En realidad, en pocos días Rajoy volverá a recuperar todos los resortes del poder, algunos de los cuales llevaban congelados desde que se convocaran las elecciones de 2015. El más importante de ellos, el botón para decidir cuándo concluirá la legislatura.
No se puede decir que la
decisión del Comité Federal del PSOE de abstenerse y permitir un nuevo
gobierno del PP haya resultado nada sorprendente. Ha sido el escenario
base de la mayoría de análisis y predicciones realizadas desde antes
incluso de que se celebraran las elecciones generales del 20 de
diciembre del año pasado. También era previsible que esa decisión
resultara traumática para el PSOE, y que incluso pudiera comportar la
caída de Pedro Sánchez como secretario general.
Sin embargo, probablemente nadie supo
pronosticar (un año atrás) que esa abstención de los socialistas iba a
materializarse gratuitamente, sin ninguna contrapartida.
O casi ninguna: la abstención permite
ganar tiempo y evitar unas elecciones en las que, aparte de un temible
(aunque incierto) castigo electoral, hubiera sido obligatorio realizar
una consulta a las bases para la elección del candidato. Desde que una
parte del aparato territorial del partido forzara la defenestración de
Pedro Sánchez en el Comité Federal del 1 de octubre, evitar cualquier
decisión que implique consultar, de un modo u otro, a la militancia ha
sido y será el criterio primordial en la actuación de la gestora del
PSOE. Al menos, hasta que se haya apaciguado (¿‘cosido’?) la fractura
interna en la organización.
Sin duda, el dilema que tenían ante sí
los miembros del Comité Federal de este fin de semana era tremendo y les
ha forzado a escoger entre lo malo y lo peor, sin tener la certeza de
qué era lo uno y qué era lo otro.
El problema para los socialistas es que
la fórmula para ganar tiempo (dejando formar gobierno a Rajoy en un
parlamento tan fragmentado) produce un escenario muy inestable, que
difícilmente les aportará el margen de tiempo y fuerzas necesarios para
la tarea de reconstrucción de la organización, menos aún para elegir y
foguear un nuevo liderazgo alternativo que consiga suscitar el consenso
interno. En ese intento, el PSOE afrontará dos dilemas cruciales, uno
interno y otro externo, que condicionarán su rol de oposición.
Dilema 1: ¿tolerar o aplastar la indisciplina interna?
A pesar de que algunos habrán leído con
optimismo que la abstención haya reunido más apoyos, dentro del Comité
Federal, de los que forzaron la caída de Sánchez tres semanas antes, el
PSOE no solo sale de este proceso profundamente dividido sino que las
líneas de fractura interna se solapan entre sí, reforzando el peso de la
brecha entre unos y otros: fracturas territoriales, respecto al papel
de la militancia en el proceso, respecto al perfil de los votantes que
aspiran a representar, respecto a la estrategia de competición con
Podemos, respecto a cómo afrontar la cuestión soberanista catalana y al
diálogo que se ha de mantener con los partidos nacionalistas
periféricos… Cuanto más ajustada a la realidad pueda resultar esta
percepción, mayor es el riesgo de que se estén fraguando facciones
irreconciliables.
A fin de evitar esa imagen de fractura en
el grupo parlamentario, la dirección provisional tratará de forzar la
disciplina entre los diputados socialistas mediante veladas amenazas de
represalia a quienes no respeten la decisión del Comité Federal.
Diversos analistas han recordado estos días el valor positivo de la
disciplina para los partidos. No obstante, el significado de la
disciplina parlamentaria cobra sentido para los partidos ante decisiones
individuales que rehúsan respetar la decisión mayoritaria.
Por el contrario, cuando los rebeldes
constituyen un grupo sustantivamente mayor y articulado, el problema
tiene que ver, más bien, con el trilema de Albert O. Hirschman sobre salida, voz y lealtad
en las organizaciones. Así, por razones diversas (y siempre obviamente
discutibles) una minoría relevante del PSOE rechaza abstenerse ante
Rajoy, significativamente en aquellos territorios donde Podemos y sus
confluencias les están superando o ya han superado y se arriesgan a
acabar en la irrelevancia política. Por ello, tratan de conjugar su lealtad al partido con una voz
diferenciada, que permita representar en el PSOE a los militantes y
votantes que no comparten la decisión táctica del PSOE. De resultar
efectivo, el empleo de esa voz posiblemente no se limitaría solo a la
investidura sino que podría resonar durante lo que quede de legislatura.
