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Una noticia pequeña por Beatriz Gimeno

En medio de la que está cayendo voy a detenerme hoy en una pequeña noticia que pasó desapercibida este miércoles. Ese día, una estudiante universitaria se hizo sus necesidades en clase al no disponer de personal de apoyo que la pudiera ayudar. Se fue a su casa llorando, no sabemos si volverá, si sus circunstancias no cambian será difícil. Hasta el curso pasado, las siete personas con gran discapacidad que estudian en la Universidad Complutense disponían de personal especializado que ahora les ha sido retirado por los recortes. ¿Igualdad?

El precepto constitucional que dice que los poderes públicos tienen la obligación de remover los obstáculos que dificultan la igualdad es, demasiado a menudo y simplemente, una broma pesada. Pero aun en los momentos de mayor igualdad social y de más oportunidades, hay personas que nunca somos iguales, simplemente porque nuestros cuerpos o capacidades son diferentes y el universo físico y social que nos rodea no hace el esfuerzo de adaptarse a nosotros y nosotras. Para ser iguales, para poder tener no ya las mismas oportunidades, sino siquiera alguna oportunidad, los poderes públicos deberían hacer sus trabajo y remover esos obstáculos que impiden que se haga realidad el cumplimiento de nuestros derechos: los de las personas con discapacidad. Vivimos en una sociedad en la que ya no se admitiría que alguien negara a un negro la entrada en un edificio y en el que tal pretensión sería denunciable, pero en la que nadie se extraña ni se escandaliza porque existan muchos edificios o servicios públicos a los que las personas con discapacidad no pueden acceder. y no digamos ya de aquellos espacios que son de titularidad privada: restaurantes, cines, locales de ocio, transportes públicos, baños etc. ¿De qué igualdad estamos hablando?

Voy a contar algo que me sucedió el día en que con 17 años hice mi examen de selectividad. Cuando llegué al lugar asignado para el examen me encontré con un edificio antiguo y con que el aula que me habían asignado se encontraba en un sexto sin ascensor. Me tocó ese aula por la inicial de mi apellido. Entonces intenté que me cambiaran a un aula en un piso más bajo. Todo el mundo se puso muy simpático, bedel que llama a un encargado, encargado que llama a un jefe, jefe que llama a un director y un director que dice que es imposible porque cada persona está adscrita a un aula y a un profesor corrector y que si me cambian de aula mi examen puede perderse o puede ocurrir que el corrector me conozca al corregirme o algo así. Han pasado 20 minutos y yo seguía sin empezar. Así que hay que subir, si llego a ir en silla de ruedas no hago la selectividad. Tardé 15 minutos más, llegué temblando y con ganas de vomitar del esfuerzo. Pedí que me contaran el tiempo desde el momento en que me entregaron el examen, me dijeron que no podían hacer una excepción. Tuve que hacer mi examen de selectividad, el que determinaba a qué carrera iba a tener acceso contando con casi una hora menos que los demás estudiantes, a nadie se le movió un pelo de la cabeza ante la evidente discriminación de que se me estaba haciendo objeto. ¿Igualdad de oportunidades? ¿Derechos? Las personas con discapacidad vivimos en una sociedad que nos niega los más elementales derechos continuamente.

De entre todos los derechos con los que batallamos diariamente hay uno que es especialmente importante y en el que deberían concentrarse los esfuerzos por parte del estado. El derecho a la educación es fundamental para nosotros porque ya por nuestras condiciones diferentes tenemos vedado el acceso a un gran número de empleos, así que las posibilidades de trabajar son siempre menores. Más de un 80% de las personas con discapacidad no trabaja, aunque podrían hacerlo perfectamente. Personalmente, y se que muchas personas con discapacidad no están de acuerdo conmigo, odio los juegos paralímpicos. No es que las personas con discapacidad no podamos, debamos, o no nos guste hacer deporte, el deporte estaría bien en un mundo en el que nuestras necesidades más básicas estuvieran cubiertas, pero el deporte no nos da de comer, ni nos ayuda a tener independencia económica, aunque proporcione otras cosas necesarias que no niego. Pero hay prioridades y, sobre todo, hay maneras de ocultar la realidad. Sé que los deportistas paralímpicos se van a enfadar y lo entiendo, pero me parece que los juegos paralímpicos son un escaparate en el que la sociedad (especialmente la “alta” sociedad) limpia su mala conciencia con un simulacro de igualdad al que asisten infantas, nobles y gente rica del COI. Necesitamos becas y accesibilidad total, necesitamos personal de apoyo y justicia real, necesitamos igualdad de oportunidades de verdad. En esas condiciones estaría bien promocionar el deporte.

Hay dinero para rescatar bancos o autopistas, para directivos con sueldos y pensiones de escándalo, para campañas de autobombo, para aeropuertos sin aviones o estaciones sin trenes. No es verdad que no haya dinero, lo que ocurre es que se lo están quedando todo. Esto es la ley de la selva y aquí los débiles se mueren; a menos que lo impidamos, porque somos el 99%.

Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)

* Cronica agradeçe a la autora que siempre comparta sus opiniones con nuestros lectores

 

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