Como candidato de IU-UP quiero subrayar la importancia política de este acuerdo y animar a compañeros y compañeras a que voten favorablemente
Mañana (por el 2 de mayo) comienza en Izquierda Unida la consulta sobre
una hipotética confluencia con Podemos y otras fuerzas que ya participan
en una alianza electoral con la fuerza morada. Hasta el miércoles los
militantes y simpatizantes podrán votar para manifestar su apoyo (o
rechazo) a esta posibilidad, si bien el acuerdo final tendrá que ser
ratificado democráticamente cuando se conozcan todos los detalles. Como
candidato de IU-UP quiero subrayar la importancia política de este
acuerdo y animar a compañeros y compañeras a que voten favorablemente.
Ahora bien, considero imprescindible enmarcar esta decisión en un
análisis del presente momento político. Algo que trataré de sintetizar
en cinco tesis.
Tesis primera: la crisis de régimen se resolverá con ruptura o reforma
La crisis de régimen que asola nuestro sistema político encuentra su
origen en las dificultades de la oligarquía para gestionar la crisis
económica y sus efectos. El desprestigio de las instituciones políticas,
desde el Congreso hasta los partidos políticos, está vinculado a la
pérdida de legitimidad de quienes han gobernado y dirigido nuestro país
durante las últimas décadas. Incapaces de convencer, han tenido que
recurrir a la coerción y la represión para mantener el orden -la ley
mordaza o la reforma del código penal son expresiones características de
ello.
Efectivamente, la ciudadanía ya no cree con la
misma convicción en las instituciones que hasta ahora han enmarcado la
vida social y política de nuestro país. Pero no es una simple cuestión
de relato, fe o concepción del mundo. Hay algo más profundo: el
agotamiento de las formas con las que la oligarquía de nuestro país se
articulaba para garantizar la acumulación de capital, es decir, la buena marcha de la economía.
Bajo el modelo de especulación y pelotazo inmobiliario las grandes
empresas y grandes fortunas de nuestro país habían casado sus intereses
con una élite política corrupta y clientelar, todo lo cual era funcional
a un modelo de crecimiento económico que generaba empleo y atraía
rentas del extranjero. La profundidad de la crisis económica ha deshecho
esa red de intereses, levantando al mismo tiempo una polvareda de casos
de corrupción y estafa por todas partes del territorio español.
La clave es entender que lo que se ha deshecho –que no roto- es la
forma realmente existente del Estado, su articulación concreta, para un
momento histórico del capitalismo español. El Estado estaba configurado
de tal forma que permitía y promovía un modelo de crecimiento económico
caracterizado, entre otras cosas, por el endeudamiento privado, la
desigualdad y las burbujas especulativas. Ese modelo se ha agotado y con
él ha perdido sentido la configuración del Estado mismo. Ha entrado en
crisis; en crisis de régimen.
En este punto, las
grandes empresas y las grandes fortunas, cuyos beneficios están en
juego, han suscrito una hoja de ruta –la de las reformas estructurales
neoliberales- que tiene como objetivo recuperar la acumulación de
capital sobre la base del incremento de la explotación laboral y la
pérdida de derechos sociales. Otra vuelta de tuerca: más
privatizaciones, más recortes, más flexibilidad, más desigualdad. Ahora
bien, la economía no opera en el vacío, sino en instituciones políticas.
Eso significa que los cambios económicos, especialmente si son tan
radicales como los que pretenden –pues golpean directamente a la vida de
las personas – tienen que tener un fuerte
respaldo político bien para intentar generar consenso sobre su
inevitabilidad bien para controlar las protestas que provoquen.
Es aquí donde se sitúa el dilema central entre ruptura o reforma. Entre
una reforma encaminada a hacer los cambios necesarios para reajustar el
Estado a las nuevas necesidades de la acumulación de capital,
coincidente con los intereses de las grandes empresas y grandes
fortunas, y una ruptura que plantee una alternativa al sistema político y
al régimen de acumulación, coincidente con las necesidades objetivas de
las clases populares. Obsérvese que la disyuntiva no es entre un
Gobierno de cambio y otro que no lo sea; todos los Gobiernos y
alternativas son de cambio. Un proceso político de restauración o
reforma es precisamente eso: la salida de la crisis de régimen con un
Estado rearticulado, legitimado y funcional a la acumulación de capital
en su nuevo tipo.
