Felipe VI renunció tajantemente a liderar una propuesta como la de Zarzalejos y Manuel Cruz.No es una buena noticia, pero es una noticia difícil de negar.
José
Antonio Zarzalejos es probablemente el monárquico más inteligente de
este país. No sólo porque el listón no esté excesivamente elevado: es un
tipo al que da gusto leer desde la discrepancia porque entiende el país
y lo analiza con inteligencia. Fue, por cierto, el primero que explicó
que la única salida que tenía la monarquía era la abdicación de Juan
Carlos I: es monárquico, pero no cortesano. A Manuel Cruz no lo hacía yo
monárquico sino más bien un filósofo catalán de corte progresista tan
espantado por el nacionalismo catalán que se había aproximado a
posiciones nacionalistas españoles que yo, desde Madrid, no comparto.
Son dos tipos a los que acostumbro a leer desde cierta distancia
ideológica, dos tipos que ayudan a entender lo que pasa en nuestro país.
Publican un artículo interesante e importante: La hora del Rey (por una monarquía federal).En
él hacían un esfuerzo que es muy de agradecer: proponer una salida de
la crisis política en la que se halla España cuando casi todo el mundo
parece resignado a que España (y Cataluña) no tiene solución. Su
propuesta apela a una suerte de recuperación de lo mejor de la
Transición buscando un consenso entre las posiciones realmente
existentes en la sociedad española: desde el constitucionalismo más
inmovilista hasta el independentismo pasando por las diversas
posiciones reformistas de mayor o menor intensidad. Más allá de que se
comparta o no la propuesta concreta de Manuel Cruz y Zarzalejos no hay
mucha gente que esté proponiendo intentar buscar acuerdos de todos los
llamados constitucionalistas con los independentistas. Sólo por eso la propuesta merece un aplauso porque es valiente y apuesta por la convivencia no sólo retóricamente.
La
propuesta busca que el rey Felipe VI encarne una transformación de
España en Estado federal, es decir, un nuevo pacto territorial que
profundizara en las conquistas del modelo autonómico. Si Juan Carlos I
había capitaneado la transición de una dictadura a una democracia,
Felipe VI debería remangarse para liderar el tránsito de la España de
las autonomías a un nuevo pacto territorial que lleve a una España
federal (además de incorporar otras reformas de corte más bien técnico).
La propuesta, probablemente, habría sido una salida posible hace unos años.
Felipe VI llegó a la Zarzuela sin apenas oposición política y con la
oportunidad de impulsar reformas en la institución (que anunció pero
nunca cumplió).
En 2014, cuando accedió al trono ya estaba en marcha el conflicto catalán. Y desde entonces no ha hecho más que empeorar. Alguien aconsejó muy mal a Felipe VI convenciéndole de que necesitaba un 23F épico como el de su padre; pero precisamente esa propaganda cortesana que nos hablaba del rey preparadodemandaba
menos épica y más habilidad: de hecho el 23F que hubiera permitido
garantizarle su futuro habría tenido mucho más que ver con lo que
proponen Cruz y Zarzalejos que con lo que hizo el 3 de octubre de 2017. Su intento de imitar a su padre fue un suicidio
pues se situó como rey de parte, con un discurso que dejaba fuera a
millones de ciudadanos españoles por mucho que fuera aplaudido por otros
muchos (probablemente más). Pero a partir de ahí Felipe VI se convirtió
en el representante de una parte de los españoles (el unionismo menos
dialogante el de PP y Ciudadanos y acaso una parte del PSOE), dejando
fuera a quienes queremos una unidad de España basada en el acuerdo, la
persuasión y enfrentándose sin ningún matiz a los millones de catalanes
independentistas, ciudadanos españoles a quien el rey se debe tanto como
al resto. Nada que ver con el 23F en el que el rey Juan Carlos se
habría enfrentado a una parte de la cúpula militar y de su entorno más
cercano pero no a sectores políticamente representativos de la sociedad
española.
