Subraya la evolución de Bob Dylan en EE. UU., que pasó de ser una voz
crítica con la estructura de poder en aquel país, a ser un promotor de
la ideología chovinista y mercantilista del sistema producido por
aquella estructura.
No me agrada ser un aguafiestas, pero en
el momento en el que muchos celebran el otorgamiento del Premio Nobel
de Literatura a Bob Dylan, quisiera hacer algunas aclaraciones sobre su
evolución, corrigiendo así una idealización de su figura que tiende a
ser una práctica generalizada en los grandes medios de información
españoles. De ahí que me permita publicar de nuevo un artículo
ligeramente modificado que ya se publico en El Plural el 03.03.14 y que
publico de nuevo ahora en Público.
A lo largo de mi vida he visto en
múltiples ocasiones la evolución que siguen muchos personajes que,
siendo en su juventud críticos con las estructuras del poder en los
países que viven, se acomodan más tarde a estas estructuras,
convirtiéndose en sus portavoces. En realidad, esta evolución es muy
común. Es tan común que un dicho que se repite con gran frecuencia
(sobre todo por voces conservadoras) es que “la persona que no ha sido
radical contestatario en su juventud es que no tiene corazón. Pero la
que continúa siéndolo más tarde, es que no tiene cabeza”. Ello ocurre en
todas las áreas de actividad humana, incluso entre los músicos. Un
ejemplo de esto es Bob Dylan.
Bob Dylan, en su juventud, fue uno de
los cantantes más críticos con el establishment estadounidense. Fue,
junto con Joan Baez, la voz del movimiento estudiantil anti Guerra del
Vietnam. Representaba la cultura pacifista y antisistema, muy
generalizada en los campus universitarios de los años sesenta. Era un
movimiento iniciado por los estudiantes de las universidades, que en su
gran mayoría procedían de las familias con más recursos en EEUU. Era,
como la definió Bruce Springsteen, una cultura de privilegio, que se
oponía y rebelaba frente al establishment que dominaban sus padres.
Springsteen, por el contrario,
representaba un movimiento anti sistema de origen de clase trabajadora,
que cuestionaba y criticaba el narcisismo y hedonismo presentes entre
los “flower children” de Berkeley y otros centros académicos. El
conflicto entre las dos culturas era una especie de lucha de clases
dentro del movimiento anti establishment, tal como detallé en otro
artículo “Lo que no se dijo en España sobre Springsteen”, Público (28 de
junio 2013). Estados Unidos, en contra de lo que se dice y escribe en
España, es un país donde la categoría de clase social es determinante
para entender aquel país. Y ello en la gran mayoría de los componentes
de aquella sociedad, que van desde la música hasta el deporte. Así, los
dos grandes deportes en EEUU son el baseball (de origen
predominantemente de clase trabajadora) y el “futbol americano”, que no
es el futbol europeo sino una especie de rugby (de origen de clase media
alta, que se inició en los campus universitarios).
La final de la liga del futbol americano
fue el pasado 2 de febrero, en la Super Bowl, cuando millones de
estadounidenses se pasan casi todo el día frente a la televisión. Es uno
de los días en que cuesta más dinero poner un anuncio en la televisión,
debido al elevado número de televidentes. Pues bien, el anuncio que
creó más sorpresa y más enojo entre las fuerzas progresistas de EEUU fue
un anuncio de la empresa productora de coches Chrysler en el que, con
un chauvinismo ofensivo para muchos otros países, se indicaba que para
ciertos productos de consumo, importantes pero no esenciales, los
americanos pueden depender de productos extranjeros (la cerveza hecha en
Alemania, los relojes hechos en Suiza, o los móviles que se producen en
Asia). Pero para productos esenciales, es decir, para los automóviles,
los mejores productos son los americanos, apareciendo entonces la última
versión de los coches Chrysler. Y el que hacía el anuncio era ni más ni
menos que el mismísimo Bob Dylan.
El anuncio creó gran revuelo e interés
(que era lo que Chrysler intentaba), pero enojó a muchísimos
estadounidenses que están cada vez más hartos del chauvinismo americano.
Señalaron –entre otros hechos- que 1) Chrysler no es una empresa
americana, sino italiana. Es propiedad de FIAT (antes lo había sido de
Mercedes-Benz); 2) que el pueblo alemán hace muchas más cosas que la
cerveza, incluyendo automóviles más eficientes y de mayor calidad que
empresas estadounidenses; 3) que los pueblos asiáticos están hoy entre
los más avanzados en áreas tecnológicas, y así un largo etcétera. Y, por
cierto, que el término americano que se utiliza constantemente en el
lenguaje cotidiano incluye a la mayoría de americanos (que viven en el
sur y centro en lugar del norte de las Américas).
Bob Dylan, que había sido una de las
voces de los años sesenta que denunciaba el chauvinismo del
establishment americano, se había convertido, años más tarde, en su
promotor y portavoz. Y a esta evolución, los conservadores la definen
como “madurez y utilizar la cabeza”, cuando lo que quieren decir es
“abandonar los principios para poder ganar dinero sin ningún tipo de
escrúpulos”. A esto le llaman madurez. Mientras, el nivel de popularidad
y respeto por Bob Dylan ha disminuido notablemente en Estados Unidos.
Termino aquí lo que dije en marzo de
2014. Me parece bien que se celebre al Bob Dylan de su juventud, a pesar
de las limitaciones que tenían sus canciones, resultado de un contexto
político distinto, por ejemplo, al de Bruce Springsteen. Pero lamento
que facetas más tardías de su vida no aparezcan en sus notas
biográficas. Es importante que la historia, incluida la literaria y la
musical, se presente tal como fue, y no como desearía que hubiera sido
el que la escribe.
*
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas Públicas. Universidad
Pompeu Fabra y Profesor de Public Policy. The Johns Hopkins University
* Crónica agraeix al autor que compartixca els seus articles d'opinió amb els nostres lectors
Vicenç Navarro
Autor del libro Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante. Anagrama, 2015
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