Anda circulando por la red un vídeo con una de esas entrevistas a “ciudadanos anónimos” en la que una señora cuenta varias cosas.
En primer lugar que a ella, que también es pobre, le escandaliza que
desahucien a una persona de 80 años por haber avalado la hipoteca de su
hijo; en segundo lugar, que “de política no sé nada pero sólo sé que
vienen a embolsajarse [parece que se refiere a meterse en el bolso
propio lo que es de todos] y embolsajarse y embolsajarse…. ¡y a pagar el
pobre!”; y en tercer lugar que “por eso voté al PP, porque más vale
malo conocido que bueno por conocer y lo celebré y aplaudí y todo”.
Como era previsible el efecto del vídeo es generar la lógica risa.
Esta señora no tiene ni idea, pensamos de primeras: si votas al PP, no
digas que defiendes a los pobres y a los desahuciados frente a los que
están en política para robar y que pague el pobre.
Quién no se ha reído en algún momento cruelmente de gente así. Quién
no ha dicho eso de “ser más tonto que un obrero de derechas” y se ha
sentido confortable con portadas de revistas satíricas que tienen vetado
hacer escarnio de reyes pero se permiten llamar gilipollas a los
votantes del PP y del PSOE a toda portada: algo sin duda legítimo en una
sátira, tentador en la barra de un bar y suicida para quien quiera
comprender qué pasa.
Por supuesto quienes tomamos a nuestro pueblo como mayor de edad,
consideramos a nuestros compatriotas responsables de sus decisiones. Ser
demócrata no quiere decir que el pueblo siempre lleve razón sino que el
pueblo es el único legitimado para que sus decisiones recaigan sobre lo
colectivo. Esas decisiones pueden ser erróneas o acertadas: tan
erróneas o acertadas, al menos, como cuando es una élite la que toma
decisiones sobre todo un pueblo pero esta vez sin legitimidad. El pueblo
no es el que más acierta, sino el que más ordena. Por eso quienes
pensamos que el pueblo debe mandar y que lo acertado por nuestra parte,
como pueblo, sería que adoptáramos otro tipo de decisiones lo que
tenemos que hacer no es mirar con arrogancia y desdén a esa parte de
nuestro pueblo que no toma esas decisiones sino intentar entender qué
mecanismos están operando para que solo una minoría (¡una minoría mucho
mayor de la que habríamos soñado hace poquísimo tiempo!) apueste por
cambios democráticos que conduzcan a mayor libertad, igualdad y derechos
humanos para sí. Y una vez entendidos esos mecanismos, combatirlos para
facilitar decisiones más racionales y, por tanto, libres de nuestro
pueblo, es decir, para buscar más democracia.
Estos días se escucha una suave crítica a Pablo Iglesias
por decir que intuye que buena parte de la pérdida de voto de Unidos
Podemos ha sido porque a gente a la que gustábamos como voto protesta le
ha dado miedo apoyarnos cuando el voto podía colocarnos en el gobierno,
hacer del cambio retórico un (intento de) cambio político real. Se
critica que “Pablo Iglesias evita la autocrítica”.
Sólo quien no haya leído y escuchado la transparente hipótesis de
trabajo con la que funciona Podemos puede pensar que eso no es una dura
constatación de no haber cubierto los objetivos pese a que fríamente los
cinco millones de votos y 71 diputados sea un resultado
maravillosamente histórico en este país. No habría ese resultado
histórico si el objetivo de Podemos hubiera sido estar muy satisfecho de
llevar razón y darse golpes de pecho exhibiendo tanta luz y coherencia
en vez de soltar los enganches ideológicos del poder en el pueblo,
romper inercias de automutilación y sustituirlas por nuevas gramáticas y
estructuras políticas que fuesen eficaces en intentar que lo que
pensamos que es razonable parezca razonable a nuestro pueblo. Esto
último, por cierto, debería ser el empeño de todo ciudadano demócrata.
