"La independencia de Escocia no es una cuestión de fronteras o banderas, sino de la vida de las personas y como cambiar a mejor"
Cat Boyd en una reunión en la Cámara de los Comunes .
En la actualidad existe un movimiento político en Escocia que va bastante más allá de lo controlable, que ni siquiera comprensible a través de los mecanismos parlamentarios convencionales, la política reducida a la mera elección-de-un-candidato-cada-cuatro-años.
Muchos de nosotros, al sur de la frontera con Escocia, hemos tenido nuestros sentidos políticos tan adormecidos por las promesas incumplidas de cambio durante tanto tiempo que ha costado mucho que la gente acepte este hecho, pero debemos aceptarlo.
La pregunta del referéndum de septiembre, sí o no a la independencia de Escocia, fue formulada por el primer ministro británico David Cameron para que la alternativa al status quo pareciese tan radical que facilitase la victoria de las fuerzas mas conservadoras. Pero las cosas no han salido como había previsto. La posibilidad de votar sobre el futuro de Escocia ha provocado una movilización popular a favor de un cambio social radical como nunca se había visto en estas islas desde hace una generación.
Las condiciones para esta movilización fueron, es cierto, creadas por el Partido Nacional Escocés (SNP) y su hábil, y estratégica, gestión de la política electoral convencional y los medios de comunicación asociados. No habría referéndum si el SNP de Alex Salmond no se hubiera convertido en el partido de gobierno en el parlamento escocés de Holyrood y utilizado todo su poder de negociación para arrancar el compromiso de un referéndum a David Cameron. Pero como Cat Boyd señaló en la reunión sobre el referendum de Escocia en la Cámara de los Comunes, el movimiento por la independencia que el referéndum ha desencadenado va mucho más allá de Alex Salmond, el SNP o los habituales elementos del nacionalismo.
Cat Boyd hizo estas declaraciones en una reunión en el Parlamento del Reino Unido en Westminster, organizada por la revista Red Pepper y el movimiento openDemocracy para plantear los argumentos a favor o en contra de la independencia de las "entrañas de la bestia". Neal Ascherson dijo en la reunión: "Gordon Brown [el Partido Laborista] ha afirmado que esta es una campaña en favor o en contra del SNP, pero es totalmente erróneo Es una movilización de masas enorme".
El referéndum se ha convertido en una oportunidad para decir NO a una superpotencia cuyo guerras, la más reciente contra Irak, los escoceses aborrecen y a la que, sin embargo, se han visto obligados a participar; la oportunidad de decir NO a décadas de injusticia social y sacrificios en el altar del mercado global a manos de los gobiernos conservadores y laboristas en Westminster, que los escoceses no votaron. Es, finalmente, la oportunidad de rechazar una democracia sin sustancia, en la que los diputados trabajan a 300 millas y están demasiado lejos para rendir cuentas o responder a la presión popular.
Más importante aún, los escoceses han comprendido que lo que tienen que decidir por si mismos, sin la mediación de la clase política, es una oportunidad para imaginar el tipo de sociedad que ellos, el pueblo escocés, podría construir con las nuevas posibilidades democráticas que surjan con la independencia. La fuerza de estas dos dinámicas, el rechazo y el nacimiento repentino de un nuevo imaginario político, es tal que incluso se plantea un interrogante sobre si el SNP de Salmond podrá sobrevivir a la nueva vorágine política.
Sin embargo, los comentaristas políticos, sobre todo en los medios de comunicación de propiedad estadounidense y británica, fingen que nada ha cambiado. Para ellos, es la misma política de siempre. Más hombres de mediana edad en traje gris intercambiando insultos: una batalla en la que los protagonistas son Alex Salmond, y el ex ministro del Partido Laborista y principal portavoz del NO, Alistair Darling.
Me interesé por la campaña escocesa, por el contrario, porque sentía que estaba ocurriendo algo políticamente especial. Se puede ver en la participación de artistas y creadores culturales - directores de teatro radicales como David Greig y periodistas como Joyce McMillan (no los sospechosos habituales) - y de la imaginativa excitación imaginativa de los estudiantes, que me transmitia mí sobrina, que está en el último año de la Escuela de Bellas Arte de Glasgow y que le gusta la ciudad por su vitalidad cultural. Sentí que por fin podría haber una oportunidad para sacudir "los cimientos de Britannia como un coloso pomposo de sangre azul", como Niki Seth-Smith, de openDemocracy, describió la situación.
Los poderosos y militantes movimientos sociales contra Margaret Thatcher, como la huelga de los mineros de 1984-1985 y la rebelión contra el impuesto censitario (poll tax), sacudieron al coloso, pero no pudieron acabar con él. Los partidos de la izquierda no pudieron superar los obstáculos del sistema electoral para convertirse en una alternativa al Partido Laborista que quizás hubiera impedido su cooptación en el consenso neoliberal. ¿Podría el movimiento por la independencia de Escocia ser la piedra de la honda de David que encuentre el hueco letal en la armadura de Goliat?
