Hace 10 años que el capitalismo vivió una situación poco habitual. No me refiero al estallido de una crisis porque eso es normal en un sistema al que su propio éxito le conduce a profundos abismos. Lo sorprendente fue el derrumbe de Lehman Brothers. Era inédito que los Estados dejaran caer a un gigante financiero, que es exactamente lo que ocurrió el 15 de septiembre de 2008. ¿Por qué permitieron que tal cosa ocurriera? Se desató un tsunami que amenazó con arrastrar a la economía mundial a un colapso global. Con la excusa de proteger a los ahorradores, los gobiernos decidieron intervenir y desarrollar un enorme plan de salvamento de las entidades bancarias privadas y sus accionistas con dinero público. ¿Qué loco iba a oponerse al rescate masivo después del pánico desatado por la caída de Lehman Brothers?
No, no fue un accidente aunque a determinada gente le interesó que lo pareciera.
Pero, ¿por qué dejaron despeñarse a esa entidad que acumulaba deudas por importe superior a 613.000 millones de euros, es decir la mitad del Producto Interior Bruto (PIB) de España?
Para entenderlo se puede ver la obra musical Lehman Trilogy, dirigida por Sergio Peris Mencheta. Cuenta la historia durante más de un siglo de los Lehman, desde que emigraron desde Alemania y montaron una pequeña tienda de algodón en Alabama. Para llegar tan alto la primera generación, Henry, Emmanuel y Mayer, y sus sucesores, Philip, Herbert y Bobbie, se lucraron en todo tipo de circunstancias. Esclavitud, guerra de secesión, “ley seca”, I Guerra Mundial, la gran crisis de 1929 y luego la II Guerra Mundial muestran lo exitosa que es la combinación de la inteligencia y la falta de escrúpulos.
Con las canciones y los divertidos diálogos de Lehman Trilogy se entiende que solamente haciendo trading, es decir, intermediación, sin una aportación significativa a la sociedad, el beneficio obtenido por los Lehman se multiplicaba. Cierto es que todo esto tenía un problema y era el enorme riesgo que conllevaba esa actividad y por eso, qué mejor que disponer de una red de seguridad formada por todos los contribuyentes para salvar a los dueños si las cosas iban mal. Más de 120 personajes interpretados por seis estupendos actores nos permiten atisbar algunas claves que pudieron operar para que no se hiciera lo habitual en estos casos: rescatarlo.
Los grandes bancos siguen jugando a lo mismo que hace una década y ahora lo hacen con mayor seguridad que entonces porque saben que el “accidente” de Lehman Brothers no volverá a ocurrir. No volverá a dejarse caer a un gigante sin rescatarlo. Ya lo dijo uno de los paladines del liberalismo, el presidente George W. Bush, “si no se afloja la pasta, todo podría irse al infierno”. El sistema bancario sigue jugando con fuego porque nos tiene como rehenes a todas y todos. Sus responsables están firmemente convencidos de que los poderes públicos acudirán a socorrerlos cuando lo necesiten porque la alternativa sería otra debacle como la ocasionada después de la caída de Lehman. Una y no más.
Por eso, mientras con una mano se regula al sector financiero o se exigen niveles mayores de capital o liquidez, con la otra se sigue facilitando el apalancamiento y las posibilidades de operar fuera de los controles y la supervisión. Gran parte de las actividades bancarias tienen lugar “over the counter” (OTC) –es decir sin control por parte de las autoridades de los mercados–, por ejemplo con los productos financieros derivados cuyo volumen supera en diez veces el PIB mundial.
Han pasado diez años después de la debacle y poco ha cambiado.
Se ha enterrado una ingente cantidad de ayudas públicas que ha servido en gran medida para que se produzca un proceso de concentración y oligopolización del negocio bancario y no se han resuelto los riesgos que eso supone para la sociedad. Los mismos bancos que sobrevivieron gracias a la intervención pública, supervisados por las mismas agencias que les calificaban con elevadas notas, operan con debilidades e insuficiencia de capital similar a las que en 2008 hicieron que el castillo de naipes se derrumbara.
Dick Fuld, responsable ejecutivo de Lehman Brothers en el momento de la quiebra, ganaba 17.000 dólares cada hora pero no llegó a encontrar responsabilidad alguna en lo que ocurrió. Quien dirigía la filial española de Lehman Brothers, Luis de Guindos, ha sido nombrado vicepresidente del Banco Central Europeo después de pasar por el Ministerio de Economía de España.
Así que está todo preparado para que, en cualquier momento, haya que volver a salir al rescate con fondos públicos de un sistema financiero privado y temerario cuyos máximos responsables tienen poco que perder. Y seguirá ocurriendo por los siglos de los siglos del capitalismo si aplicamos las mismas medidas. Llámenme loco, pero si los bancos necesitan para ganar dinero de la red de seguridad que proporcionamos entre todas y todos, no tiene sentido alguno que sean privados.
Quizás merezcan probar distinta medicina para la misma enfermedad.
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Carlos Sánchez Mato es responsable de Políticas Económicas de Izquierda Unida.
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Malagón en CTXT en donde se publica por primera vez el artículo |
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