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Entre todos. A lo que hemos llegado por Beatriz Gimeno

El programa Entre todos de TVE es un programa de entretenimiento. Es un programa que busca entretener (hacer disfrutar) a los espectadores con el sufrimiento ajeno, con vidas truncadas a causa de la injusticia, aunque esto, naturalmente, no sólo no se cuenta sino que se invisibiliza concienzudamente. Entre Todos es un programa político no de denuncia, sino de aprendizaje. Lo que hace Entre Todos es enseñar al espectador a mirar hacia donde quieren que miremos, que no es hacia donde deberíamos hacerlo. Para que el espectador o la espectadora alcance ese punto en el que puede disfrutar con lo que el programa propone en lugar de dolerse del sufrimiento ajeno, como parecería lo normal, tiene que ser enseñado, entrenado, acompañado en la tarea (política) de borrado de los sentimiento de verdadera empatía o de solidaridad. Y, sobre todo, tiene que “olvidar” que las desgracias que el programa muestra no son sino injusticias y que, como tales, tienen solución; una solución política, claro.
Para poder llegar a convertir el sufrimiento humano en espectáculo que pueda disfrutarse es necesario cosificar a las personas y que nos acostumbremos a verlas así. Para poder disfrutar de la exhibición descarnada y pornográfica del sufrimiento ajeno, el espectador/a tiene que aprender a sentir cierto desprecio por las personas/cosas allí exhibidas, necesita saber que está por encima de la situación que allí se muestra; en realidad, con lo que se disfruta, aunque sea de manera inconsciente, es con la certidumbre de que estamos por encima de esas personas que se ven obligadas a contar en una televisión sus desgracias y a suplicar ayuda en una especie de obscena subasta de a ver quién consigue “conmover” más. Porque la ayuda que las personas suplican a través de la pantalla está relacionada con la capacidad que tengan para generar más o menos pena, para ser más desgraciados que los anteriores, para implicar en el asunto a niños o niñas (y si tienen discapacidades graves mejor que si no las tienen). Cuanto más terrible es el asunto más espectáculo, más entretenimiento. Es este striptease de vidas truncadas, cuanto más truncadas mejor, no puede haber espacio para la verdadera empatía que, de existir, no podría sino lanzarnos a apagar el televisor con rabia y además, lanzarnos después a la calle a protestar.
Porque tener una enfermedad grave es una desgracia, pero tener que mendigar en la televisión una ayuda para poder comprar una medicina o una silla de ruedas necesaria para poder moverse, eso está lejos de ser inevitable y muy lejos de ser una desgracia; eso no es más que una tremenda y colosal injusticia. El programa no nos recuerda lo que hemos perdido con la quiebra del estado del bienestar, sino que más bien actúa de analgésico para que nos acostumbremos a esa pérdida presentando como producto de la desgracia situaciones que son, en realidad, producto de una determinada política: insolidaria, inhumana y, en ocasiones, criminal.
La presentadora del engendro, Toñi Moreno, tiene por trabajo garantizar que el entretenimiento no decaiga en ningún momento y sobre todo que nada de lo que allí ocurre, se politice, entendiendo por politización la posibilidad de que los espectadores lleguen alguna vez a pensar que de las tremendas situaciones que el programa presenta hay responsables concretos, con nombres y apellidos. Eso incluye tratar por todos los medios de que a pesar de que los asuntos que se tratan son en realidad tremendos, no lo parezcan tanto; que nadie se confunda y llegue a pensar que nada de lo que se muestra en el programa es verdaderamente grave; sólo un espectáculo lacrimógeno con el que disfrutar un rato y entretenerse. Se presentan unas pinceladas del drama, se exprime un poco y a otra cosa, a otro drama. Todo tiene que ser entretenido y lo justo de triste, no conviene pasarse con la gravedad. Así puede entenderse la frase que soltó Toñi Moreno la semana pasada a una joven que insinuó que su pareja la maltrataba. No se trató de ningún error, sino de una frase que dijo con determinación y “profesionalidad”. “Vamos a salirnos de este jardín”, dijo, “O se denuncia o se calla una para el resto de la vida”, que venía a ser: “Vámonos de aquí, que por aquí no hay nada que rascar”. Y así es, porque ante el maltrato no hay dinero que los espectadores puedan regalar, ni nada que ofrecer para sentirse magnánimos, superiores, buenas personas. Ante el maltrato no hay más solución que la denuncia (todavía, ya veremos si esto sigue así); ante la violencia de género no queda otra que pedir la intervención de los poderes públicos: de la policía, de los servicios sociales que lo combaten, de los jueces y fiscales.
Y el programa no va de eso. Por eso Toñi Moreno huyó de ese asunto como de la peste, no fuera a ser que los espectadores se aburrieran o se mudaran de cadena asustados ante una situación tan dolorosa como las otras pero ante la que no se puede sacar nada útil desde el punto de vista del entretenimiento. Como el PP todavía no ha podido inventar una versión edulcorada de la violencia machista (en ello están), como todavía no han conseguido culpar a las propias víctimas de la situación que padecen y como todavía no han encontrado la manera de que los espectadores y espectadoras bienintencionados ayuden a paliar desde sus casas la situación de maltrato, pues la violencia machista no casa con el entretenimiento al que Entre Todos pretende que se sumen los espectadores y espectadoras: “Vamos a salirnos de este jardín”; y se salió corriendo. Ahora Moreno dice que no estuvo afortunada. En mi opinión, en una sociedad normal este programa se enseñaría en las escuelas como muestra de aquello a lo que fuimos capaces de llegar. De la misma manera que un día se obligó a las adúlteras a llevar cosida una letra escarlata o que se pudo ahorcar a un niño por robar un trozo de pan (no hace tanto), la industria del entretenimiento llegó a hacer un programa en el que unos padres tenían que mendigar una silla de ruedas para un hijo enfermo. Y nosotros lo permitimos.
Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)
* Crónica agradece a la autora que comparta sus opiniones con nuestros lectores

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