El objetivo era ganar estas elecciones, esta prórroga. No era una
locura: había datos para pensar que era posible y dimos esa batalla que
poco antes habría sido impensable. Si fracasar es frustrarse una
pretensión, hemos fracasado en nuestra pretensión de que nuestro pueblo
diese el paso en una proporción suficiente hacia el bloque de cambio
representado por Unidos Podemos. Quien piense que no hay autocrítica en
el “hemos dado miedo” no ha entendido nada de lo que hemos hecho y vamos
a seguir haciendo para intentar que una mayoría social se identifique
con el proyecto de cambio que, pensamos, le beneficia y que siga
pensando que dan menos miedo estos falsos moderados que tanto les han
quitado. Si damos miedo es porque algo no nos ha funcionado como
intentamos más allá de los instrumentos del poder con los que ya
contábamos.
Parece haber consenso en que se cierra el ciclo de frenesí electoral
de estos años (excepto para los gallegos y vascos, pobrecitos míos).
Quizás estemos pecando de exceso de confianza en los partidos turnistas y
su capacidad de formar, esta vez sí, gobierno. Pero asumamos como, al
menos, muy probable que, por fin, va a haber un poco de tiempo para
pararse a hablar, pensar, tejer y hacer.
Tendremos que convenir que es poco menos que imposible construir un
pueblo en dos años como los que dejamos atrás en los que no hay más que
procesos electorales crecientemente históricos. Ha habido tiempo de
construir un gran relato pero ni siquiera ha habido uno sólo sostenido
en el tiempo debido a las cambiantes condiciones políticas y sociales en
unos años muy dignos de ser estudiados. En ningún caso ha habido
condiciones para construir un pueblo con un relato de país distinto. Eso
lleva tiempo y se construye con pausa.
Cuando escuchamos, con distintas palabras pero con contenidos muy
parecidos que lo que toca es pasar de ser partisanos a ejército regular o
que el Podemos que ganará un gobierno tiene muy poco que ver con el
Podemos maquinaria electoral que hemos conocido, probablemente no
debamos pensar sólo en el Podemos “partido institución” sino en la tarea
de construcción de pueblo que ahora, por fin, tenemos condiciones de
poner en marcha de acuerdo a una hipótesis política profundamente
compartida por muchos matices que surjan.
Esa construcción de pueblo no pasa sólo por la imprescindible
estructuración del partido como organización que sustente la titánica
tarea que hay por delante y garantice su perdurabilidad en el tiempo.
Eso es fundamental pero no es suficiente. Construir pueblo necesita
mucho más que una estructura de partido: necesita espacios de
construcción de identidad que van desde la cultura y los medios de
comunicación hasta los bares y los espacios de ocio, necesita
referencias en los centros de trabajo y en los sindicatos, tejido
empresarial, universitario, intelectual, construcción de memoria de
España emancipadora, diversa, ilustrada… Necesitamos construcción de
país.
El reto de construir pueblo implica luchar por una nueva cultura que
no busque que la señora de ese vídeo se levante un día diciendo “es
verdad, llevo toda la vida siendo gilipollas” sino que, simplemente, los
parámetros que le llevaban a tomar decisiones políticas (parámetros que
suelen estar mucho más en lo cultural, religioso o nacionalmente
asociado a “la derecha” que en los valores morales de ésta y por
supuesto que en tomas de decisión lógico-racionales y por eso la
retórica izquierda-derecha resulta funcional al poder) ya no operen como
ataduras del poder para conseguir un pueblo encadenado. Es
imprescidible difuminar la gramática política que cristaliza en el 15M. Y
lo tenemos que hacer con el tino y las flexibilidades suficientes para
que ello no suponga una tensión con los cinco millones de ciudadanos que
ya han optado por el cambio: esa es una joya cuya preservación es
prioritaria y en absoluto incompatible con esa construcción de pueblo,
todo lo contrario.
Para eso, por fin, hay tiempo. Y las condiciones de partida, el
reparto de cartas tras este ciclo electoral, son tremendamente
favorables: cinco millones de votantes, 71 diputados nacionales, muchos
diputados autonómicos por toda España, los gobiernos municipales más
importantes. Tenemos unos cuadros dirigentes cuya capacidad, coraje y
unidad han conseguido cosas inimaginables hace poco. Y sobre todo miles
de militantes que buscan horas debajo de las piedras para un proyecto de
país en el que creen: esas horas por fin no serán sólo para campaña
electoral. La tarea que se abre es una responsabilidad histórica quizás
mayor que la que se ha logrado desarrollar hasta ahora y exige toda
nuestra generosidad mirando hacia afuera, hacia arriba y hacia mañana.
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