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No era una estafa, era una crisis por Jose Antonio Benzal

Hace unos días volví a escuchar a un relevante activista y politólogo, al que le reconozco muchísimos aciertos y una profundidad de análisis que excede con creces la del autor de estas líneas, esta repetida y conocida frase: no es una crisis, es una estafa. La llevamos escuchando en conversaciones, coloquios y manifestaciones desde el año 2008 y todavía se emplea, aunque con menor asiduidad. Muchos de nosotros nunca hemos estado de acuerdo con esta idea, porque nuestra lectura de la situación pone el foco en el análisis del entramado causal; y no está de más volver sobre ello, retomar el análisis de la situación económica y social, asignando con el mayor rigor posible a los fenómenos que la configuran la condición de causa o de efecto. Lógicamente, toda causa es el efecto de otra causa, y todo efecto, acaba siendo la causa de otro efecto, pero establecer una cadena causal nos ayuda a reorientar nuestra actividad analítica en una dirección más correcta.

Retirarle la condición de crisis económica a la situación que arrastramos desde hace ya más de siete años y reconducirlo a la categoría de estafa, realmente no es denunciar más intensamente, ni rebelarse con mayor vigor, sino justo lo contrario. Si nos conformamos con un análisis que se limita a tratar de ver en comportamientos irregulares individualizables las causas de nuestro marasmo estaremos errando el tiro y seguiremos perdiendo un tiempo que es precioso para encarar una verdadera salida. Pensar que hemos sido estafados implica aceptar dos errores básicos en la lectura de la situación: el primero, que nos encontrábamos ante un modelo capaz de un funcionamiento justo y equilibrado; el segundo, que ese equilibrio y justicia inherentes al modelo, son susceptibles de adulteración por conductas, más o menos extendidas, individuales y conscientes.
La lectura que aquí proponemos consiste en la asunción del concepto de crisis en todo su rigor. Implica en primer lugar, asumir que estamos insertos en un modelo económico, y, por supuesto social, que no es ajeno en su funcionamiento a la crisis económica, sino que éstas forman parte de su normalidad. En segundo lugar implica asumir que no es posible imaginar un modo de funcionamiento del modelo económico capitalista que no tenga efectos lesivos en lo social. Es decir, negar la condición de estafa a la crisis, es afrontar la verdad: que el capitalismo alimenta su maquinaria de sufrimiento, que el sufrimiento social es inherente al sistema económico dominante.
Con la descarnada brutalidad de la riqueza, la conocida afirmación atribuida a Andrew Mellon, millonario, banquero y Secretario del Tesoro de EE. UU. durante el estallido del crack de 1929, explica mucho mejor cómo funciona una crisis que pensar que se trata de una estafa. Según él, era en las crisis cuando los activos volvían a sus legítimos propietarios.

No debemos descartar las terribles y reveladoras enseñanzas que encierra esta idea. Al contrario, debemos de dar la vuelta a la lectura de la crisis en la que nos hallamos envueltos. Hay que abandonar de una vez que la idea de que la crisis, no es más que una anomalía, y que será posible reconducir el modelo a una "normalidad" aceptable y libre de sus consecuencias dañinas. Debemos de asumir de una vez por todas, que lo verdaderamente anómalo es el modelo económico, es imperativo aceptar que es social y ambientalmente insostenible y que si ha habido algo parecido a una estafa ha sido la época de "prosperidad".
Nos hallamos ante una disyuntiva, que es o seguir comprometidos con un modelo económico que nos hace vender nuestra libertad, la verdadera libertad, a precio de saldo, o aceptar que la salida democrática de la crisis implica la ruptura con el modelo económico que hace de la crisis y del sufrimiento social su válvula de seguridad. Sin duda nuestra opción es la segunda, una opción que no será fácil, que implica incluso intensas transformaciones antropológicas, que pueden ser vistas todavía por amplios sectores sociales como renuncia y sufrimiento, puesto que el individualismo adquisitivo se ha impuesto como una segunda naturaleza en nuestra sociedad. Liberarnos de las crisis implicará hacer el esfuerzo, entre otras cosas, de liberarnos del consumismo hedonista y adormecedor. La pesadilla de la crisis no es fácilmente separable de la ensoñación del consumo.
Hay que trabajar en asentar la idea en la sociedad, y en nosotros mismos, que sólo estaremos a salvo de la crisis, de la actual y de futuras crisis, fuera del modelo económico capitalista. No podemos olvidar que sólo mediante la asunción de un modelo económico que ponga su mira en la satisfacción de las necesidades humanas con un enfoque igualitario y solidario, en una escala social y ambientalmente sostenible, estaremos sentando las bases de una vida a salvo de crisis del capital, es decir, de una vida económica verdaderamente libre.
José Antonio Benzal
Miembro del FCSM del País Valencià



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