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Huracán Tsipras de Francisco Louçã

Alexis Tsipras ha echado por la borda los tabúes (¿un gobierno de izquierda imposible en Europa?), los protocolos (el juramento ante las autoridades religiosas) y las tradiciones. No es poco, pero ¿será suficiente? Aunque eso todavía no es nada. Ahora viene lo que se considera imposible: lograr una restructuración de la deuda externa de Grecia de tal envergadura que permita al país inaugurar la postausteridad y recuperar el control de la economía para crear empleo. ¿Está preparado y cuenta con el equipo necesario?
No hay respuesta a esta pregunta, todo son pronósticos. Hasta ahora, Tsipras saca provecho de dos circunstancias únicas que seguramente no volverán a repetirse. Por un lado, descubrió en Angela Merkel a su principal aliada electoral, porque el gobierno alemán no se percata de la suprema insensatez de la arrogancia ante un pueblo en que todavía están vivos quienes recuerdan cómo la esvástica nazi ondeó encima del Partenón. Para cada griego, la chanza de un ministro alemán que dijo "vendan las islas" suena como un eco de ese pasado tenebroso, sobre todo cuando siente la violencia inherente a las reglas dictadas desde Berlín, como la exclusión de los desempleados del acceso a los servicios sanitarios por obra y gracia del programa de la troika. Encima, Draghi dio el golpe de gracia a la coalición entre Nueva Democracia y el PASOK al excluir a Grecia de la bazuca, el nuevo mecanismo de compra de deuda por emisión de moneda, a menos que se sometiera al nuevo programa. Sus enemigos pasaron a ser sus aliados.
El segundo factor, no menos importante, fue la implosión del sistema político y de su centro cuando creció la bipolarización entre la izquierda y la derecha, y bastaron tres años para que aconteciese esto. Desaparecieron sus adversarios. Tsipras hereda de este vértigo dos problemas mayores, ambos inéditos en nuestro mundo, por lo menos en el intervalo de una generación. Si Europa ha pasado a ser la encarnación de la austeridad, ¿qué puede hacer un gobierno de izquierda en Europa? Y si ha desaparecido el centro, ¿puede un partido de izquierda representar la aspiración y la movilización popular llevando a cabo su ambición mayoritaria? Una y otra cosa constituyen una agenda a corto plazo. No hay tiempo para recular ni oportunidad para corregir. De ahí la pregunta: ¿está preparado?
Una vida buscando nuevas soluciones
Alexis Tsipras comenzó su vida política en el movimiento de estudiantes comunistas. Dio sus primeros pasos en Synaspismos (Coalición de Izquierda y Progreso), una alianza efímera entre los dos partidos comunistas y otras fuerzas, que más tarde fue abandonada por el KKE (el partido llamado del exterior, por su vinculación soviética). El núcleo de Synaspismos pasó a ser el Partido Comunista llamado del interior, que rompió con la tutela soviética cuando se produjo la invasión de Checoslovaquia y se aproximó a posiciones eurocomunistas, aunque con acento propio. Un acento que conviene comprender porque es la clave de su evolución futura. Al rechazar la herencia estalinista y buscar soluciones socialistas basadas en la democracia pluripartidista y el anticapitalismo, Synaspismos pasaba página de un siglo en que Grecia, los Balcanes y Europa Central se encorsetaban en la Guerra Fría. Tsipras vivió un periodo en que Synaspismos fue una promesa que cayó del 13 % (1989) y del 10 % (1990), antes de la escisión, al 3,3 %, y luego el modesto inicio de la nueva Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) en 2004. Esta experimentó una pequeña subida en 2007 (5 %) y un ligero retroceso en 2009 (4,6%, cuando Tsipras entró en el parlamento).
Alexis vivió por tanto el entusiasmo de la representación unitaria de la izquierda y después el desengaño de la escisión. Y de nuevo un impulso unificador, aunque iniciado con mal pie: en el Bloco de Esquerda se conoce la leyenda de un dirigente de Syriza que, en 2009, disgustado por el mal resultado, se inscribió también en el partido portugués para militar en ambos, temiendo que la recuperación en Grecia tardara demasiado tiempo. En cualquier caso, la experiencia política de Tsipras ha estado marcada por la búsqueda de convergencias unitarias. Entre victorias y derrotas –más estas que aquellas–, siempre buscando la unidad. Por eso, cuando Syriza comenzó a devenir mayoritaria y acogió a los disidentes del PASOK y tantos otros en estos últimos años de bipolarización, era su idea fundacional la que se confirmaba: ampliación y convergencia para una línea política intransigente en lo fundamental, la restructuración de la deuda. Así fue cómo Tsipras llegó hasta aquí.
 