El problema es que esa voz
implicaría acumular el desgaste de la abstención en aquellos que sí
facilitarán la elección de Rajoy, y en sus líderes, lo que podría
inhabilitar a estos últimos, a ojos de los militantes, como aspirantes a
dirigir el partido en los próximos meses. Para evitar esa situación,
los defensores de la abstención tratarán de forzar la lealtad y
compartir la ‘mancha negra’ de la abstención entre todos los diputados. Y
con ello podrían amenazar con la salida (la expulsión o degradación de estatus) a los que empleen su voz.
Esta opción de salida tendría algunas derivadas internas para la batalla por el liderazgo del partido a corto plazo.
La salida del PSC podría implicar
su apartamiento de los principales órganos del PSOE. Esta decisión
afectaría, entre otros, al equilibrio de fuerzas dentro del Congreso
Federal, puesto que la salida de los delegados catalanes aplanaría la
mayoría para las federaciones del sur, cuantitativa y cualitativamente.
De igual forma, la salida
individual de diputados y afiliados críticos con el golpe de timón de
esta semanas perjudicaría esencialmente a los partidarios de la opción
Sánchez (que no significa necesariamente el candidato Sánchez), quienes
verían decrecer sus apoyos internos en beneficio de otras opciones.
Todo ello puede suscitar algunos cálculos
interesados en el corto término. Pero en el largo plazo, como Hirschman
pronosticaba, el recurso (o la imposición) de la salida para los
críticos marcaría probablemente el declive irreversible del PSOE, al
menos como opción mayoritaria de la izquierda que aspire a recuperar ese electorado perdido que identificaba Ignacio Urquizu en un artículo reciente.
Dilema 2: ¿combatir al gobierno de Rajoy o conjurar un nuevo adelanto electoral?
La decisión adoptada por el Comité
Federal asegura, de nuevo, la presidencia para Mariano Rajoy. Los
dirigentes socialistas han tratado de argumentar que la abstención sin
contrapartidas podría significar una oportunidad para desmontar el
edificio legislativo levantado por el PP en la anterior legislatura.
Dejar gobernar al PP para humillarlo políticamente.
Esta operación se presume altamente
improbable. Si bien es cierto que un gobierno en minoría funcionará con
una lógica distinta de la mayoría absoluta con que Rajoy gobernó sus
primeros años, diversos factores favorecerán la iniciativa del Gobierno:
primero, porque las reglas de funcionamiento le otorgan al ejecutivo
preeminencia ante el legislativo en el proceso político, como apuntábamos hace algunas semanas;
segundo, porque la mayoría absoluta del PP en el Senado ralentizará las
iniciativas contrarias no pactadas; tercero, por la inevitable disputa
entre partidos de la oposición por ganar perfil propio, lo que en
ocasiones favorecerá acciones conjuntas, pero en muchas otras, lo
contrario; por último, no hay que olvidar factores de orden no
estrictamente parlamentario que refuerzan la posición estratégica del PP
en las autonomías gobernadas por los socialistas (donde Podemos
aprovechará cada momento para exponer la vulnerabilidad de los barones
del PSOE) y el control indirecto sobre las finanzas autonómicas que
ejerce el Ministerio de Hacienda desde que España se encuentra
intervenida de facto por la Unión Europea.
En realidad, en pocos días Rajoy volverá a
recuperar todos los resortes del poder, algunos de los cuales llevaban
congelados desde que se convocaran las elecciones de 2015. El más
importante de ellos, el botón para decidir cuándo concluirá la
legislatura.
Por eso, podemos esperar a partir de ahora que el calendario de lo que queda de legislatura coincidirá grosso modo
con el calendario interno del PP, que Rajoy programará tanto para
–ahora quizá sí- organizar su sucesión como para planear la recuperación
de aquellos gobiernos autonómicos y municipales perdidos hace un año.
En ese contexto, no está claro que el PP
opte por avanzar excesivamente la disolución de la legislatura a la
próxima primavera o verano (como se especula). Ante esa amenaza, el PSOE
seguirá debatiéndose continuamente entre tratar de combatir la minoría
del PP, obstruyendo la gobernabilidad, o bien de cooperar con el PP con
el fin último de evitar un indeseable anticipo electoral. En ambos
casos, el PSOE tendrá la competencia asegurada de Podemos y Ciudadanos,
que tratarán a su vez de resolver mediante el juego parlamentario sus
propias contradicciones internas.
artículo publicado primero en Agenda Pública
* Crónica agradece a Agenda Pública su decisión de que estos artículos puedan compartirse entre nuestros lectores.
* Juan Rodriguez Teruel
Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Valencia
Soy doctor en ciencia
política por la Universitat Autònoma de Barcelona y profesor en esta
disciplina en la Universidad de Valencia.
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