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Construir o recoger una mayoría social por Hugo Martinez Abarca

El domingo 7 de diciembre El País publicaba la primera encuesta en la que Podemos frenaba su crecimiento, que hasta ahora parecía imparable. Obviamente no se puede hacer tendencia de una encuesta especialmente en un tiempo de extrema volatilidad demoscópica. Casi más interesante que la encuesta han sido las interpretaciones de la misma.
Desde las elecciones europeas de mayo Podemos ha sido el foco de atención política de este país: se les ha señalado como amigos de quienes pegaban tiros en la nuca, cómplices de quienes ahorcan homosexuales, totalitarios, represores… pero la interpretación más publicitada de este bajón (real o casual) ha sido que por fin están sometidos a escrutinio público. A saber: que las acusaciones deetarrayatollahbolivarianos habrían salido gratis o incluso rentables pero que el contrato de Íñigo Errejón en la Universidad de Málaga y el supuesto desplante de Pablo Iglesias a Telecinco habrían herido el crecimiento de Podemos.
Cabe otra interpretación, dando por bueno (o al menos por posible) el estancamiento demoscópico de Podemos. Porque lo que ha hecho este último mes Podemos no es sólo transitar por esos dos ridículos escándalos. En las últimas semanas ha habido dos hitos importantes que sitúan una forma de entender la mayoría social con la que pretenden ganar las elecciones generales de 2015.
Uno fue la respuesta a la intervención en el Parlamento Europeo del último teócrata de Europa, el papa Francisco. En vez de defender la dignidad del Parlamento Europeo acompañaron el sermón propagandístico con encendidos elogios a un discurso con buen tono social: algo que resulta obligatorio en cualquier líder no democrático que en plena crisis pretenda hacer propaganda (se podría aplaudir con idéntico entusiasmo cada discurso de Felipe VI en defensa de los emigrantes, de la traducción del supuesto crecimiento en bienestar social…). En algún documento comunicativo interno (pero publicado) de hace meses Podemos alertaba contra la tentación anticlerical (laicista) en un país de mayoría católica (olvidándo que es un país de rapidísimo crecimiento de la incredulidad religiosa y de fuerte tradición anticlerical incluso entre los católicos): es decir, condicionaban, y así lo hicieron, la confrontación con uno de los agentes históricos de opresión popular en España a que tal confrontación tuviera fácil recepción popular.
Otro fue la presentación del borrador de programa económico, que rebaja claramente el tono del programa electoral con el que se presentaron a las europeas. Más allá de la discusión sobre cada corrección, cabe señalar dos elementos del nuevo discurso: uno es la supuesta tensión entre avances sociales y realismo (los cambios son, se dice, fruto de que ahora que puede que gobierne Podemos no se puede prometer cualquier cosa); otro es la continua referencia a la socialdemocracia escandinava como modelo de referencia. Ello no es en absoluto realista (la socialdemocracia escandinava se basaba en una huella ecológica imposible de extender a todo el planeta: había socialdemocracia en Escandinavia porque había pobreza en gran parte del planeta), pero más allá de eso está clara la intención por apartar del imaginario popular la sensación de que el cambio será rápido y radical.
En ambos casos estamos ante una concepción de la mayoría social que podría facilitar cambios electorales pero que haría muy difícil que éstos se tradujeran después en gobiernos de cambio. El cambio que necesita el país no es la mera sustitución de una élite corrupta por una élite decente. Es un cambio de bases que no será nada fácil, que será respondido con todo tipo de ataques: los ataques mediáticos que se observan estas semanas y con orígenes transversales son sólo un dulce aperitivo.
Quienes queremos cambiar el país entendemos perfectamente que hay que utilizar instrumentos comunicativos para disputar la hegemonía ideológica. Hay un hilo que conecta a Gramsci con Laclau (en absoluto incompatibles) que es el que sitúa la tensión entre construir una mayoría social y simplemente recogerla: cambiar la hegemonía, desplazar el sentido común o situarse en el sentido común vigente y disputar el protagonismo del mismo. Cambiar de tablero o querer ocupar la centralidad de este tablero decadente y esencialmente corrupto. No es un debate trivial ni caricaturizable. Probablemente sea tan suicida disputar todos los rincones ideológicos como si fueran centrales como renunciar a modificar todos los espacios importantes del sentido común.
Cuentan que los recientes procesos constituyentes en América Latina hacían muy poquitas propuestas la mayoría digeribles pero acompañadas de un par de propuestas muy razonables pero que de hecho rompían el régimen vigente. En España podrían ser la auditoría de la deuda e impago de la ilegítima, la convocatoria de un referéndum sobre la monarquía, el conflicto territorial… pero alguna propuesta ingestionable por el régimen del 78 tiene que vertebrar el cambio político si queremos que éste suponga la puesta en marcha de una alternativa política real, no sólo retórica como nos tiene acostumbrados el bipartidismo.
Esa opción entre construir o recoger mayoría social, entre alternativa y alternancia, entre cambio político o sustitución de élites tiene su correlato en la política de confluencia. Si a lo que vamos es realmente a un proceso constituyente (cambio político sustantivo) nos toparemos con la más violenta oposición de las mafias políticas, económicas y mediáticas nacional e internacionales. Y sólo será posible resistir si respondemos con la más amplia unidad popular, suma de esfuerzos y tradiciones rupturistas y estructurados mediante la suma de lealtades en torno al cambio político, a un programa, programa, programa de cambio.
Para ello haría falta la inteligencia y audacia para ganarlo todo: un gobierno que pretenda cambiar el país enfrentado al poder municipal y autonómico tendrá un camino dificilísimo salvo que el cambio sea sólo cosmético. No hablo de generosidad. Sabemos por experiencia (propia y ajena) que quien se blinda ante el encuentro con otras fuerzas rupturistas acaba pagándolo también electoralmente porque es percibido, con razón, como un egoísta que antepone cálculos de tacticismo electoral a las urgencias de nuestro pueblo. Quién sabe si pesa más eso que un contrato universitario o un plantón a Telecinco en el primer parón demoscópico de Podemos.
Casi siempre la apuesta o los obstáculos que se pongan a la confluencia política y la unidad popular sirven de termómetro del rupturismo real por el que se apuesta.
Somos compañeros y como tal me atrevo a dirigirme a Podemos, como muchas veces me he dirigido a Izquierda Unida pidiéndole, pidiéndonos, cosas parecidas. A principios de 2014 nadie pronosticaba un mapa electoral como el que parece sólido ahora que terminamos el año. Queda un año muy largo y con hitos de extraordinaria trascendencia como para saber que 2015 puede acabar con un sistema de partidos totalmente distinto al que ahora parece que traerá cambios con la mera inercia. Más nos vale a todos empujar en la dirección de un cambio real si no queremos dar al traste con el año en que podemos cambiarlo todo, un año que, de frustrarse, puede no volver en décadas.

(*) Hugo Martínez Abarca es miembro del Consejo Político Federal de IU y autor del blog Quien mucho abarca.
* Crónica agradece al autor que podamos compartir sus opiniones con nuestros lectores
* publicado primero en LaMarea

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