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Pedro Sánchez vuelve.... pero Susana Díaz no se irá (todavía) - Juan Rodríguez Teruel

Lejos de ser un déja vu, el regreso triunfal de Pedro Sánchez a la secretaría general altera todos los relatos políticos que se han venido elaborando desde que su defenestración abriera el paso a la actual legislatura bajo gobierno de Rajoy. Muchos analistas han sido tentados por la imagen de una victoria de las bases contra el establishment socialista. Hay precedentes que parecen evocar esa lucha entre contra los de arriba. Quizá referirse a la victoria de Obama ante una Hillary Clinton, que en 2007 daba por segura su nominación como candidata demócrata a las presidenciales, pueda sugerir paralelismos inadecuados. Es más fácil recordar la victoria de Borrell en 1998. No obstante, esta imagen de 'revuelta contra las elites' es poco ajustada a la realidad: cuatro de cada diez afiliados a corriente de pago han dado su confianza a Sánchez, el mismo porcentaje que ha preferido apoyar a los otros dos candidatos. La fractura no es vertical, sino horizontal. 

Esa polarización extrema se ha manifestado con una participación extraordinaria, sin apenas precedentes en otras primarias para líder de partido en España o Europa en partidos de gran tamaño. En diez federaciones (y Melilla) fue a votar más del 80% de la militancia (ver gráfico 1). Nadie podrá discutir la legitimidad que confiere al resultado. Realmente podemos decir que la militancia ha hablado… aunque su voz no resuelva toda la cuestión: ¿cómo debe utilizar el ganador ese amasijo de legitimidad? Si aplica la misma lógica mayoritaria que hemos visto en Podemos y en otros partidos, relegando los perdedores a la oposición interna, Sánchez pronto se topará con ella en los grupos parlamentarios de Congreso y Senado, donde no tiene mayoría, o en los congresos regionales de otoño. En estas horas, todos los analistas deben de estar recetando enormes dosis de integración al secretario reelegido. Todos ellos saben que Sánchez I (2014-2016) no fue suficientemente eficaz en fomentar esa integración en su primer mandato, y tienen dudas. Pero no olvidemos que la integración de facciones en un partido se facilita a través de dos mecanismos: cuando hay verdaderas expectativas de volver al gobierno, o cuando los jefes de los perdedores se van realmente a casa. 

Ninguno de estos dos mecanismos estará operativo en los próximos meses para Sánchez. De modo que deberá dejar entrar en escena a Patxi López para que este ejerza como palanca de legitimación de la mayoría ganadora.
Pero si el problema inmediato del PSOE es evitar la ruptura definitiva del desgarro entre la militancia, el problema de fondo son las razones que han alimentado esa división interna, y que se reflejan en la distribución territorial del voto en estas primarias.