Vale la pena subrayar que esta tradición contrasta dramáticamente con la de buena parte de la izquierda. Es posible que una anécdota lo ilustre mejor: cuando en 2009 Alexis Tsipras visitó Lisboa y participó en la manifestación del 25 de Abril en la Avenida da Liberdade, le presenté a Jerónimo de Sousa [el entonces secretario general del Partido Comunista Portugués, PCP], que estaba a mi lado en la primera fila. Jerónimo le saludó cordialmente, como era de esperar. Sin embargo, poco tiempo después el KKE [Partido Comunista Griego] pidió explicaciones al Comité Central del PCP por tal comportamiento, considerado indigno. Esa izquierda griega tiene su historia.
 
Momento de decisión
"Lula o Chávez", dice el Financial Times, dando a entender que la política de Alexis Tsipras solo puede ser realismo claudicante o demagogia. Falta imaginación, como si toda la vida fuera una repetición eterna de un juego de cartas marcadas: ni Grecia tiene petróleo para una política distributiva o clientelar, ni tiene el tamaño continental que condiciona a las superpotencias, empezando por la más poderosa de todas, la financiera. Y está por ver si espera facilidades. Y queriendo o sin querer, cómo responderá a la mayor de todas las amenazas –la que el Financial Times ignora al situar sus analogías en la lejana América Latina–, que es la Unión Europea. Porque es en Berlín donde está el problema, como bien han remarcado los militantes de Syriza en plan poético citando a Leonard Cohen: "then we take Berlin…".
 
¿Preparado, entonces?
El programa del nuevo gobierno vive o muere con su propuesta fundamental, la restructuración de la deuda. Pero no solo eso, o solo es eso para ser más: apunta a un plan de inversión y creación de empleo, un alivio de emergencia por razones humanitarias para los parados, enfermos y personas a las que han cortado la luz y, más perturbador para la vieja Grecia, una reforma fiscal que exige alguna forma de control de los movimientos de capitales. Dicho en términos económicos: si el problema es la deuda externa y no solo la deuda pública, entonces es preciso acabar con la dependencia, reduciendo el endeudamiento y reorganizando el sistema bancario, y después relanzar el sistema productivo con inversión, y a corto plazo solo está garantizado el dinero público.
 
Todo ha de quedar resuelto en unos pocos meses: hasta agosto, Grecia tendría que amortizar 6 700 millones de euros al BCE, y sus bancos dependen de la aportación de liquidez por el banco europeo en el día a día. A fin de estar preparado para esta gestión de cortísimo plazo, conjugando la alianza política con su base de apoyo, evitando perturbaciones y cumpliendo su promesa, el primer gobierno que, desde que apareció la troika, es propiamente griego, precisa concentrarse en lo esencial. No se puede permitir el lujo de distraerse y sabe que las negociaciones con la Unión y el BCE serán las más difíciles de su vida.
 
Muchos de quienes le apoyan se sentirán por eso incómodos con la afirmación de Tsipras de que respetará los tratados europeos si se produce una quita de la deuda, pues saben que los tratados son inviables. Mientras tanto, esta línea tiene una explicación: carga en las espaldas de Bruselas y Berlín todo el peso de la solución. Por mucho que en Europa se reafirme ahora la política de austeridad, lo que significa que no puede haber una política constructiva de izquierdas en el marco de las restricciones del euro y de la libertad de circulación de capitales, la primera decisión, que determinará el futuro de Grecia, sigue siendo la de escoger entre un nuevo programa de la troika o la reducción de la deuda. A cortísimo plazo, Grecia exige un huracán y mucha precisión, y es lo que está haciendo. Preparado, por tanto.
 
A largo plazo, la cosa se pone más difícil. Ni Europa sobrevivirá a esta muerte lenta que ha elegido, ni Grecia podrá aceptar un chantaje. Mientras, si la política bizantina no goza de buena fama, es conveniente recordar que en la tierra agreste en que se inventó la primera forma de democracia, esta duró un milenio más que el mayor de los imperios del mundo antiguo, el romano.
Publicado en la revista "E" del 31 de enero del semanario portugués Expresso


 
 
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