materiales como inmateriales, difícilmente podemos hablar de buenas noticias. No olvidemos que el crecimiento económico es compatible no sólo con burbujas económicas sino también con la depredación de recursos naturales e incluso con la muerte y destrucción que provocan las guerras en otras partes del mundo. De ahí que sea no sólo absurdo sino también insensato hablar de salida de la crisis mientras la realidad social no mejore en absoluto.

Ahora bien, podría alegarse que al menos estaría científicamente demostrado que ya habríamos salido de la recesión. Pero en realidad tampoco. La contabilidad nacional, que acaba construyendo el Producto Interior Bruto (PIB), no es una ciencia exacta. La cuantificación de las propias variables económicas está sujeta a enorme polémica. El mismo concepto de capital es imposible de cuantificar, algo revelado claramente por la llamada controversia de Cambridge. La solución que tomó la ciencia económica fue la de ignorar esos “pequeños” incidentes y huir hacia delante. El resultado es posible que sea lo mejor que puede conseguirse en una ciencia inexacta como la economía, pero desde luego no representa la realidad misma. Acabemos pues con la mitología de los indicadores económicos, aunque tengamos que usarlos para acercarnos a esa realidad.

Así las cosas, si usamos los indicadores económicos para el análisis conviene tener en cuenta que lo adecuado es estudiar las tendencias estructurales y no la coyuntura. Crecer un 0,1% no nos dice mucho si no tenemos en cuenta la trayectoria histórica y los fundamentos de ese crecimiento, porque lo mismo es el paso para un crecimiento sólido que para una recaída descomunal. Recordemos que en el año 2011 el crecimiento del PIB fue del 0,1% anual, y sin embargo a ese dato “de alegría” le siguieron años de agudizamiento de la crisis.

Si observamos el fundamento del crecimiento económico los años previos a la crisis, notaremos que la demanda interna creció en 2006 a un ritmo del 5,2% anual mientras que las exportaciones lo hacían a un 6,7% anual. Las importaciones creían aún más rápido que las exportaciones y eso empeoraba el déficit comercial. Eran los rasgos típicos de un crecimiento dirigido por el crédito, que estimulaba una importante demanda interna que a su vez obedecía a la dinámica de la burbuja


 

 

* Alberto Garzón es economista y Diptado de Izquierda Unidada por Málaga

* Crónica agradece al autor su decisión de compartir sus opiniones con nuestros lectores

 

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