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Un estudio sobre la economía alemana contradice el discurso económico convencional - artículo de E.Garzón y Carlos Martinez

Los investigadores británicos Wendy Carlin y David Soskice, de las universidades College London y London School of Economics, respectivamente, llevaron a cabo un estudio para aclarar los motivos por los cuales la economía alemana tuvo un débil desempeño en términos de crecimiento y de empleo desde su unificación en 1990 hasta la irrupción de la crisis internacional en 2008[1]. En este documento recogemos los principales resultados que se obtuvieron en la investigación por su relevancia a la hora de contradecir buena parte del discurso económico convencional que empuja a los países a aplicar determinadas políticas de oferta, como la conocida flexibilización del mercado laboral.

En efecto, numerosos analistas internacionales y nacionales -de corte neoliberal, fundamentalmente- denunciaban que la economía alemana no crecía porque su sector productivo no se había ajustado a la nueva situación de elevada competencia internacional y liberalización financiera. Señalaban, muy en particular, que el mercado laboral alemán era demasiado rígido y que eso impedía reducir la tasa de paro a niveles aceptables.

No obstante, los resultados de la investigación niegan la mayor: los problemas económicos de Alemania durante el periodo de tiempo abordado no se debían a condiciones de oferta inadecuadas, sino a una insuficiente demanda agregada (consumo e inversión, tanto del sector público como del privado) que impedía aprovechar eficazmente todos los recursos de la economía. Esto es así fundamentalmente por tres motivos: 1) los gobiernos alemanes fueron muy buenos alumnos de la OCDE en relación a sus sugerencias sobre políticas destinadas a flexibilizar el mercado laboral y a reducir la cobertura del Estado del Bienestar, por lo que esa flexibilización tan demandada fue llevada a cabo; 2) el sector productivo alemán sí experimentó una importante reestructuración que le permitió adaptarse a la nueva situación de globalización financiera y productiva; y 3) las políticas monetaria y fiscal alemanas no fueron utilizadas para elevar la demanda agregada hasta donde permitía el potencial de sus sectores productivos.

Con respecto al primer punto, Alemania alcanzó la cuarta posición en el ranking de países que más y con mayor intensidad aplicaron las medidas recomendadas por la OCDE entre 1994 y 2004. Estas medidas consistían en reducir los beneficios por desempleo, aumentar la flexibilidad de jornada laboral, disminuir las ayudas para formación profesional, minorar las cotizaciones sociales pagadas por el empleador, etc. Sin embargo, una característica crucial del caso alemán es que estas políticas afectaron fundamentalmente al extremo inferior del mercado laboral, y sólo en muy reducida intensidad al mercado laboral nuclear, esto es, el correspondiente a los trabajadores de las medianas y grandes empresas de la industria, finanzas, seguros y actividades de negocios con contratos indefinidos y a jornada completa. En consecuencia, quienes sufrieron las reformas fueron, en su mayoría, los trabajadores con baja y nula cualificación concentrados en empresas de reducida dimensión del sector servicios, los inmigrantes, y los alemanes del este. El peso del empleo con remuneración baja aumentó hasta el 22% en 2005, mientras que en Dinamarca era del 8,5%, en Francia del 11,2% y en los Países Bajos el 17,6%. Además, la proporción del empleo temporal pasó desde el 9,9% (10,6% en Europa) en 1995 al 14,3% en 2005 (14% en Europa).

En relación al segundo punto, el mercado laboral del sector nuclear también experimentó un cambio importante, pero no debido a las reformas llevadas a cabo por el Estado ni en el mismo sentido. En estas grandes empresas industriales, de las finanzas, seguros y actividades de los negocios los cambios fueron decididos y aplicados por los sindicatos, comités de empresa y propietarios dominantes a través de una serie de pactos. En estos acuerdos, que afectaron al 90% de este sector productivo nuclear, se trataba de que los trabajadores realizaran determinadas concesiones en términos de salarios, flexibilidad de la jornada laboral, absentismo y movilidad geográfica laboral a cambio de que los empresarios se comprometieran a 1) no despedirlos, 2) aumentar la formación de los trabajadores y 3) incrementar la inversión orientada a modernizar y mejorar la empresa en cuestión. En este proceso fue crucial el comportamiento de los propietarios dominantes, puesto que no cedieron frente a la irrupción de nuevos accionistas institucionales (hedge funds, fondos de pensiones, mutual funds, etc) implicándose de lleno en la salud y en el futuro de sus empresas. La internacionalización de la producción también tuvo una importancia destacada, puesto que se llevó a cabo para aprovechar las ventajas que le brindaba la globalización a las empresas al mismo tiempo que se priorizaba el mantenimiento del empleo. De hecho, según los cálculos de los autores, las empresas que se internacionalizaron mantuvieron más empleo que aquellas que no lo hicieron. En consecuencia, esta reestructuración realizada por los propios empresarios y trabajadores fue todo un éxito en términos de rentabilidad, fortalecimiento industrial y capacidad exportadora.

El resultado lógico de los dos puntos anteriores fue una polarización evidente del mercado laboral y una ampliación de la brecha social en términos de renta y protección social.

Por lo tanto, puesto que en realidad tanto el sector productivo alemán como su mercado laboral sí que experimentaron una importante reestructuración para aclimatarse a la nueva situación económica internacional, el hecho de que la economía alemana creciera poco y con elevadas tasas de paro (en torno al 10%) se debía a una débil demanda agregada, no a unas condiciones inadecuadas de oferta productiva. Para dar respuesta a esta insuficiente demanda agregada, los autores ofrecen dos líneas de explicación:
  • La primera es de tipo psicológica-social: los empleados en el mercado laboral del extremo inferior no tenían suficiente capacidad adquisitiva para aumentar su consumo, y aunque no ocurría lo mismo con los empleados en el mercado laboral nuclear, éstos aumentaron su propensión a ahorrar como medida de precaución frente a una mala situación económica en la cual el desempleo era elevado y los recortes en el Estado del Bienestar importantes, de forma que el consumo privado de las familias alemanas se mostró insuficiente para satisfacer el potencial de su oferta productiva.
  • La segunda es de tipo político: al pertenecer a la zona euro el gobierno alemán no podía utilizar discrecionalmente la política monetaria para aumentar la demanda agregada. Por otro lado, la política fiscal no fue utilizada para estimular el consumo y la inversión por miedo a generar tensiones inflacionistas.
En definitiva, el estudio saca a relucir las debilidades del discurso económico convencional, que normalmente sólo se centra en el lado de la oferta (tejido productivo, competitividad, mercado laboral, etc) y prácticamente nunca en el lado de la demanda (consumo e inversión, tanto del sector privado como del público). Este sesgo en el análisis resulta fatal para economías como la alemana, cuyos problemas provienen fundamentalmente del lado de la demanda y no de la oferta.



[1] El estudio lleva por nombre "German economic performance: disentangling the role of supply-side reforms, macroeconomic policy and coordinated economy institutions" y fue publicado por la Socio-Economic Review (2009) 7, 67–99

Eduardo Garzón es economista
 
Carlos Martínez, Consejo Científico de Attac y de Alternativa Socialista.
* Crónica agradece a los autores por media de la FEC que compartan su opinión con nuestros lectores


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