Nuevas ideas
Esta no ha sido una guerra de aparatos políticos. Ciertamente, la campaña del Sí, a través del Colectivo Nacional de Artistas de Apoyo al Sí, se ha beneficiado de las contribuciones de muchos creadores culturales brillantes, mientras que la campaña del No se ha basado en la difusión de historias negativas sobre sus oponentes con el estilo de los vendedores ambulantes de chismes políticos de Westminster. Pero el poder del Sí es más grande que sus técnicas creativas de comunicación.
Los comentarios de un joven graduado de la Universidad Caledoniana de Glasgow me dieron una idea de lo que confiere su fuerza insospechada a los "David" de la Campaña del Si. Jim Bevington, nacido de padres ingleses en las islas Shetland y que ha vivido en Glasgow durante los últimos cinco años, cuenta cómo pasó de ser un oponente a la independencia más bien pasivo a convertirse en un activista comprometido y entusiasta en la campaña del Sí.
En primer lugar, se dio cuenta de que la independencia no era, como los medios de comunicación dicen, un mero cambio del membrete de las cartas y una puesta al día de la Marca Escocia. Ni siquiera un tema de nacionalismo. "Me di cuenta de que algo muy importante estaba en juego: la oportunidad de sacudir y romper el Reino Unido por primera vez en cientos de años, que tenía que estar informado y comprometerme. Cuando me informé, en la web Radical Independence y asistí a una de sus conferencias, me di cuenta de que no se trata sólo de lo malo que es el Reino Unido, sino de las ideas de la gente acerca de lo que una Escocia independiente podría ser ... nuevas ideas frescas que no tienen ninguna posibilidad de hacerse realidad en el Reino Unido, pero que podrían llegar a convertirse en políticas en una Escocia independiente".
Esta es la esperanza factible que atrae a la gente a organizarse en Comrie, en Ullapool, en Troon, en prácticamente todos los barrios de Escocia para compartir sus ideas, encontrar la manera de dar forma a la Escocia independiente que quieren. La dinámica del proceso es la auto-organización, galvanizados por la sencilla idea de que cada ciudadano residente en Escocia puede votar por un tipo de sociedad diferente. No, como en la mayoría de las elecciones, sólo para elegir entre las élites. La posibilidad de la independencia es un desafío a los votantes escoceses para tomarse en serio a sí mismos y para dar forma a las esperanzas que han compartido de manera informal con amigos y vecinos.
¿Qué es lo que ha desarrollado la autoconfianza para asumir ese reto de dar forma a un nuevo futuro, en lugar de resignarse con un presente familiar pero imperfecto? La respuesta es evidente y se desprende de cualquier experiencia directa de la campaña del Sí. Es un movimiento sorprendentemente generoso de espíritu, creativo, diverso y plural, con un sentido concentrado de propósito común. Tiene muchas plataformas, incluyendo tanto el Sí de la campaña oficial de los políticos y las organizaciones nacionales como la de la Radical Independence Campaign (RIC) , cuyos voluntarios han visitado casa a casa los barrios de clase trabajadora que han sido ignorados por los políticos durante décadas.
Esta variedad de diferentes campañas aporta diferentes circunscripciones a las actividades de RIC: las Mujeres por la Independencia, siempre dinámicas y presentes; el estratégicamente vital Trabajadores por la Independencia , que ahora cuenta con el apoyo de muchos de los principales activistas del Partido Laborista. Además está la Fundación Jimmy Reid , un influyente think tank comprometido tanto con las palabras como con la acción, liderado por el dínamo humano Robin McAlpine, que logra dirigirse a 15 mítines a la semana, cayendo en la cama, según sus palabras, "agotado y con lágrimas de emoción", pero que es capaz de contagiar energía y entusiasmo a todos los que le rodean. La Fundación ha sido capaz de resumir las ideas para una nueva Escocia que han surgido en las reuniones locales en un manifiesto que es un libro: The Common Weal.
Todos estos afluentes alimentan un movimiento popular que carece de un líder carismático. Es un populismo organizado con y gracias a las personas, en toda su diversidad. Su poder reside en sus muchas voces, en la conversación con los demás y con los extraños, y la forma en que la Campaña Radical por la Independencia (RIC) parte de la crítica de alguna característica concreta de la política del gobierno del Reino Unido o de su administración y la convierte en un poderoso argumento a favor de una nueva perspectiva y una solución positiva.
Por ejemplo, uno de los argumento a favor de la independencia es la necesidad de escapar de la burbuja inmobiliaria de Londres, de cómo convertir esta experiencia en algo positivo para Escocia que implica tener competencias macroeconómicas para crear un nuevo tipo de economía sostenible, la creación de empleos de utilidad social y formas de democracia económica.
