Se derrumba el relato de la "prosperidad". Los ideólogos del capitalismo han dejado de prometer, al menos en Europa, que, aunque se generen desigualdades, este sistema hará crecer más y más la prosperidad para casi todas las personas; por el contrario dicen que la prosperidad europea es insostenible, que está por encima de "nuestras posibilidades", que en el mundo actual no podemos permitirnos esos "lujos", de la misma forma que sus alabanzas hipócritas de la democracia y la soberanía popular se han convertido en alabanzas a aquellos que "tienen el coraje de tomar medidas impopulares" contra la opinión de la mayoría. Ahora, su faro y modelo "sociolaboral" es una dictadura dirigida por un partido "comunista", lo que dice todo sobre nuestros capitalistas y sobre esos "comunistas" y sus amigos.
Ha terminado ese relato de "prosperidad", en algunos casos como horizonte al que llegar y en otros casos atribuyendo al sistema lo que en realidad eran logros sociales que había costado mucho esfuerzo y lucha arrancarles. No funciona. No corresponde a las necesidades actuales del capitalismo. Han declarado una guerra y en la guerra tratan de aterrorizar al adversario, que, en este caso, somos las gentes. "Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades", nos dicen, olvidando que en otros tiempos buscaron nuestro voto atribuyéndose el mérito de cualquier forma de "prosperidad" que hubiese, por limitada que fuera. "Se acabó el café gratis para todos", dicen, ocultando que aquí los únicos que han tomado "café gratis" -y mariscadas, y foie, y de todo- han sido los ejecutivos que han cargado suculentas comilonas a cargo de la empresa (y encima descontándolas como gastos y pagando así menos impuestos) y determinados políticos a cargo del dinero público (¿por qué los plenos del Ayuntamiento de Madrid cuentan con un catering? ¿no pueden desayunar en su casa l@s concejales?).
También se derrumba el relato capitalista de una sociedad de "clases medias", que fue compartido por sectores de la izquierda, atados al estereotipo del "proletario con mono", o que no terminaban de entender el papel del trabajo "inmaterial" en la producción de mercancías "no corporeas" y de plusvalor, o que hacían una interpretación incorrecta de la distinción hecha por Marx entre "trabajo productivo" (de plusvalor para el capital), "trabajo asalariado" y "clase obrera", o cuyo nacionalismo les hacía ignorar los procesos de formación de nuevas clases obreras en Brasil, Sudáfrica, Malasia, Corea del Sur, China, etc.
Lo cierto es que en las últimas décadas ha crecido mucho la población asalariada o aquella, que, sin tener en un momento dado esa condición contractual, la comparte socialmente desde la precariedad que implica la carencia de medios de vida propios y la dependencia, para subsistir, de las decisiones de los patrones o del Estado, de aquellos que se han apropiado privativamente la riqueza y el poder. En España, entre 1995 y 2007 la población asalariada creció en torno a un 80%, reduciéndose las verdaderas clases medias, formadas por obreros-patrón, algunos sectores profesionales, etc., y no por asalariados con ingresos algo superiores a la media.
La dificultad para distinguir una "clase trabajadora" no reside en su inexistencia, sino en que la inmensa mayoría pertenecemos a ella y en que en España y algunos otros lugares hemos ganado derecho de presencia en espacios que antes eran "templos" de las élites; sí, a veces, una vez al año o dos, algunos comemos en restaurantes en los que los ricos comen todos los días; sí, a veces nuestra ropa no se distingue tanto de la suya; sí, casi siempre somos más inteligentes y sabemos más que ellos. Pero ha seguido existiendo la diferencia de clase verdaderamente profunda, la que separa a quienes tienen su vida asegurada, la de quienes dependemos de que alguien (patrón o Estado) nos contrate y la de quienes sin estar en esa situación corren el riesgo de caer en ella en cualquier momento si las cosas les van mal.
Ese relato de las "clases medias" ha sido siempre falso. Lo novedoso ahora es la creciente conciencia de ello, un cambio de mentalidades, muy palpable por ejemplo en determinadas franjas del sector público que descubren ahora esa precariedad latente en sus vidas, lo que crea condiciones favorables para la reconstrucción de una autoidentificación como trabajadoras y trabajadores y la identificación entre personas que hasta ahora se han sentido socialmente alejadas.
Igualmente ha empezado a quebrarse la mitología del "capitalismo social", potenciada a través de instrumentos como el accionariado "popular", los fondos de pensiones y otros tipos de operaciones que convirtieron la limitada capacidad de ahorro de las personas trabajadoras en capital que rendía beneficio a los capitalistas sin que quienes cayeron en esas trampas hayan ganado nada con ello y sin que tengan garantías de no perder todo en cualquier momento. Algunos sectores de la población mundial ya lo han perdido: fondos de pensiones quebrados, como tarde o temprano quebrarán todos; estafas al por mayor en la venta de acciones o participaciones preferentes a personas con total desconocimiento del funcionamiento del sistema financiero...
