Como se estaba esperando, la Unión Europea anuncia no sólo
una sanción a España sino la exigencia de un recorte de gasto de 10.000
millones de euros por haber incumplido su compromiso de déficit, o
quizá esto último a cambio de lo primero. Sea cual sea su final, el
anuncio pone una vez más sobre la mesa la impresionante insensatez de
las autoridades europeas.
No voy a entrar en el hecho de que Europa se ponga dura
cuando incumplen los débiles y que no lo hiciera cuando se trató de
Francia o Alemania. La transigencia de ayer no excusa la de ahora pero
eso es una cosa y otra no ser conscientes de que ese doble rasero no
puede sino minar aún más la de por sí frágil confianza de la ciudadanía
en las instituciones europeas. Y más aún, en un momento tan delicado
como el actual, tras el Brexit, los atentados terroristas y la
crisis que no acaba de los refugiados, el extraño golpe de Turquía, la
vergonzosa puerta giratoria de Durao Barroso…. En los últimos sondeos,
el porcentaje de la población española que cree que la Unión Europea va
en la dirección incorrecta para salir de la crisis y hacer frente a los
desafíos mundiales ha pasado del 30% al 46% y cabe preguntarse a cuánto
subirá en los próximos eurobarómetros, a medida que la gente comience a
tomar nota de todas estas cosas.
Con independencia de ello, creo que los dirigentes europeos se equivocan también por otra serie de circunstancias.
–Está siendo cada vez más claro que juegan con la amenaza
de sanción y de recortes para influir y tratar de corregir la dirección
que pueda tomar la política española. Si hay un hecho objetivo por
delante, Europa debe decidir y actuar y no estar mareando la perdiz de
una forma tan indisimulada. Es tan evidente que la medida que tome será
diferente si finalmente gobierna el PP o cualquier otro partido o
coalición, que la estrategia comunitaria comienza a producir algo peor
que desagradable rechazo. Los dirigentes europeos no pueden jugar a
premiar o castigar en función de la mayor o menor connivencia o simpatía
que tengan con los gobiernos porque no puede hablarse de democracia
cuando se resuelve de un modo u otro según sean los resultados
electorales. Ni siquiera puede parecerlo. La buena gestión e incluso la
confianza y la estabilidad social dependen de que haya reglas y
certidumbre sobre las consecuencias de nuestros comportamientos y la
arbitrariedad de las autoridades europeas solo contribuye a
debilitarlas.
–Una vez más, Europa renuncia a
poner sobre la mesa criterios de fondo, con rigor y fundamento. No
analiza causas ni evalúa comportamientos para presentar opciones sino
que se limita a rebanar el gasto a lo bruto.
El incumplimiento de un compromiso previo sobre el déficit
tiene causas y la actuación reparadora, por tanto, no puede limitarse a
dar un tajo en una de las dos fuentes que puede producirlo (los gastos y
los ingresos) sin analizar los factores desencadenantes (entre los
cuales puede estar, por cierto, que el objetivo fuese materialmente
irrealizable). Los déficits son como una tijera, algo que no se puede
entender sin sus dos hojas, sin analizar lo que pueda estar ocurriendo
en los gastos y en los ingresos y sin tomar medidas que afecten a ambas
partes.
Incluso si se concluyese que hay gasto excesivo, lo
sensato no es obligar a que se recorte de cualquier manera sino analizar
cuál es el que genera problemas y más concretamente cuál es el que
ayuda o no a crear más o menos ingresos. Si no se hace así, lo que puede
ocurrir es que para evitar un déficit se haga caer tanto el ingreso que
a la postre surja otro de mayor volumen y que aumente mucho más la
deuda. Justo lo que viene sucediendo en Europa.
Los dirigentes europeos se equivocan centrando su atención
exclusiva en el gasto público de España (que en términos de PIB está
casi cinco puntos por debajo de la medida de la Eurozona) sin considerar
lo que está ocurriendo con los ingresos públicos.
