Miguel Ángel, un buen amigo mío, me envió el otro día un vídeo titulado Mouseland, que muchos conocerán, donde el político socialdemócrata canadiense Thomas C. Douglas cuenta de forma divertida una fábula de gatos y ratones que refleja nítidamente la situación sociopolítica en que seguimos encontrándonos. Años después, Ernesto Sábato dejó escrito algo análogo en su libro Antes del fin, con el mismo objetivo y recursos bastante similares: en el mundo capitalista y neoliberal en que nos ha tocado vivir, regido por lobos, estos pretenden extender a toda costa su consigna “libertad para todos, y que los lobos se coman a los corderos”, mientras algunos corderos aún siguen esperando que los lobos se hagan algún día vegetarianos. A continuación trascribo y adapto libremente la citada fábula de los ratones y los gatos.
Había un lugar llamado Mouseland, donde todos los ratones nacían, vivían, se divertían, trabajaban y morían de una forma bastante parecida a como lo hacemos ahora en este país y en este tiempo. Tenían además un Parlamento, y cada cuatro años eran convocados a las urnas para votar a sus parlamentarios y gobernantes. A eso lo llamaban democracia; es decir, cada cuatro años había elecciones y los ratones votaban y elegían un Gobierno, que, a decir verdad, estaba formado por enormes y gordos gatos negros. Quizá nos pueda parecer extraño e inexplicable que los ratones votasen y eligiesen a gatos como gobernantes, pero no estaría mal a este respecto repasar la historia de nuestro país en los últimos treinta y cinco años para comprobar que los humanos y los ratones a veces nos parecemos mucho.
Los gatos no eran mala gente, se ocupaban de muchos asuntos y promulgaban leyes buenas; más concretamente, leyes que eran buenas para los gatos, si bien eran bastante malas para los ratones. Por ejemplo, una de las leyes decía que la entrada de las ratoneras tenía que ser lo suficientemente grande para que un gato pudiera meter la pata en ella. Otra ley decía que los ratones solo podían moverse a velocidades reducidas, pues así los ratones podían obtener desayuno sin mucho esfuerzo físico. En resumidas, las leyes eran buenas leyes para gatos, pero perjudiciales para los ratones.
Pasaron los días, los meses y los años, y las condiciones de supervivencia de los ratones se iban tornando cada vez más duras, por lo que, al ser convocados a votar en unas elecciones, decidieron que había que hacer algo al respecto. Con paso resuelto, fueron entonces en masa a las urnas, votaron contra los gatos negros y eligieron ilusionadamente a gatos blancos, los cuales habían montado una campaña genial. Por ejemplo, habían explicado que para solucionar realmente las cosas en Mouseland se necesitaba un rescate blando (pues no eran como los ratones griegos), mayor flexibilidad en el mercado laboral y no vivir por encima de sus posibilidades, para lo que era preciso contar ante todo con una visión más amplia del asunto. Resumieron entonces así el problema a los ratones: “el problema en Mouseland estriba en que las entradas de las ratoneras son redondas: si nos elegís, os construiremos unas entradas cuadradas más amplias”. Como estaba en su programa, así lo hicieron los gatos blancos tras ganar las elecciones, de tal forma que las entradas cuadradas fueron el doble de grandes que las redondas de antes, con lo que los gatos podían meter ya no una, sino sus dos patas dentro.
Como la vida de los ratones se hizo cada vez más insoportable, votaron contra los gatos blancos y pusieron a los gatos negros de nuevo, para luego volver a votar a los blancos, que fueron a renglón seguido vencidos por los negros… Ante este panorama desolador, los ratones decidieron dialogar y negociar también con gatos mitad blancos, mitad negros. Y a eso lo llamaron Coalición. Pero tampoco tuvo resultados positivos para los ratones.
Votaron después incluso gobiernos de gatos con manchas, rojos, azules, marrones y de muchos otros colores, sin percatarse de que todos ellos eran gatos que intentaban parecer ratones, pero que a la hora de la verdad solo comían como gatos. En efecto, los ratones no querían entender que el problema no radica en el color que puedan tener los gatos, sino simplemente en que son gatos, lo que explica que solo velen por los intereses de los gatos y no por el de los ratones.
Un día un ratón les propuso algo novedoso en Mouseland: “Compañeros –les dijo-, ¿por qué seguimos eligiendo un gobierno de gatos, en lugar de un gobierno formado por ratones y que trabaje realmente por los intereses de los ratones?”. Tras escuchar sus palabras, exclamaron los ratones: “¡Rayos, es un comunista!”, así que lo metieron en la cárcel, ignorando así que se puede encarcelar a un ser humano o a un ratón, pero jamás se puede meter entre rejas una idea.
Antonio Aramayona – ATTAC CHEG Aragón
* Crónica agradece al autor que comparta su opinión con nuestros lectores
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