Sin duda, el capitalismo reconstruye y reconvierte sus relatos, de la misma forma que el capital se desplaza desde los sectores menos rentables a los más rentables. El nuevo relato tiene mucho menos maquillaje, es mucho más crudo. Puede resumirse en "¡que se jodan!". El nuevo relato es que no tenemos derecho a nada y que demos gracias si tenemos para comer y un sitio para dormir, porque también eso podemos perderlo. El nuevo relato no es "neoliberal", es capitalista pero en estado puro, sin las cortapisas impuestas por la lucha social hasta ahora.
¿Esperan reconstruir una hegemonía "cultural-ideológica" con un relato tan brutal? Sí, esperan que una vez que tengamos claro que no hay comida y techo para todas las personas, y que hay que rendir tributo a los ricos para que éstos no nos inmolen en sus sacrificios humanos, nos volvamos unos contra otras, nos machaquemos, nos pisoteemos, disputando las migajas que dejan de los panes que creamos pero que ellos se apropien. Y no está decidido de antemano que no puedan lograrlo, que no prosperen nuevas formas de fascismo y tiranía. Pero tampoco está decidido que vayan a ganar, de ninguna manera. Podemos evitarlo.
El hundimiento de los antiguos relatos del capitalismo no significa el hundimiento de éste, pero abre oportunidades alternativas, aunque ningún automatismo conducirá a ellas. Se requerirán esfuerzos colectivos y experiencias compartidas, no para crear otros "relatos" oscurantistas, uniformadores e ideológicos, sino para crear otras convicciones y otras formas de vida y de cooperación a partir de la defensa de lo que habíamos obtenido pero también del esfuerzo para ir más allá. Hay que reconocer lo que no sabemos. Por ejemplo, muchos de los relatos que perviven en la izquierda giran en torno al Estado, aunque en algunos casos se diga que sería de forma "transitoria". Ya sea el relato socialdemócrata de un eterno "Estado de bienestar" compatible con un eterno capitalismo, ya sea el relato estalinista y/o nacionalista que ve "socialismo" en cualquier forma de propiedad estatal, ocultando que ésa no deja de ser otra forma de apropiación por una minoría. Digámoslo claramente: no tenemos una receta para la creación de una sociedad no dominada por patrones ni por Estado, no tenemos una receta para una sociedad no dominada por la búsqueda de la ganancia ni por una planificación vertical hecha desde arriba, no tenemos una receta para una "economía" guiada por la satisfacción de todas las verdaderas necesidades humanas y que permita el libre desarrollo de la capacidad creativa y de iniciativa de cada persona. No tenemos claro qué formas pueda tomar un "común" que, por serlo, no puede ser "estatal" ni "hiperplanificado".
¿Nos debe paralizar eso? ¿Y si quizá no tengamos la receta porque, como el arte, lo común no se construye según "esquema" ni es explicable según esquema una vez que emerge? ¿Y si una sociedad semejante no puede surgir de un "esquema" apriorístico y dogmático? ¿Y si tenemos que experimentar? ¿Y si la idea más subversiva fuese la de que una sociedad construida según "modelo" siempre será unilateral y excluyente, que la forma social constituida debe estar siempre "amenazada", para bien o para mal, por el bullir constituyente de la autonomía individual y colectiva?
No necesitamos un relato "único" de la subversión, ni nuevas mitologías. Antes he hablado de la reconstitución de una "identificación obrera", pero no me refiero para nada al retorno a mitologías sobre "misiones" históricas. No, nadie está "llamado" a nada, no, no es cierto que más pronto o más tarde las clases trabajadoras abrirán el camino a una sociedad mejor, tal vez nos hundamos en la peor de las barbaries. Todo es mucho más sencillo y a la vez más difícil. Si queremos que las cosas cambien, hay que actuar para ello, aún sabiendo que no cambiarán de la forma que tal o cual tengamos prevista. Y si no hacemos nada para que las cosas cambien, también cambiarán, aunque muy probablemente a peor.
Necesitamos una gran cooperación humana para que convivan en libertad y justicia millones de relatos, que no se excluyan sino que se contaminen y estén en constante mutación. Por descontado, no nos van a permitir esa experimentación tranquilamente ni las élites van a dejar de serlo por su propio gusto. No hay liberación sin conflicto social. Y va a ser muy duro.
