Europa
contiene el aliento ante el referéndum del próximo 23 de junio en el
Reino Unido. Puede ocurrir que una mayoría de británicos –aunque no sea
por mucho margen- vote por salir de la Unión Europea, lo que se conoce
como Brexit. No faltan enérgicas voces en el lado de allá del
Canal de la Mancha que insisten en las consecuencias negativas que
tendría un “no” a la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea
(UE), como tampoco faltan del lado de acá poniendo de relieve, no ya
sólo las desventajas para los británicos, sino los graves inconvenientes
para todos los europeos de una decisión como esa. El caso es que los
opuestos al “sí” a la permanencia, esto es, los favorables a no seguir
en el proyecto europeo, además de los motivos internos que invocan para
ello, se encuentran con un momento en que dicho proyecto se halla en las
horas más bajas desde su nacimiento. Para colmo, entre los favorables
al Brexit , además del rechazo a lo que perciben como
injerencias de Bruselas y el consiguiente ensalzamiento de una soberanía
muy mitificada –aunque de sus restos se aprovechan la libra esterlina y
el núcleo financiero que es la City de Londres-, se ha colado toda la
cuestión migratoria para jugar negativamente al activarse también entre
ese sector de población un enfoque notablemente xenófobo, racista
incluso, que no hace sino conducir más euroescépticos hacia las filas de
los contrarios a la permanencia en la UE.
La cuestión que al hilo de todo ello se plantea es: ¿qué ofrece
Europa para motivar el sí a la Unión? ¿Qué dimensiones del proyecto
europeo son las que provocan el necesario entusiasmo para que ciudadanas
y ciudadanos británicos renueven su adhesión al mismo? Ojalá haya
muchos votantes que acudan a las urnas motivados para el sí, pensando a
su vez, como manifestó el laborista Corbyn, que esa
opción por permanecer ha de implicar una firme voluntad de transformar
esa misma UE. Porque el problema no es meramente que ésta funcione mal,
que tenga déficits democráticos que hoy sabemos que son graves vicios
antidemocráticos, que esté sometida al “gobierno de los banqueros”, como
hace un año denunció el filósofo Habermas… El problema
es que Europa ha entrado en una fase de encanallamiento que pone
realmente muy difícil su futuro; es más, que nos da pie para pensar que
el proyecto de la UE, como tal proyecto, está muerto.
¿Por qué hablamos de encanallamiento, pudiendo incluso hacernos eco de aquella declaración del francés Jacques Derrida
en su obra precisamente titulada ‘Canallas’, diciendo, ante casos como
el que nos ocupa, que la democracia es llevada por algunos a ser una canallocracia?
La respuesta requiere refrescar la memoria, pues ya va para dos décadas
que, junto a otras, apareció la expresión “Estados canallas” para
designar aquellos Estados que, lejos internamente de los mínimos de un
decente Estado de Derecho, también se comportan externamente, en el
ámbito internacional, como sujetos con un comportamiento agresivo,
irrespetuoso con las normas del derecho, ajenos a lo que supone atenerse
a los pactos y del todo desconsiderados con las exigencias de respeto a
derechos humanos que se pretenden universales. En esos casos, el cínico
descaro con que se violan las normas de convivencia democrática, tanto
hacia dentro de las propias fronteras como hacia fuera en lo que
respecta a la convivencia entre naciones, es lo que lleva a tildar el
comportamiento de tales sujetos (anti)políticos como una suerte de
“gamberrismo político” llevado a extremos criminales.