–Europa también actúa a la ligera y sin razón, se equivoca
igualmente, cuando abre este expediente contra España sin tener en
cuenta lo que España ha hecho en estos últimos años. Es cierto que se ha
incumplido un compromiso pero ¿no sería mucho más sensato tener en
cuenta la dinámica seguida por el déficit en estos últimos años? La
realidad es que el déficit total se ha ido reduciendo muy
significativamente en España, pues ha bajado del 9,4% de 2010 (cuando
empezaron en serio las medidas contra la crisis, aunque desgraciadamente
con retraso y con nefasta orientación) al 5,1% en 2015. Y si se computa
el déficit excluyendo los intereses, lo que en realidad refleja mejor
todavía la gestión fiscal del gobierno, resulta que se ha pasado del
7,5% al 2,1% entre esos mismos años. Es un ajuste muy importante y ni
siquiera los más acérrimos defensores de la estabilidad presupuestaria
creo que puedan negar que la tendencia es positiva desde este punto de
vista.
–Se equivoca también Europa cuando se sigue empeñando en
aplicar medidas de política fiscal sin tener en cuenta la coyuntura
económica, la fase del ciclo en la que se encuentra la economía.
El profesor Francesco Saraceno acaba de mostrar de un modo
bastante simple que las políticas fiscales que vienen imponiendo las
autoridades europeas han sido procíclicas en casi todos los años, tanto
en el conjunto de la Unión como en España en concreto (Perseverare Diabolicum). Es decir, que en lugar de corregir la tendencia del ciclo, en estos años recesiva, lo que han hecho ha sido reforzarla.
Comparando la variación del déficit con la brecha entre la
producción real y la potencial, Saraceno demuestra que la política
fiscal española ha sido procíclica los años 2009, 2011, 2012, 2013 y
2014.
Y en el conjunto de Europa en 2012, 2013 y 2015. Y si se compara
el impulso fiscal con la brecha entre tasa real de crecimiento y el
nivel de 3% que se fijaba en el Tratado de Maastricht, resulta que la
política fiscal fue procíclica para Europa en su conjunto de 2009 a 2015
y en España los años 2010, 2011, 2013 y 2014.
La conclusión es clara. Las políticas que viene imponiendo
Europa son las responsables de que nuestra economía recaiga una y otra
vez. Solo cuando se han generado impulsos fiscales más potentes, como en
España en 2015, las economías se han reactivado. Puede parecer una
barbaridad pero es que lo es: Europa castiga por tomar las medidas que
relanzan la economía e impone las que la paralizan una y otra vez.
–Europa se ha equivocado al quitar fuerza al único motor
que puede impulsar la economía cuando la actividad privada no lo hace
porque la única consecuencia posible de esa política es que bajen el
ingreso y la actividad y que aumente la deuda. Por eso las políticas
europeas “contra” la deuda han dado lugar a que a finales de 2015
hubiera en la UE (28) 3,3 billones de euros más de deuda pública que en
2007, y 2,2 billones más que en 2010.
Insistir en una estrategia que tan claramente está
produciendo resultados contrarios a los anunciados solo puede explicarse
por dos razones. Una, que las autoridades que la dirigen sean
completamente insensatas e ignorantes. Y otra, que lo que se busque en
realidad sean otros objetivos distintos a los que se afirman.
A mi juicio, y sin olvidar que el fundamentalismo
ideológico produce siempre insensatez e ignorancia, lo que ocurre en la
Unión Europea es que sus dirigentes están en manos de los grandes grupos
financieros que son los que casualmente resultan beneficiarios de estas
políticas.
Las autoridades europeas se empeñan en presentar la deuda
como el resultado de un comportamiento derrochador de los pueblos y de
los gobiernos pero no es verdad que sea así. La deuda es un negocio: el
negocio de los bancos. Para la gente corriente es una esclavitud. Y lo
que hace Europa desde que se obliga a que sea la banca quien deba
financiar a los gobiernos es permitir que se esclavice a los pueblos
para que los bancos hagan negocio. Quien se beneficia cuando una
administración corrupta se endeuda para financiar construcciones que
nadie usa, como los aeropuertos, los puertos o las autopistas del PP, no
es la gente común sino los grandes constructores y los bancos.
Y los datos no dejan lugar a dudas: el 93% del incremento
de la deuda pública de la UE (28) de 1995 a 2015 corresponde a intereses
pagados a los bancos privados, según Eurostat. Un porcentaje que
incluso es más elevado todavía en la Eurozona (106,3%) pues en ese
periodo la deuda aumentó en 5,37 billones de euros y se pagaron 5,7
billones en intereses. Y en España, del incremento de deuda en esos 20
años el 61,4% corresponde a intereses.