El factor determinante de lo que ocurra en los próximos años es la evolución del movimiento social, en sus dos facetas: movimiento en tanto que acción, movilización, protesta, rebelión, desobediencia; movimiento en tanto que transformaciones de nuestras mentalidades y generación de nuevos vínculos sociales. El motor de la transformación es el movimiento que viene desde abajo, desde las calles, desde las gentes comunes. Un movimiento que hoy, en España, está muy por delante de cualquier forma más o menos organizada política, sindical o activista. Pero ese es otro asunto.
Ha terminado ese relato de "prosperidad", en algunos casos como horizonte al que llegar y en otros casos atribuyendo al sistema lo que en realidad eran logros sociales que había costado mucho esfuerzo y lucha arrancarles. No funciona. No corresponde a las necesidades actuales del capitalismo. Han declarado una guerra y en la guerra tratan de aterrorizar al adversario, que, en este caso, somos las gentes. "Habéis vivido por encima de vuestras posibilidades", nos dicen, olvidando que en otros tiempos buscaron nuestro voto atribuyéndose el mérito de cualquier forma de "prosperidad" que hubiese, por limitada que fuera. "Se acabó el café gratis para todos", dicen, ocultando que aquí los únicos que han tomado "café gratis" -y mariscadas, y foie, y de todo- han sido los ejecutivos que han cargado suculentas comilonas a cargo de la empresa (y encima descontándolas como gastos y pagando así menos impuestos) y determinados políticos a cargo del dinero público (¿por qué los plenos del Ayuntamiento de Madrid cuentan con un catering? ¿no pueden desayunar en su casa l@s concejales?).
También se derrumba el relato capitalista de una sociedad de "clases medias", que fue compartido por sectores de la izquierda, atados al estereotipo del "proletario con mono", o que no terminaban de entender el papel del trabajo "inmaterial" en la producción de mercancías "no corporeas" y de plusvalor, o que hacían una interpretación incorrecta de la distinción hecha por Marx entre "trabajo productivo" (de plusvalor para el capital), "trabajo asalariado" y "clase obrera", o cuyo nacionalismo les hacía ignorar los procesos de formación de nuevas clases obreras en Brasil, Sudáfrica, Malasia, Corea del Sur, China, etc.
Lo cierto es que en las últimas décadas ha crecido mucho la población asalariada o aquella, que, sin tener en un momento dado esa condición contractual, la comparte socialmente desde la precariedad que implica la carencia de medios de vida propios y la dependencia, para subsistir, de las decisiones de los patrones o del Estado, de aquellos que se han apropiado privativamente la riqueza y el poder. En España, entre 1995 y 2007 la población asalariada creció en torno a un 80%, reduciéndose las verdaderas clases medias, formadas por obreros-patrón, algunos sectores profesionales, etc., y no por asalariados con ingresos algo superiores a la media.
La dificultad para distinguir una "clase trabajadora" no reside en su inexistencia, sino en que la inmensa mayoría pertenecemos a ella y en que en España y algunos otros lugares hemos ganado derecho de presencia en espacios que antes eran "templos" de las élites; sí, a veces, una vez al año o dos, algunos comemos en restaurantes en los que los ricos comen todos los días; sí, a veces nuestra ropa no se distingue tanto de la suya; sí, casi siempre somos más inteligentes y sabemos más que ellos. Pero ha seguido existiendo la diferencia de clase verdaderamente profunda, la que separa a quienes tienen su vida asegurada, la de quienes dependemos de que alguien (patrón o Estado) nos contrate y la de quienes sin estar en esa situación corren el riesgo de caer en ella en cualquier momento si las cosas les van mal.
Ese relato de las "clases medias" ha sido siempre falso. Lo novedoso ahora es la creciente conciencia de ello, un cambio de mentalidades, muy palpable por ejemplo en determinadas franjas del sector público que descubren ahora esa precariedad latente en sus vidas, lo que crea condiciones favorables para la reconstrucción de una autoidentificación como trabajadoras y trabajadores y la identificación entre personas que hasta ahora se han sentido socialmente alejadas.
Igualmente ha empezado a quebrarse la mitología del "capitalismo social", potenciada a través de instrumentos como el accionariado "popular", los fondos de pensiones y otros tipos de operaciones que convirtieron la limitada capacidad de ahorro de las personas trabajadoras en capital que rendía beneficio a los capitalistas sin que quienes cayeron en esas trampas hayan ganado nada con ello y sin que tengan garantías de no perder todo en cualquier momento. Algunos sectores de la población mundial ya lo han perdido: fondos de pensiones quebrados, como tarde o temprano quebrarán todos; estafas al por mayor en la venta de acciones o participaciones preferentes a personas con total desconocimiento del funcionamiento del sistema financiero...
