Desde hace unos años se puso en marcha en L’Eliana una iniciativa por parte del CEL (Centro de Estudios Locales), que me parece una buena idea para la reconstrucción de la sociedad civil de un pueblo, de un país, que ha vivido una guerra civil.
El día 1 de noviembre, el día de difuntos, con la participación del consistorio y asistencia de los vecinos que allí se quieren congregar al efecto, se rinde un homenaje a todos los caídos en aquella guerra fratricida. Un acto sencillo, un poco de música de violines y chelos, y unas palabras de miembros del CEL, que debe servirnos para recordar los horrores de lo que supone no llegar a un entendimiento entre las personas y la imposición de unos sobre otros.
Algo muy diferente de lo que se propone por algunos partidos políticos, propuestas que van más en la dirección de siempre, intentar quedar bien con todo el mundo para al final no quedar bien con nadie.
Me refiero concretamente a la solución que se ofrece para el Valle de los Caídos: que se exhumen los restos del dictador Franco, para que por un lado la familia los entierre donde quiera y por otro, el mencionado Valle se convierta en un lugar de culto para todos los caídos en la guerra civil.
Esto, que aparentemente es una solicitud inocua, con tintes de democracia madura y con ganas de olvidar el pasado para vivir un presente sin enfrentamientos, me parece una idea poco acertada rallando en la insensatez.
El Valle de los Caídos fue, es y será un monumento al triunfo de un golpe de Estado fascista, y a la exaltación de los militares golpistas con el dictador Franco a la cabeza.
La propuesta, sería comparable a querer hacernos ver que en Alemania los campos de concentración, donde murieron miles de personas, son un monumento histórico de reconciliación; pues no, se presenta como la cámara de los horrores de la degeneración humana que nunca debería volver a ocurrir, no como un lugar de culto para vencedores y vencidos.
El vallecito en cuestión, donde murieron miles de republicanos en trabajos forzados decretados por Franco, debiera desaparecer y dejarnos de pamplinas. No creo que a los caídos en defensa de un Estado Democrático, ni a los que podrían ir a visitarlo, les interese mucho permanecer ni visitar un lugar presidido por una gran cruz, símbolo de una religión en la que se nos quiere hacer creer por obligación.
En mi opinión, todos debieran estar en sus pueblos, en sus ciudades de origen, donde sus familias puedan recordarlos si quieren, no en valles o cunetas, y que cada año se pueda rendir un homenaje sencillo y emotivo en recuerdo de aquellos que nunca debieron morir por las decisiones políticas de otros.
* José Lorente Marco es concejal por Esquerra Unida en el Ayuntamiento de l'Eliana* Crónica agradece al autor que comparta su opinión con nuestros lectores
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