Ahora bien, la oligarquía no ignora
que su hoja de ruta conlleva un cambio radical en el orden social mismo,
puesto que significa hacer saltar todas las costuras del Estado Social.
Por esa misma razón el informe del FMI de agosto de 2013 sobre España
puso de manifiesto la necesidad de preservar el soporte político –el
bipartidismo, apuntaba entonces- así como preparar las medidas
coercitivas necesarias para atajar las protestas sociales. A ello me
referiré en las tesis segunda y tercera.
Tesis segunda: la crisis de gobernabilidad es una oportunidad
En agosto de 2013 el FMI alertó de los riesgos de freno en las reformas
estructurales que habían comenzado en 2010 con el PSOE en el Gobierno.
En el mismo informe que proponía un recorte brutal de las pensiones
-propuesta satisfecha apenas unos meses después por el Gobierno del PP-
el FMI indicaba su preocupación por la debilidad del bipartidismo y por
los posibles estallidos sociales. En cierta medida era un reconocimiento
de que las reformas estructurales necesitaban un soporte político
específico, que a juicio del organismo internacional residía claramente
en el bipartidismo.
Lo que subyacía en esas
preocupaciones era la idea de que el bipartidismo era el instrumento
político ideal para casar las necesidades de la economía –desde la
óptica del FMI, coincidente con la de la oligarquía española- con el
ejercicio del poder en el Gobierno. Existiría, en definitiva, una suerte
de correspondencia entre los intereses de la oligarquía y las
decisiones del bipartidismo. De este planteamiento han nacido ideas como
la de la Gran Coalición, que en otros países ya ha sido experimentada.
Sin embargo, lo que estamos viendo en nuestro país es una crisis de
gobernabilidad, es decir, la incapacidad de conformar un Gobierno. Algo
que revela que no existe esa correspondencia directa. Este es un rasgo
característico de la crisis de régimen: los intereses de las grandes
empresas y grandes fortunas chocan con los aparatos de unos partidos que
están sufriendo la deslegitimación ciudadana y cuya preocupación
esencial es su propia supervivencia y reproducción. Así que aunque uno
esperaría ver a Rajoy dimitir y que su sustituto/a apoyara el pacto
C’s-PSOE, que es por cierto la expresión más clara e inteligente de
restauración del régimen, finalmente eso no sucede.
Esta situación es, sin duda, una oportunidad política para
cortocircuitar la operación neoliberal y frenar sus reformas
estructurales en nuestro país. Abriéndose hueco en esta crisis de
régimen es posible plantear una articulación nueva de intereses, desde
las clases populares y desde abajo, que dispute el poder político a
quienes, de momento, son incapaces de representar corresponsablemente a
la oligarquía. Así, lo lógico es pensar que la alternativa se construye
articulando, sumando, acumulando en torno a un proyecto político común a
los sectores sociales golpeados por la crisis en sus diferentes
ámbitos. La oportunidad estará abierta mientras la crisis de régimen
siga expresándose en aspectos como la crisis de gobernabilidad.
Tesis tercera: las respuestas populares son el motor del cambio
La crisis y, sobre todo, la gestión neoliberal de la crisis no solo ha
causado un cambio en las condiciones de vida de las clases populares
sino también estallidos sociales de diverso tipo. Los recortes y el
desempleo han provocado un crecimiento notable de las movilizaciones en
los últimos años, la mayor parte de las veces en forma sectoriales (como
mareas, antidesahucios, huelgas generales…) pero otras veces de forma
global (15-M, Rodea el Congreso, Marchas por la Dignidad…). El mensaje
parece evidente: la ciudadanía está respondiendo políticamente a la
crisis y sus efectos.
Pero eso no significa que
estemos ante una respuesta necesariamente consciente, en términos de
proyecto político, sino más bien ante la simple manifestación de la
frustración de quienes son golpeados por la crisis. Hemos dicho ya que
en la habilidad de articular esas diferentes reivindicaciones bajo un
proyecto político coherente está la clave. Y ahí no hay nada escrito de
antemano.