Sin duda, el capitalismo reconstruye y reconvierte sus relatos, de la misma forma que el capital se desplaza desde los sectores menos rentables a los más rentables. El nuevo relato tiene mucho menos maquillaje, es mucho más crudo. Puede resumirse en "¡que se jodan!". El nuevo relato es que no tenemos derecho a nada y que demos gracias si tenemos para comer y un sitio para dormir, porque también eso podemos perderlo. El nuevo relato no es "neoliberal", es capitalista pero en estado puro, sin las cortapisas impuestas por la lucha social hasta ahora.
¿Esperan reconstruir una hegemonía "cultural-ideológica" con un relato tan brutal? Sí, esperan que una vez que tengamos claro que no hay comida y techo para todas las personas, y que hay que rendir tributo a los ricos para que éstos no nos inmolen en sus sacrificios humanos, nos volvamos unos contra otras, nos machaquemos, nos pisoteemos, disputando las migajas que dejan de los panes que creamos pero que ellos se apropien. Y no está decidido de antemano que no puedan lograrlo, que no prosperen nuevas formas de fascismo y tiranía. Pero tampoco está decidido que vayan a ganar, de ninguna manera. Podemos evitarlo.
El hundimiento de los antiguos relatos del capitalismo no significa el hundimiento de éste, pero abre oportunidades alternativas, aunque ningún automatismo conducirá a ellas. Se requerirán esfuerzos colectivos y experiencias compartidas, no para crear otros "relatos" oscurantistas, uniformadores e ideológicos, sino para crear otras convicciones y otras formas de vida y de cooperación a partir de la defensa de lo que habíamos obtenido pero también del esfuerzo para ir más allá. Hay que reconocer lo que no sabemos. Por ejemplo, muchos de los relatos que perviven en la izquierda giran en torno al Estado, aunque en algunos casos se diga que sería de forma "transitoria". Ya sea el relato socialdemócrata de un eterno "Estado de bienestar" compatible con un eterno capitalismo, ya sea el relato estalinista y/o nacionalista que ve "socialismo" en cualquier forma de propiedad estatal, ocultando que ésa no deja de ser otra forma de apropiación por una minoría. Digámoslo claramente: no tenemos una receta para la creación de una sociedad no dominada por patrones ni por Estado, no tenemos una receta para una sociedad no dominada por la búsqueda de la ganancia ni por una planificación vertical hecha desde arriba, no tenemos una receta para una "economía" guiada por la satisfacción de todas las verdaderas necesidades humanas y que permita el libre desarrollo de la capacidad creativa y de iniciativa de cada persona. No tenemos claro qué formas pueda tomar un "común" que, por serlo, no puede ser "estatal" ni "hiperplanificado".
¿Nos debe paralizar eso? ¿Y si quizá no tengamos la receta porque, como el arte, lo común no se construye según "esquema" ni es explicable según esquema una vez que emerge? ¿Y si una sociedad semejante no puede surgir de un "esquema" apriorístico y dogmático? ¿Y si tenemos que experimentar? ¿Y si la idea más subversiva fuese la de que una sociedad construida según "modelo" siempre será unilateral y excluyente, que la forma social constituida debe estar siempre "amenazada", para bien o para mal, por el bullir constituyente de la autonomía individual y colectiva?
No necesitamos un relato "único" de la subversión, ni nuevas mitologías. Antes he hablado de la reconstitución de una "identificación obrera", pero no me refiero para nada al retorno a mitologías sobre "misiones" históricas. No, nadie está "llamado" a nada, no, no es cierto que más pronto o más tarde las clases trabajadoras abrirán el camino a una sociedad mejor, tal vez nos hundamos en la peor de las barbaries. Todo es mucho más sencillo y a la vez más difícil. Si queremos que las cosas cambien, hay que actuar para ello, aún sabiendo que no cambiarán de la forma que tal o cual tengamos prevista. Y si no hacemos nada para que las cosas cambien, también cambiarán, aunque muy probablemente a peor.
Necesitamos una gran cooperación humana para que convivan en libertad y justicia millones de relatos, que no se excluyan sino que se contaminen y estén en constante mutación. Por descontado, no nos van a permitir esa experimentación tranquilamente ni las élites van a dejar de serlo por su propio gusto. No hay liberación sin conflicto social. Y va a ser muy duro.
El factor determinante de lo que ocurra en los próximos años es la evolución del movimiento social, en sus dos facetas: movimiento en tanto que acción, movilización, protesta, rebelión, desobediencia; movimiento en tanto que transformaciones de nuestras mentalidades y generación de nuevos vínculos sociales. El motor de la transformación es el movimiento que viene desde abajo, desde las calles, desde las gentes comunes. Un movimiento que hoy, en España, está muy por delante de cualquier forma más o menos organizada política, sindical o activista. Pero ese es otro asunto.
* Crónica agradece al autor que comparta sus opiniones con nuestros lectores a través de Trasversales
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