Identificar a ciertos “Estados canallas” se convirtió en tarea de la
máxima relevancia, tanta como que de tal identificación pasaron a
depender medidas políticas duras relativas a embargos, por ejemplo, o
incluso decisiones sobre intervenciones militares, incluidas guerras con
todas las consecuencias. El Irak de Sadam Hussein cayó
bajo esa calificación y ello dio paso a la primera Guerra del Golfo y,
después, a la invasión decidida por la alianza de las Azores de triste
memoria. Sadam Hussein era un dictador y el Estado iraquí funcionaba a
la medida de su poder unipersonal. Lo grave de aplicarle la etiqueta de
“Estado canalla” fue que para meterlo en cintura y luego acabar con él
se castigó tremendamente a toda una sociedad que no era canalla, sino
que padecía esa misma dictadura. Para que la historia quede al menos
apuntada en su complejidad hay que decir que Sadam Hussein, el mismo
cuya gigantesca estatua fue derribada por las tropas estadounidenses
ocupantes de Bagdad, fue constituido antes en el aliado de EEUU para
hacer frente a Irán y armado hasta los dientes para ello, con el fin de
frenar la expansión de la revolución islamista que acabó con el régimen
del Sha. La guerra fue de lo más cruenta, pero entonces
su protagonista amigo de Occidente no era considerado canalla. Lo fue
después, cuando hasta se utilizó la patraña de las armas de destrucción
masiva supuestamente en su poder para terminar con el régimen baazista,
pero a costa de destruir hasta el fondo toda la estructura estatal de
Irak. Los desastres de la guerra, con un balance que sólo concluye en
fracaso, han sido incontables hasta el día de hoy.
El interrogante que inquieta es, visto todo, el grado de condición
canalla que tienen también quienes apoyaron a Sadam, se sirvieron de él,
lo alentaron en su “gamberrismo político” hasta que ya no les interesó.
Es el mismo interrogante que cabe plantear en relación a Libia, que,
como Estado, fue incluida en las listas del terrorismo internacional
hasta que interesó congraciarse con Gadafi para después
quitarlo de en medio. Podríamos mencionar otros muchos casos de
“Estados canallas” que, sin embargo, lo fueron porque otros, los de
buena imagen como demócratas, los sostuvieron por largo tiempo. ¿Dónde
empieza y termina la condición canalla? Aparte la criminalidad extrema
del llamado Estado Islámico (ISIS o DAESH), ¿qué decir de todo lo que
sigue ocurriendo en Siria y en torno a las idas y vueltas alrededor de Bashar al Assad? Pero si nos fijamos en su vecino Estado de Israel, ¿no responde a pura condición canalla la política de apartheid
–es más, de limpieza étnica en muchos aspectos- aplicada contra el
pueblo palestino, haciendo caso omiso durante décadas a las resoluciones
de la ONU? ¿Y no se contagian de esa actitud canalla unos EEUU que lo
apoyan de manera prácticamente incondicional y una UE que mantiene
acuerdos de trato preferente hacia Israel?
Con todas esas referencias a la vista, traigamos de nuevo la cuestión
a la actualidad de la UE. ¿Qué decir de ella cuando se burla de
tratados internacionales suscritos y de las propias directivas sobre
derecho de asilo al firmar un acuerdo como el establecido con Turquía
para la deportación de refugiados provenientes de Siria, Irak,
Afganistán, Yemen…? ¿Se puede salvar la cara de una UE que elude abordar
una verdadera política inmigratoria cuando, parapetándose tras
apariencias de corrección política, persigue frenar y no acoger –incluso
utilizando su propia organización Frontex-, pagar a terceros países
para que no dejen pasar o expulsen a cientos de miles de migrantes que
ya tienen en su territorio para que no lleguen a Europa, que mira para
otro lado ante el escándalo continuo de la tragedia de miles de ahogados
en el Mediterráneo? ¿Cómo juzgar el ascenso en muchos países europeos
de partidos xenófobos, el eco de la demagogia sobre refugiados e
inmigrantes, la parálisis de los gobiernos para asumir incluso los
compromisos contraídos al respecto…?
Europa es tierra de promisión para quienes en ella buscan asilo y
vida digna. Pero la actual realidad europea es una realidad de
encanallamiento, la cual, si los europeos no estamos dispuestos a dejar
atrás, hará que lo que en positivo pueda significar Europa no tenga
futuro alguno. El problema no es meramente lo que pueda suponer, si se
diera, el Brexit, sino el de una Europa naufragada ella misma,
autonegada en su propia condición canalla. No nos queda más que ponernos
manos a la obra contra ese encanallamiento, única manera de abrir la
puerta de la esperanza a esa democracia verdadera, por inclusiva, que
para Europa también “está por venir” –como solía decir insistentemente
Derrida-.
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