La necesidad o no de la renta básica (RB) —una asignación pública
monetaria incondicional, universal e individual— es motivo de atención
cada vez mayor y está tomando nuevas formas. Esta atención se ha
extendido exponencialmente en muchos lugares siendo sin duda uno de
ellos el reino de España, y, como no podía ser de otra manera, son
nuevas las personas que se añaden a ofrecer su opinión, sea de forma
favorable o completamente contraria. Disponemos también de datos cada
vez renovados sobre la pobreza, la precariedad laboral y, en definitiva,
de las peores condiciones de existencia material de gran parte de la
población, pero la realidad parece ser un factor completamente ajeno, a
juzgar por lo que puede escucharse o leerse en distintos medios, a las
propuestas que hay que tomar. La regla digamos mayoritaria parece ser la
de la más pura tradición inmovilista: hay que repetir lo conocido
aunque se sepa que los resultados son peores que mediocres. ¿Qué hay que
repetir? Los subsidios condicionados para pobres.
Como no podía
ocurrir de otra manera, hay quien le da una forma al debate —por decir
algo, porque propiamente debate no hay dada la desproporción de fuerzas
en los medios entre los partidarios de la tradición de los subsidios
condicionados y los favorables a la RB— que puede ser esquematizado sin
violar un ápice el contenido de la siguiente manera: “sí, la RB es una
medida interesante y a tener en cuenta, pero se trata de una perspectiva
a largo plazo, ahora lo que toca es seguir insistiendo —‘mejorándolos’,
¡cómo no!— con los subsidios condicionados para pobres”. Aquí, en este
cajón de sastre de los “subsidios condicionados para pobres” hay quien
propuso una ILP (CCOO y UGT), otros que quieren “mejorarla” (AIReF) y
otros aún que proponen cualquier invento condicionado que puedan tener
en la cabeza, desde el PP a Podemos con las variantes respectivas. La
condicionalidad impera en todas las propuestas programáticas de los
partidos parlamentarios. Subsidios para pobres, se llamen rentas mínimas
o rentas garantizadas. Se trata, en algunos casos y para algunos
estrategas (sic), de “transitar” hacia la RB. Y hay aún quien intenta
descalificar de la forma más pimpante y decidida que los que proponemos
la RB de la manera más inmediata —es decir, no para dentro de décadas,
siglos o milenios— somos “radicales” o “sectarios” o “extremistas” o
“dogmáticos” o alguna palabra que se asocie a las anteriores. Es curiosa
esa manera de ver las cosas.
En un artículo que hace poco menos
de tres años publiqué con David Casassas se apuntaba que Darío Fo, que
acababa por aquellas fechas de fallecer, escribió poco antes de morir
que “el moderado es fuerte con los débiles y débil con los fuertes”. Y
añadíamos que su compatriota Marco d’Eramo, refiriéndose también a la
moderación, escribió: “Es curioso que, en política, el término
'moderado' haya adquirido una connotación positiva, mientras que resulte
negativo en otros ámbitos de la vida, sobre todo en forma adverbial: si
una persona es moderadamente inteligente, no queremos decir que es un
genio”. He recordado estas palabras porque hoy más aún que hace tres
años sobre la propuesta de la RB muchos prefieren llamarse “moderados”.
Debe darles cierta sensación de equilibrio: ni demasiado a un lado, ni
demasiado al otro. Estar ostensiblemente inclinado a un extremo puede
ser motivo de caer bajo la calificación de radical, sectario o algo
parecido. Y ya se sabe: una persona radical, para muchos
biempensantes, es algo no especialmente aconsejable. En cambio, tener la
cualidad de una persona “moderada” es sinónimo de algo así como ser
alguien equilibrado, ecuánime, centrado. Y, cuando la RB se ha
convertido en una propuesta cada vez con mayores avales
filosófico-políticos que apoyan su justicia y con propuestas de
financiación —como la realizada por Jordi Arcarons, Lluís Torrens y yo
mismo— algunos ya han encontrado la solución: hay que ser moderado y
mirar la cosa a largo plazo. Al fin y al cabo, como dijo el famoso
economista británico que se propuso y consiguió salvar al capitalismo, a
largo plazo todos estaremos muerto. El largo plazo no compromete a
nada… o a muy poco.
Antoni Domènech, un auténtico gigante del
pensamiento contemporáneo, insistía muchas veces en algo que viene muy a
cuento: los que proponemos medidas como una RB somos simplemente
defensivos o resistentes. ¿Radicales?, y se moría de risa ante tanta
degeneración política de los conceptos y de la calidad analítica. La RB
es una medida en el período social y político actual simplemente de
resistencia. Y añadía que los extremistas o radicales son los que han
impuesto y siguen imponiendo las características más importantes de las
políticas económicas practicadas en las últimas décadas. Especialmente a
partir de la crisis económica de 2007 y las correspondientes políticas
de austeridad implantadas poco después. En el reino de España iniciadas
por el PSOE con el gobierno de Zapatero en mayo de 2010 y continuadas
con alegría por los gobiernos del PP. Es decir, el programa que las
grandes patronales del mundo venían reivindicando desde hacía muchos
años. Han convencido además, y eso es un mérito admirable, a muchos
académicos, políticos, sindicalistas, periodistas y a muchos ciudadanos
en general que todas estas barbaridades económicas y sociales que
benefician a una pequeña parte de la población son puro realismo
económico. Muchos han comprado la idea. Algunos incluso con entusiasmo y
hasta le han dado lustre, por decir algo, académico. Y Toni añadía que
la razón, una vez más, era maltratada mientras otros aplaudían un
“realismo” que para ellos no es nada más que el ciceroniano pro domo sua.
Que cada cual elija el lado de la barricada que prefiera, pero intentar
calificar la RB de radical, especialmente para desmerecerla o mejor aún
desprestigiarla, es otra cuestión. Se cometen para ello algunos saltos
argumentales que parecen más bien piruetas de bufón cascabelero. Si la
RB es una medida extremista o radical (y algunos hasta la califican de
“revolucionaria”), ¿cómo deberían calificarse las políticas que han
llevado a cabo y siguen practicando los gobiernos de la Unión Europea,
entre otros?
Esta semana se han publicado nuevos datos de la
Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística, a
partir de los cuales la sección local de la Red Europea de Lucha
contra la Pobreza y la Exclusión social (EAPN) ha manifestado que al
ritmo actual la erradicación de la pobreza en el reino de España
tardaría 215 años en lograrse. 215 años: largo plazo. ¿A quién le
importa? ¿Qué solución se propone? Lo de siempre, “mejorar” los
subsidios para pobres. Quizás el cálculo de 215 es para poner una cifra.
Tal como van las cosas, es decir la política económica y la social que
se practica y se propone para el futuro más inmediato, más sensato es
decir que con los subsidios para pobres quizás en el próximo milenio se
erradique la pobreza. Quizás se acabe el mundo, quizás la luna cambie de
órbita, quizás los posmodernos se convenzan de las virtudes de la
ciencia, quizás los fascistas se vuelvan demócratas, quizás…. Pero esto
es fe, no racionalidad.
* Fuente Creative Commons
Publicado en sinpermiso
Daniel Raventós, presidente de la Red Renta Básica y profesor de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Barcelona. Es miembro del comité científico de ATTAC. Sus últimos libros son, en colaboración con Jordi Arcarons y Lluís Torrens, "Renta Básica Incondicional. Una propuesta de financiación racional y justa" (Serbal, 2017) y, en colaboración con Julie Wark, "Against Charity" (Counterpunch, 2018) traducido al castellano (Icaria) y catalán (Arcadia).
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