Aceptemos
el paralelismo propuesto por Manuel Cruz y José Antonio Zarzalejos con
la forma en que capitaneó Juan Carlos I la transición en los años 70.
Exceptuando los primeros meses (o incluso semanas) de su reinado en que
Juan Carlos necesitaba la confianza del bunker franquista y se extendió
en loas al dictador y a su régimen, siempre dirigió su rumbo con más o
menos timidez hacia la apertura del régimen y finalmente hacia la
democracia. Se enfrentó al inmovilismo (o reformismo cobarde) de Arias
Navarro y sus discursos anunciaban desde muy pronto retos democráticos
superiores a los conseguidos en cada momento. No se trata aquí de
defender (ni de criticar) el papel de Juan Carlos I en la transición ni
mucho menos durante el franquismo. Pero es evidente que si en 1976
hubiera permitido que se usara su figura contra la reforma política o
incluso contra la oposición ilegal (y entonces mayoritariamente
republicana y en buena parte rupturista) no hubiera podido ser nunca el
Jefe de Estado de la democracia que consiguió ser.
El papel de Juan Carlos I en la transición fue mucho más inteligente que el de Felipe VI en la crisis territorial de España.
Probablemente haya muchas razones. Juan Carlos I tenía mucho más margen
personal (al fin y al cabo heredaba poderes de dictador) y al tiempo el
horizonte político era mucho más limitado (si hubiese intentado
sostener el régimen dictatorial habría caído con él, algo más tarde y
con más sufrimiento para todos); Felipe VI tenía menos margen personal
(de hecho su discurso del 3 de octubre supuso un exceso fatal como rey
constitucional) y el abanico de horizontes políticos ofrece multitud de
alternativas que son todas teóricamente posibles y casi todas legítimas.
En
cualquier caso el rumbo emprendido por Juan Carlos I fue uno de los
factores que le permitió liderar la transición a la democracia; mientras
que el papel que asumió Felipe VI lo inhabilita para liderar un futuro de acuerdos territoriales
que no excluya a una gran parte de ciudadanos actualmente españoles: es
decir, de acuerdos territoriales que sirvan para solucionar el enorme
problema de España.
La
propuesta de Zarzalejos y Cruz parte de un presupuesto: el rechazo a la
apertura de un proceso amplio y profundo de reforma constitucional sin
más límites que la democracia y los derechos humanos. Porque si no
partiera de ese límite autoimpuesto, sería bastante evidente que
encontrar una solución territorial a España es ya mucho más fácil sin monarquía que con ella.
Es muy difícil pensar que el independentismo catalán aceptaría el
liderazgo del Felipe VI del 3 de octubre; pero mucho más difícil es
pensar que un proceso republicano en España no supusiera el retorno del
independentismo catalán a ese 15% que tuvo hasta la declaración de
inconstitucionalidad del Estatut. Como expuse en una entrevista en La Trivial en diciembre, no hay apuesta más ambiciosa (ni más eficaz) por la unidad de España que la República.
No
es sólo que Felipe VI no pueda liderar la solución al conflicto
territorial de España. Es que Felipe VI decidió convertirse en un enorme
lastre para conseguir una solución que no sea impuesta. Hoy Felipe VI sólo puede liderar la derrota del independentismo:
por eso genera tal entusiasmo cortesano de la derecha española más
autoritaria. Pero un horizonte de derrota de media Cataluña ofrece un
futuro más que inquietante para la democracia española y a su unidad a
medio plazo. No es una buena noticia ni siquiera para quienes somos
republicanos convencidos: nuestro país urge soluciones que estén más
cercanas de lo que parece estar una república.
Felipe VI renunció tajantemente a liderar una propuesta como la de Zarzalejos y Manuel Cruz.No es una buena noticia, pero es una noticia difícil de negar.
(*) Hugo Martínez Abarca es diputado de Podemos en la Asamblea de Madrid y autor del blog Quien mucho abarca.
* Crónica agradece al autor que comparta sus opiniones- desde nuestros orígenes- también con nuestros lectores.
Hugo Martinez Abarca |
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