La primera razón es obvia. Las primarias han permitido expresar el rechazo generalizada de la mayoría de las bases del PSOE a lo que sucedió en octubre: la caída del secretario general y la posterior abstención del partido en la investidura de Rajoy. Generalizado significa que Sánchez solo ha sido superado por Díaz y López en sus respectivos territorios, Andalucía y País Vasco (ver gráfico 2). Además, si tenemos en cuenta que Susana Díez era la candidatura que representaba el desenlace ocurrido en octubre pasado, la desautorización es patente: solo supera el 40% de los votos (es decir, un 30% del censo en cada comunidad) en Andalucía, Aragón, Extremadura, Castilla la Mancha y Murcia.
Se trata de una desautorización con connotaciones de largo alcance para buena parte del aparato del PSOE. Si los partidarios de aquella abstención ante Rajoy (y de la maniobra política que la propició) podían tener poderosas razones de interés general o particular para apoyarla, estas no han sido aceptadas por una parte muy importante de las bases (y, como también sabemos, de su electorado). Las consecuencias más importantes son para el futuro: este tipo de maniobras internas van a dejar de son aceptables, porque hay reglas formales que permiten para pasar cuentas por ello. En aquel momento, muchos pudimos haber pensado que la inercia de la real politik aplicada por una parte del aparato acabaría imponiéndose porque siempre había sido así en el pasado. La historia nos enseña que las conspiraciones internas son un medio privilegiado para deponer a los líderes en los partidos.
Pero quizá olvidamos que si algo permite el método de primarias es incrementar la rendición de cuentas de los dirigentes. Primarias significa también que los magnicidios solo podrán acometerse cuando estén legitimados por una parte relevante de las bases. Se ha acabado la impunidad ante decisiones de calado que no cuentan con el apoyo de la mayoría interna. Así, el caso de Pedro Sánchez nos ilustra hasta qué punto la consolidación de la democracia interna ya está produciendo una restricción del margen de decisión de las elites en operaciones controvertidas en un partido acostumbrado a delegar el poder real en manos de los dirigentes territoriales. Este poder conferido por la elección con sufragio directo y secreto queda patente en la diferencia entre los avales (símbolo del poder tradicional de los aparatos) y los votos finalmente recibidos (gráfico 3). En muchas autonomías, el equipo de Susana Díaz recogió más avales que los votos finalmente recibidos, con Andalucía como caso de manual. No todos los que decían que les votarían les han votado. Lo contrario sucede con Pedro Sánchez: sus avales solo eran el indicador de un apoyo popular aún mayor. Algunos de estos votantes de Sánchez quizá incluso avalaron a Díez (y esto solo se puede entender pensando mal acerca de cómo se obtuvieron esos avales). En definitiva, el voto directo y secreto, a veces, cuestionará a los dirigentes y sus tácticas. Ahora lo saben.
No obstante, hay una segunda razón detrás de estos resultados que es clave para anticipar algunos problemas que afrontará la nueva dirección. Sánchez ha forjado su victoria allí donde el PSOE está dejando o ha dejado de ser el partido de referencia de la izquierda: Cataluña, Madrid, Galicia, la Comunidad Valenciana (ver gráfico 4). Y allí los militantes saben adónde se les han ido los votos y quieren evitar ser substituidos definitivamente por Podemos.  Además, son los territorios donde las confluencias autonómicas están consolidándose como referente de la izquierda ante el PP: las Mareas, los Comunes de Ada Colau, el Compromís de Mónica Oltra (con la extraña situación del PSPV, donde Ximo Puig defendía a la candidata que más se alejaba de lo que él mismo trata de representar). Estos territorios nos sugieren que también se ha votado contra la incapacidad de Díez de representar la pluralidad territorial en España. Ha ganado el candidato que hablaba explícitamente de la nación de naciones que Zapatero y González reivindicaron en su momento (quizá con el mismo grado de convicción de Sánchez). Las primarias también pueden hacer emerger temas incómodos en la agenda, si uno de los candidatos sabe aprovecharlo. Puede que Sánchez no tenga claro cómo definir una nación (nada sorprendente en ese chapapote conceptual que suele generar el debate sobre identidades y naciones). Pero ha sabido personalizarlo con eficacia, y esta será su arma de doble filo en los próximos meses, cuando la cuestión catalana alcance la máxima temperatura.
En las próximas semanas, Sánchez acabará de calibrar el alcance de su victoria. Ha ganado con rotundidad, pero su principal opositora sabe ahora que representa, al menos un tercio del partido. Demasiado para dar el brazo a torcer. Susana Díaz seguirá ejerciendo de cabeza interna de la oposición en el partido mientras pueda mantener esa condición. En realidad, las primarias son el primer paso de un proceso que continuará con el Congreso Federal en unas semanas, y las correspondientes asambleas territoriales en los próximos meses. Y luego vendrán las primarias para candidato, que solo serán relevantes si Sánchez ha flaqueado. (Como se explica aquí, el PSOE tiene esa rara idea de hacer votar de nuevo a los secretarios generales para que sean candidatos: un resultado de la forma improvisada en que se ha desarrollado la democracia interna en muchos partidos españoles). Quienes han perdido saben que las derrotas políticas solo lo son cuando se repiten en el tiempo. Con paciencia, muchas se pueden revertir. Pero Sánchez ha recuperado la agenda y con ello cierta capacidad de iniciativa. Y aunque no tiene sillón en el Congreso, estamos viendo cómo eso puede ser un aspecto menor en un parlamento debilitado. Paradójicamente, ahora Pablo Iglesias es el representante institucional en el parlamento, y el secretario general del PSOE el líder que haga oposición desde la calle. Si le dejan.

Juan Rodríguez Teruel es Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Valencia y Doctor en Ciencia Política por la Universitat Autònoma de Barcelona 

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