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El sustrato político de una huelga de hambre por Victor Alonso Rocafort de Colectivo Novecento

Ayer jueves se anunció el fin de la huelga de hambre que mantenían cuatro personas en la madrileña Puerta del Sol exigiendo la dimisión del gobierno de Mariano Rajoy. Se cumplían 40 días sin comer para Jorge Arzuaga, el joven que la inició, en una acción que ha generado múltiples adhesiones y también un pequeño debate sobre la idoneidad de la misma.
Jorge en Huelga de Hambre en la Puerta del Sol Madrid
Mañana sábado, justamente, se cumple el noventa aniversario del fin de una de las huelgas de hambre de mayor impacto en la historia europea. Poco después de finalizar laGuerra Civil irlandesa, en octubre de 1923, más de 8.000 presos republicanos opuestos al Tratado anglo-irlandés escogían esta vía de lucha para protestar por su encarcelamiento. Tras el primer mes de ayuno solo la continuaron 200 presos. La huelga se suspendió el 23 de noviembre tras la muerte de dos de ellos. Habían pasado 41 días. La mayoría de los huelguistas lograron la libertad una vez juraron lealtad al nuevo Estado Libre de Irlanda. Aquel centenar que se negó a cumplir esta condición pasaría un año más en prisión.
La huelga de hambre se había convertido en una trágica pero eficaz arma política para los irlandeses. En el decenio anterior unas cincuenta huelgas de hambre habían implicado a cerca de 1.000 prisioneros, algunos de ellos tan célebres como James Connolly, el líder socialista de la Insurrección de Pascua de 1916, o Éamon de Valera, quizá la personalidad política más dominante en el siglo veinte irlandés. Frente a la pretensión de dotar a esta acción de un carácter eminentemente masculino, ya que mostraría la dureza y autodisciplina del ideal en boga, la verdad era que las sufragistas habían sido sus grandes precursoras desde las cárceles británicas a partir de 1909. La huelga de hambre de Lizzy Barker en 1912 sería un punto de salida poco reconocido también en Irlanda.
Autores como George Sweeney señalan que no fue casualidad que la huelga de hambre como protesta política prendiera de forma tan amplia y veloz en tierras irlandesas. En realidad estamos en el momento de eclosión de este instrumento en la lucha política nacionalista dentro del Imperio Británico —el primer ayuno de Gandhi en Sudáfrica es de 1913—, y su propia expansión en la India tras la I Guerra Mundial no fue ajena al ejemplo irlandés.
En Irlanda el culto al auto sacrificio en forma de ayuno estaba arraigado tanto en su vieja cultura celta, en forma de reivindicaciones frente a los poderosos, como en su fuerte tradición cristiana, a partir de la pureza y el poder redentor, penitente, de la abstinencia. La fortaleza que adquirió el nacionalismo a fines del diecinueve, junto con el resurgir del catolicismo y la justificación que los románticos irlandeses hicieron en sus obras a través de la figura del héroe, pusieron las bases para su expansión entre 1913 y 1923. Cuando varios rebeldes fueron ejecutados por los británicos en 1916 —entre ellos el propio Connolly— se sucedieron las misas en su memoria, ligando repetidamente el sacrificio de todos ellos al de Cristo.
Al referirse a las huelgas irlandesas, D. J. O´Neill escribe una línea reveladora: “El aspirante a mártir es un gnóstico que posee una verdad y un destino que se niega a las masas”.
No voy a entrar en el apasionante tema del gnosticismo —podéis encontrar una excelente introducción al mismo en este texto de Juan Dorado— pero sí resulta significativo cómo una lucha política colectiva escogía el camino del martirologio para sumar adhesiones a su causa. En 1917 el funeral por un huelguista republicano muerto tras ser obligado por las autoridades británicas a comer, Thomas Ashe, congregó en las calles de Dublín a decenas de miles de personas.
Según O´Neill, las huelgas de hambre estaban dotando de legitimidad a la lucha política y militar, de autenticidad, ayudando a establecer la verdad e importancia de una causa por la que se daba hasta la vida. Este autor extrae otros elementos interesantes de esta experiencia histórica, comprendiéndola como la última alternativa para un movimiento político entonces aún débil y necesitado de apoyo popular. Para O´Neill este culto al auto sacrificio proporcionaba modelos de emulación, “héroes seculares” que inspiraban a los menos valientes que, al fin y al cabo, se veían ligados a sus mártires, compartiendo algo de su gloria en rituales periódicos de recuerdo y en monumentos donde se los honraba.