Los partidarios del proceso de restauración o
reforma tratan de convencer a las clases populares de la necesidad de
que se resignen ante su nueva situación o incluso para que sigan
confiando en un porvenir mejor. Mientras eso sucede emergen distintas
opciones de ruptura cuya retórica política está basada siempre en la
protección de las clases populares. Pero la sustancia política es muy
diferente si esa opción procede de la derecha o de la izquierda. Del
primer tipo estamos viendo un crecimiento espectacular en toda Europa
con la proliferación de partidos populistas de ultraderecha, xenófobos y
fascistas. Del segundo tipo hemos visto procesos esperanzadores en el
mediterráneo, especialmente en Grecia y España. Esta es, sin duda, la
batalla política más inmediata: la de la representación política de las
clases populares.
Para lograr vencer en esa batalla es
necesario combinar dos estrategias políticas: las estrategias
discursivas y las prácticas políticas de inserción en el conflicto. Ni
es posible representar a las clases populares si éstas no entienden –o
rechazan- las palabras que pretenden transmitir el proyecto, ni tampoco
es posible representarlas si no hay una imbricación directa con la vida
cotidiana de los representados. Al fin y al cabo, la subjetividad se
construye en la práctica y, particularmente, en el conflicto; es lo que
los clásicos llamaron filosofía de la praxis.
En
definitiva, el instrumento de transformación ha de parecerse más a las
formas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), bien
equipada de una estrategia discursiva, que a una simple maquinaria
electoral que se desentienda de los espacios vitales de conformación de
ideología.
Tesis cuarta: la unidad popular es el nombre de esa estrategia
Entender que la articulación de los sectores sociales golpeados por la
crisis no se puede hacer desde el laboratorio, sino desde la praxis, es
básico. La unidad popular no es una consigna de comunicación política,
ni tampoco un sujeto político, sino una estrategia de articulación que
se desarrolla en planos diversos.
Por un lado, la
unidad popular se practica en las movilizaciones en defensa de los
derechos, sean los servicios públicos, las condiciones laborales o los
derechos políticos. Es ahí donde confluyen diversos sectores y donde se
teje cierta unidad en la diversidad: en torno a la defensa concreta de
un objetivo político. Pero no solo es eso. Parar un desahucio, ir a la
huelga, protestar contra la privatización de la sanidad o exigir el fin
del voto rogado no son solo estrategias que funcionan si se alcanza el
objetivo concreto, sino que en sí mismas ya transforman al individuo y
al colectivo que se ve involucrado. Crean subjetividad.
Por otro lado, la unidad popular debe tener expresiones electorales, es
decir, debemos ser capaces de trasladar a las instituciones los
reflejos unitarios de las movilizaciones. Al fin y al cabo, tampoco es
posible transformar la realidad legal si no se ganan las instituciones. Y
es aquí donde llegamos al punto de discusión central de estos días: la
necesidad o no de articular electoralmente a organizaciones distintas en
torno a un proyecto político concreto. Mi opinión es firme y
contundente: es posible y necesario.
Los éxitos
electorales de las confluencias municipales son expresión de un clima
social que beneficia la proliferación de proyectos rupturistas y de
transformación social. Es la oportunidad para aprovechar la crisis de
régimen también institucionalmente.
Una confluencia
Podemos-IU tendría la capacidad de movilizar y tensionar a gran parte de
la sociedad, de cara a disputar efectivamente el Gobierno a los
partidos del régimen que están embarcados en un proceso de reforma.
Llegar al Gobierno supondría la paralización inmediata de los
desahucios, la paralización de la privatización de las entidades
financieras rescatadas, planes de empleo y un mensaje muy claro para el
resto de Europa. Es decir, supondría un punto de inflexión no solo
nacional sino también internacional.
Tesis quinta: Izquierda Unida es un instrumento para la ruptura democrática
Hemos visto el precipicio. Cuando acepté ser candidato a la Presidencia
era consciente de las dificultades exógenas y endógenas que
enfrentábamos. Sufrimos importantes varapalos electorales, pero logramos
aguantar el 20-D con enorme elegancia y respeto gracias a una
militancia de oro que supo entender el momento político y la necesidad
de preservar el instrumento y la cultura política de IU.
Ahora nos encontramos en otra fase. Fortalecidos por el creciente
respaldo que evidencian las encuestas y, sobre todo, por la coherencia
política demostrada en los últimos años, en Izquierda Unida debemos
afrontar al menos dos retos esenciales.