Para acabar, hay que destacar que si Europa en su conjunto
se está equivocando en tan gran medida, Alemania lo hace en una mucha
mayor, y no solo porque sea la fuente principal de la que manan este
tipo de políticas. También, porque actúa sin darse cuenta de que los
desequilibrios europeos no pueden ser solo responsabilidad de una de las
partes puesto que todas las piezas forman parte de un mismo balance. Y
porque no tiene en cuenta que las ventajas que obtiene imponiendo una
constante estrategia deflacionaria en la periferia le pasarán factura
antes o después. Porque los incentivos perversos que dio a su sistema
financiero a base de concederle privilegios pueden convertirse en una
bomba de efecto retardado y porque actuando ahora con sus socios con la
intransigencia y ceguera que los aliados tuvieron contra Alemania tras
la Primera Guerra Mundial, cava una tumba en donde caerán todos sin
distinción.
Europa se equivoca y Alemania más pero es un gran error
creer que los problemas de España vienen de ahí porque lo cierto es que
también aquí hacemos mal nuestras tareas desde hace tiempo.
–En España nos equivocamos porque seguimos sin hacer
frente a un problema fiscal que puede llegar a ser de una gravedad
extraordinaria si no se toman medidas urgentes. Pero medidas que
lógicamente tendrán que ser diferentes a las que hasta ahora se vienen
tomando, pues está claro que éstas no han conseguido sino que aumente
sin cesar la deuda pública. Tengo la seguridad de que el principal
problema de España no está en el gasto y que hay que actuar
principalmente por la vía de los ingresos, pero tampoco me cabe la menor
duda de que en materia de gasto público hay los suficientes “puntos
negros” como para impedir que cualquier otra medida sea creíble y viable
mientras persistan. Para aplicar las políticas de reforma impositiva y
de lucha contra la economía sumergida que se necesitan es imprescindible
llevar a cabo una revisión previa de las políticas de gasto, una
reforma de nuestra Administración pública y la lucha integral contra la
corrupción que ni siquiera se ha empezado.
–En España nos hemos equivocado y nos seguimos equivocando
al debilitar los únicos motores que pueden garantizar las prosperidad y
la salvación de nuestra economía, y de nuestra sociedad. Hay que
conseguir como sea un incremento del gasto público y privado en I+D+i,
en educación, en promoción de la igualdad, en estrategias de
sostenibilidad medioambiental y reforma energética y, en general, en el
que sabemos que incrementa nuestro capital social.
–En España nos equivocamos al aceptar como nuestra o al
permitir que se nos imponga una estrategia de competitividad basada en
bajar salarios porque de esa forma solo se consigue acabar con las
empresas que viven del mercado interior, la gran mayoría, y empobrecer
continuamente a la población.
–En España nos equivocamos sintiéndonos a mi juicio
excesivamente confiados en las políticas redistributivas, sin duda
indispensables pero nunca suficientes porque deterioran el sistema de
incentivos y a la larga son insostenibles si no van acompañadas de una
regeneración constante del tejido productivo y de la apropiación del
valor añadido que se genera.
–Y creo que España hace mal manteniendo en Europa una
actitud sumisa y casi silente, como la de los últimos años. Sin entrar
ahora en el balance de su gestión europea, lo cierto es que desde la
época de Felipe González España apenas pinta nada en Europa y esta es
una, por no decir que la más pesada, de nuestras grandes hipotecas.
España debe hacerse oír y si hace falta debe dar un
manotazo en la mesa. No podemos seguir aceptando como guía de actuación
que los problemas de Europa son la consecuencia de los desequilibrios de
la periferia porque la realidad es que nuestros problemas son la
expresión de un pecado original cometido al diseñar mal una unión
monetaria porque está al servicio de un único vector de fuerza.
Pero nada de eso es posible mientras la política española
siga enfangada en el medio ambiente de unos contra otros en el que
estamos. No sé cómo van a sacarnos de ahí los partidos políticos pero lo
seguro es que si no hay grandes acuerdos, de interés nacional y
orientados a corregir el reparto que se viene haciendo de los beneficios
y las cargas, vamos a tener pronto algo peor que un gran problema.
* Juan Torres es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla
* Crónica agradece al autor poder compartir sus opniones con nuestros lectores
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