La huelga de hambre que condujo a la muerte a diez miembros del IRA en 1981, entre ellos al carismático Bobby Sands, se suele inscribir en esta tradición. Surgida de una decisión colectiva, en un entorno donde había pocas opciones de resistencia, quisieron impedir con esta acción el que no se les considerara meros criminales comunes, perdiendo su condición de prisioneros políticos y todo lo que conllevaba. El apoyo popular fue tal que el propio Sands resultó elegido miembro del Parlamento británico durante la huelga, acudieron 100.000 personas a su funeral y, a día de hoy, se considera que marcó un punto de inflexión en el apoyo popular ofrecido al IRA y al Sinn Fein.
En España las huelgas de hambre, tanto a finales del franquismo como en las últimas décadas, han tenido también como principales protagonistas a los presos. Organizados colectivamente, ha sido habitual este medio de lucha para protestar tanto por las condiciones del encarcelamiento como por reivindicaciones puramente políticas. Es más, a día de hoy alrededor de diez presos de ETA mantienen una huelga de hambre en Sevilladesde el pasado 28 de octubre, principalmente como protesta por el aislamiento al que se les somete desde las instituciones penitenciarias.
Comparado con todo lo anterior, la huelga de hambre que ayer finalizó en Sol tiene diferencias y semejanzas. En primer lugar, no surge de una organización sino que es una decisión individual. Tampoco estamos ante presos que no cuentan con más alternativas de resistencia. Al no estar en prisión, donde se controla la comida, y al optar por no pasar las 24 horas en un sitio público, es más vulnerable al escepticismo que generan estas acciones. Asimismo, quizá es más estricto llamar ayuno que huelga de hambre a una acción que desde el principio tenía una fecha límite marcada: cuando hubiera riesgos para la salud.
Entre algunas de las semejanzas encontramos la búsqueda de apoyo popular desde el sufrimiento auto infligido por una causa política. Se busque o no, las figuras del mártir y del héroe romántico casan con el individualismo de la acción, y las continuas llamadas a la prensa introducen los matices propios de nuestra época mediática donde el crescendo hacia lo espectacular, como supo ver Guy Debord, seduce hasta a los propios movimientos de protesta en un dilema de difícil resolución. La emulación fue tan rápida que los primeros días varias personas se fueron uniendo a Jorge —a quien se reconoce por su nombre de pila— tanto en Madrid como en otras ciudades. A su vez ha despertado un variado y extenso apoyo popular, tanto en la propia Puerta del Sol como en las redes sociales.
Entre las reivindicaciones de los huelguistas se esgrimió la necesidad de volver a salir a las calles como el 15 de mayo de 2011. Para ello se empleaban palabras muy duras sobre la juventud más desmovilizada. Y aquí es donde otra comparación puede tomar sentido.
Los movimientos hasta el momento más exitosos salidos del 15M se han caracterizado por tejer colectivos de base alejados de personalismos. Así, han ido organizando su trabajo a medio plazo, conectando a la gente en ágoras y asambleas, en un trabajo político cotidiano en contra de los desahucios o de las privatizaciones y recortes que ha conectado con gente hasta hace poco despolitizada. La comunicación trata de ser horizontal. Los afectos que se promueven en la sociedad son los de la indignación, sí, pero acompañada de mucha información, de un trabajo riguroso por trazar un relato no manipulado de los hechos, esforzándose por generar propuestas de políticas alternativas y promoviendo que la gente se anime a hacer política desde abajo en sus centros de trabajo, en sus barrios y pueblos. La lástima, como la caridad, son términos que no suelen tener buena prensa en sus acciones. Este tipo de resistencia organizada que se asienta hoy día en España se ha ido nutriendo de una tradición laica, alérgica a los liderazgos y cruzada de movimientos feministas, ecologistas, anticapitalistas y antirracistas, entre otros.
El famoso “sí se puede” tan habitual en la lucha antidesahucios choca de inmediato con la huelga de hambre como instrumento político, pues esta muestra que no se puede más que llevando el propio cuerpo hacia su extinción. Por el contrario, decir que sí se puede indica que unidos, colectivamente, debatiendo y organizándonos en la protesta y las propuestas, es como realmente se logran las cosas.
Dicho todo esto, el que varias personas hayan optado por esta acción de protesta frente al gobierno dice bastante de la situación crítica que se vive en la política española, así como de la falta de alternativas que han encontrado los huelguistas para canalizar su descontento de una forma más eficaz. Debe dar que pensar. Como ya indiqué en este reportaje, mucha gente que generosamente ha apoyado esta huelga, o que les ha mostrado su solidaridad sin compartir del todo sus medios, espera de un modo razonable que tocando varios palos antes o después surja la chispa de una amplia protesta social.
Lo que dudo mucho es que haya que tocar cualquier palo. Si se diera un viraje como este, cambiando de tal modo el sustrato político de las acciones que se emprenden, me parece que se estaría cometiendo un error. Pero siempre puedo equivocarme.
* Crónica agradece al ColectivoNovecento poder publicar estos artículos de opinión y compartirlos con nuestros lectores
 
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