Murió Rita Barberá. Era un ser humano cuya muerte han debido de
sentir sus seres queridos (familiares, amigos, compañeros…) incluso
gente que sin conocerla directamente le tuviera aprecio personal.
Humanamente es una mala noticia como lo es cualquier muerte.
Políticamente también es una mala noticia: Rita Barberá no ha sido
juzgada y por tanto su participación en las tramas del PPCV se salda con
la impunidad; además es una mujer que necesariamente sabía mucho sobre
esas tramas y se muere con un montón de secretos que habrían sido
valiosísimos para la justicia. Es una pésima noticia se aborde desde la
perspectiva que se aborde y eso no merece ninguna discusión.
Nada tiene que ver con esa valoración el debate sobre
los minutos de silencio que surje por los celebrados por Rita Barberá
pero que merece una reflexión más amplia. Cuando se producen muertes
relevantes se suele evitar el debate sobre minutos de silencio ni sobre
funerales de Estado (siempre religiosos y de confesión católica
independientemente de la religiosidad o no de quien haya fallecido) dada
la dificultad que rodea a la muerte, sobre la que sólo cabe decir
frases hechas y topicazos que, encima, devalúan las frases bonitas que
se dicen sobre alguien que sí lo merece porque aunque no lo mereciera se
habrían dicho igual. Pasados unos días nadie recuerda lo anecdótico y
por tanto es un debate que nunca se hace.
Los minutos de silencio son una forma de expresar un sentido común.
El Congreso de los Diputados, del que nunca fue diputada Rita Barberá,
guardó un minuto de silencio por su muerte. Se expresa así, en primer
lugar, un sentido común de pertenencia: se coloca a un lado u otro de
“los nuestros”, las muertes que merecen una honra institucional. A nadie
se le habría ocurrido proponer minutos de silencio por Jesús Gil, otro
alcalde de una importante ciudad española, por ejemplo: Jesús Gil no era
de “los nuestros” afortunadamente.
El problema no es que no haya un criterio rígido: a la muerte de
Barberá se guardó un minuto de silencio, a la de Labordeta, que sí había
sido diputado. Hay muertes de personas que no pertenecían a
instituciones pero que es importantísimo que éstas muestren que su
muerte es un asunto institucional, como pueden ser las víctimas de
determinados crímenes (violencia machista o terrorismo, por ejemplo). Es
connatural a las instituciones públicas la construcción de un sentido
común, una identificación de los hechos que son dolorosos o agradables
para la nación, los héroes y los villanos. Cuando un diputado de ERC
paró para hacer unos segundos de silencio por el aniversario del
asesinato de Lluis Companys, un diputado del PP interrumpió con una
“¡Viva España!”. Son dos sentidos comunes distintos: el de quien
defiende a su país homenajeando a un cargo democrático asesinado por una
coalición de nazis y fascistas y el de quien no tolera esto pero sí
exige ese silencio para quien murió de forma natural investigada por
haber blanqueado dinero para financiar ilegalmente su partido.
Guardar un minuto de silencio en las instituciones tiene menos de
homenaje personal que de construcción de sentido común de época. Y en
ese sentido común hay que rechazar que se guarde un minuto de silencio
por una persona como Rita Barberá. Más allá de lo personal, que sólo
merece respeto y afecto para quienes sufren por su muerte, en lo
político Rita Barberá fue uno de los vértices del saqueo del país, de la
puesta de las instituciones al servicio de minorías y tramas corruptas
mientras la ciudadanía valenciana veía deteriorados todos sus servicios
públicos y sus condiciones de vida.
La defensa republicana de las instituciones pasa por entender que
quienes han participado del saqueo no han trabajado en las instituciones
sino contra ellas. Lógicamente y por pura humanidad, las instituciones
no pueden reaccionar ante una muerte, ante ninguna, más que con respeto,
sin escarnio alguno, por supuesto. Pero la construcción de
instituciones republicanas, la defensa de la democracia, de lo público…
pasa por la construcción de un sentido común que no incluya a quienes
han atacado a las instituciones invirtiendo su papel y poniéndolas
ilegítimamente al servicio de minorías poderosas y corruptas.
Para eso sirven los minutos de silencio institucionales, a quién se
pone o se quita una calle, una placa… No sé cuál es la mejor manera de
poner los instrumentos de construcción de sentido común al servicio de
la democracia. Es un debate relativamente menor, aunque creo que si me
hubieran preguntado habría apoyado no participar en esos minutos de
silencio (sabiendo que hay razones para defender lo contrario): sobre
todo por humanidad con gente que ha recibido ese minuto de silencio y sí
lo merecía y que ahora queda convertido en una cuestión burocrática o,
peor, equiparado a una persona tan distinta. Lo importante es entender
por qué ante algunas muertes no guardar esos minutos de silencio es una
falta de respeto intolerable y por qué ante otras ni se plantea que
merezcan ese protagonismo. La pregunta no es humana sino política y
moral: ¿Es la persona muerta ejemplo del país que queremos o la causa de
su muerte ejemplo de lo que queremos desterrar del país?
No hacen homenajes, hacen país.
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