El primero,
nuestra organización debe adaptarse al nuevo contexto socioeconómico por
el que atraviesa nuestro país. Estamos ante una fase distinta del
capitalismo, distinta de la de 1986, y hemos de adecuar el instrumento a
estas nuevas condiciones. Esa es la tarea de la asamblea federal que
está teniendo lugar en estos momentos y en las que nuestra candidatura
propone una transición hacia un movimiento político y social que permita
articular a las clases populares a través de la inserción en el
conflicto social (tesis tercera).
El segundo, nuestra
organización ha de trabajar para la ruptura democrática y no para la
restauración del régimen. Eso significa que debemos ser audaces y
valientes a la hora de trabajar con otros proyectos distintos en el
marco de la ruptura con el régimen, y no resignarnos a ser una reducida
expresión electoral cuya máxima aspiración sea la de facilitar gobiernos
de la izquierda del régimen. Es comprensible que determinadas culturas,
como la carrillista, sigan teniendo eco en nuestra organización, pero
sus prácticas políticas no son ni de lejos lo que ahora mismo necesitan
las clases populares de nuestro país. Por mucho que se enmarquen en
retóricas histriónicas y sobreactuadas, llenas de consignas litúrgicas
sin coherencia conceptual, las propuestas anticonfluencia solo pueden
desembocar en el fortalecimiento del lado amable del régimen. Ese mismo
lado que, como eslabón débil del régimen, tiembla ante la posibilidad de
que un proyecto político diverso pero compacto y de ruptura pueda
arrebatarle el espacio político. No olvidemos, en ningún momento, que
Izquierda Unida nació como espacio de convergencia y para superar el
capitalismo, no como instrumento autoreferencial para el apoyo de los
proyectos socioliberales.
Conclusiones
Esta no es una crisis cualquiera, sino una crisis de régimen. Lo que
quiere decir que no solo afecta a las políticas económicas sino al
espacio político mismo. Nuestro país se encuentra en una encrucijada
política en la que tiene que optar por la reforma o la ruptura
democrática. La reforma garantizará los fundamentos de la acumulación de
capital en las nuevas condiciones –más flexibilidad y precariedad-
aunque se adorne con cambios de caras y hasta con cesiones democráticas.
La ruptura, en cambio, provocará un punto de inflexión en el avance del
neoliberalismo por todo el país y la propia Europa.
La ruptura es un
momento de esperanza mientras la reforma es un momento de pálida
resignación.
La confluencia es una estrategia
política, no un sujeto político, y tiene que ver con la necesidad de
preservar las conquistas sociales y poner en marcha un proceso
constituyente que democratice la propia relación económica. La
confluencia se da entre distintos, y es incluso contradictoria en
algunos rasgos; de ninguna forma es un acto puro y sobrio. Por el
contrario, es diverso, plural y rico en matices. Pero también es firme
en su proyección política, lo que lo hace la única estrategia válida
para enfrentar al enemigo de las clases populares: el proyecto político
neoliberal que encarna el régimen actual.
Sobre los y
las militantes de Izquierda Unida descansa ahora una parte importante y
necesaria de la responsabilidad moral y política con las clases
populares. La tarea es inmensa, y la urgencia aún mayor. Las esperanzas
de mucha gente están depositadas en la audacia y habilidad que tengamos
los que luchamos por un mundo más justo desde diversas trincheras. La
esperanza de que ante esta próxima campaña electoral seamos coherentes
en las decisiones que nos corresponden.
Salud y República.
Alberto
Garzón, candidato de Unidad Popular -Izquierda Unida a la
Presidencia del Gobierno @agarzon *, siendo actualmente diputado
*
Economista nacido en Logroño (1985) y criado en Andalucía. Máster en
Economía Internacional y Desarrollo por la Universidad Complutense de
Madrid y actualmente portavoz en las comisiones de Economía, Hacienda y
Presupuestos en el Congreso de los Diputados. Comprometido con la tesis
número 11 sobre Feuerbach, de Karl Marx. Luchando por construir la
unidad de una izquierda coherente, rigurosa, austera y responsable y que
sea capaz de sentar las bases de otro mundo posible y necesario.
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