Del mismo modo, a partir de una crítica del papel imperial de Gran Bretaña en el mundo y la naturaleza unidimensional de las relaciones internacionales de Escocia, mientras Escocia sea parte del Reino Unido, los militantes del movimiento de una independencia radical construyen una visión liberadora que aproveche las oportunidades abiertas gracias a la participación en redes de naciones. Exploran una amplia gama de posibles cooperaciones, que sitúan el debate más allá de la noción de "separación" y de una soberanía nacional univoca y cerrada. Con el ejemplo del Consejo Nórdico en mente, apuntan a la viabilidad de la autonomía como punto de partida de una soberanía compartida y la posibilidad de modificar el equilibrio de poder en todo nuestro archipiélago.
No es seguro que esta energía intelectual, organizativa y esta fuerza de voluntad asociativa sea capaz el 18 de septiembre de lograr una mayoría para el Sí. Yo, y otros muchos ingleses que lo han reconocido públicamente, esperamos que sea así. Pero está claro que no hay vuelta atrás a la vieja política, ni en Escocia ni en el Reino Unido.
Un despertar
Y esto es algo más que una nueva oleada imparable de activismo. Robin McAlpine cuenta que una abuela que participa en la campaña se acercó a él al final de una manifestación pro-independencia y dijo: "Cuando esto termine, Robin, no volveré a mi sofá ". Habla por los millones de personas cuya imaginación ha cambiado.
Hay varias comparaciones históricas que se podrían hacer: el despertar, por ejemplo, de la imaginación feminista en la década de 1970, que cambió para siempre la sociedad y comenzó una revolución aún sin terminar, impulsada por un sentido de lo que podría ser y que todavía no se había conseguido. Las consecuencias de un referéndum de independencia tan reñido, con la probabilidad de que su resultado no sea decisivo, pero que sirva para abrir más y profundizar, en lugar de cerrar, el debate plantea una amenaza muy real a las élites gobernantes del Reino Unido.
Estas elites siempre han gobernado a través de una constitución no escrita: ese es el secreto de su poder y su ininterrumpida longevidad. Como Margaret Thatcher famosamente demostró - con Carta 88 dando la voz de alarma – la existencia de reglas no escritas, acordadas y conocidas sólo por aquellos con poder, implica que los que están arriba pueden hacer lo que quieran, protegido por una opaca cortina de tabús.
Dos características históricas del sistema político británico confieren una especie de áurea sagrada a estas reglas no escritas, haciendo que la idea de cuestionarlas sea impensable. La primera es que la "Corona esta en el Parlamento", lo que permite al primer ministro y su ejecutivo la utilización sin trabas de poderes especiales: para declarar y conducir la guerra, para hacer un gran número de nombramientos y así crear una potente maquinaria clientelar. Más que eso, la sede de la soberanía de la Corona en el Parlamento le da a cualquier gobierno con una mayoría estable la capacidad de gobernar mediante la legislación ordinaria - como desmantelar el gobierno local, como hizo Thatcher - que sería imposible en un estado debidamente constituido y constitucional.
La otra fuente del tabú es la "unión" entre las naciones del Reino Unido, que blinda al Parlamento de Westminster contra una verdadera democracia y el autogobierno. La fuerza de la campaña del Sí y el hecho de que ya se este extendiendo a través de las fronteras y retroalimentando su origen (en el momento de escribir, los lectores de la revista que co-edito, Red Pepper, están organizando un tren de partidarios ingleses del Si para ir a Glasgow y dar todo el apoyo práctico y simbólico que puedan) significará que se volverá a cuestionar la existencia de esta constitución no escrita.
Se ha roto un tabú centenario. Nada puede detenerlo, por mucho que los principales partidos británicos conspiren para restaurar un silencio reverencial. Pero a ambos lados de la frontera, sea cual sea el resultado del referéndum, hay que hacer algo más que hablar de constitución y desafiar sus reglas no escritas. En Inglaterra y Gales hay que recoger el aliento de la campaña del Sí en Escocia y abordar el hecho de que el futuro del Reino Unido es cuestionado de verdad como una invitación a imaginar un tipo diferente de Inglaterra y un tipo diferente de Gales, y diferentes relaciones en y entre nuestras naciones soberanas.
Ya podemos ver en Escocia cómo el acto colectivo de imaginar un nuevo orden social transforma a súbditos desalentados en los arquitectos de un nuevo pacto constitucional. Después de haberles repetido hasta la saciedad durante años que no quieren la libertad y que si la tuvieran no sabrían que hacer con ella, han aprendido que quieren y pueden tenerla. Ya es hora de que el resto de nosotros aprenda la misma lección.
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Hilary Wainwright es coeditara de la revista de izquierdas británica Red Pepper
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