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No hay democracia sin intermediarios por Eugenio del Rio

"El ejercicio del sufragio no es la única forma de hacer valer las demandas sociales. El voto es necesario, pero también lo es que la política no permanezca encerrada entre las paredes de los Parlamentos y de los Gobiernos." "Es chocante la hostilidad que el mundo político oficial muestra hacia los sectores antisistema cuando son ellos los que, desde su torre de marfil, están expulsando a mucha gente todos los días."

Eugenio del Río(*)

Las características de las mediaciones (partidos, representantes electos…) dependen del nivel cultural de la sociedad, de la implicación de la población en las redes asociativas, de su voluntad de intervenir en la vida pública, de las vías de participación abiertas por el desarrollo de las técnicas de la información y de la comunicación. Y también, obviamente, de los cauces establecidos para hacer posible la participación y para estimularla.

Los cambios de la sociedad demandan, y hacen posibles, transformaciones en la esfera de las mediaciones. Pero estas son siempre necesarias. Lo que hace falta es que la población esté suficientemente informada de los asuntos más importantes, que pueda participar en la toma de decisiones o en la elección de quienes las toman, que sus opiniones sean tenidas en cuenta.

Las mediaciones son imprescindibles no sólo para gestionar los asuntos públicos, sino también para permitir la formación de voluntades políticas en la sociedad y para la toma de decisiones. Ambas cosas son el resultado, o deben serlo, de sucesivos movimientos de ida y vuelta en los que se opera un diálogo entre instituciones y sociedad.

Es ineludible que haya personas y organismos mediadores, encargados de la esfera política institucional. Las personas que están al frente de esos organismos no son elegidas en las dictaduras; en las democracias liberales, sí. No es una diferencia insignificante.

Bien es cierto que la existencia de una esfera de políticos profesionales, más o menos permanentes, abre un margen de posibilidades –un espacio autónomo– en el que pueden menudear los abusos y las desviaciones de la función de representar.

Oponer, por lo demás, la democracia representativa a la democracia directa, como se escucha con frecuencia, carece de sentido. Dado que una democracia estrictamente directa es un ente ni siquiera imaginable (toda la gente no puede estar todo el tiempo resolviendo todos los problemas.), de lo que se está hablando es de procedimientos democráticos directos o semidirectos (los referendos, especialmente), que, por su propia naturaleza, no son aplicables de manera muy continuada ni pueden abarcar el conjunto de las decisiones políticas. Ciertamente, las trabas para recurrir al referéndum en el sistema político español son demasiado grandes. Sería deseable un mayor recurso a las vías de democracia directa o semidirecta para contribuir a impulsar la participación popular y para vivificar un régimen político necesitado de una mayor apertura a la sociedad. Pero reclamar un cambio sobre el particular no nos hace ignorar que el uso intensivo de los referendos, como ocurre en Suiza, tampoco ofrece unos resultados irreprochables.

Por otro lado, en los lemas que han proliferado se advierte una contraposición extrema entre la política oficial y la sociedad, entre la democracia de las urnas y la democracia de la calle.

En las izquierdas alternativas se ha oscilado usualmente entre dos concepciones diferentes, aunque muchas veces ambas cosas han coexistido sin mayores dificultades.

De una parte, una visión exageradamente crítica con la sociedad, así, en su conjunto, quizá porque las mayorías sociales no se suman a tales o cuales afanes de esas izquierdas o porque, según sus preferencias, votan mal.

De otra parte, una mitificación de la sociedad, o del pueblo, y de lo social frente a la política y los políticos. Es como si política y sociedad fueran dos universos enteramente separados e independientes, siendo los políticos responsables de unas situaciones desgraciadas en las que la sociedad no tiene ninguna responsabilidad. La sociedad se convierte en una entidad ilusoria, etérea, en la que no es posible percibir lastres importantes.

Como ha sucedido muchas veces, diversos grupos y movimientos muestran una extrema incomodidad ante la política concreta. Si bien es cierto que la apología del sistema político se sostiene sobre un sinfín de ilusiones y ficciones, la defensa de la calle y de sus movimientos como una entidad no contaminada vive de sus propios espejismos.

De acuerdo con ese punto de vista, los problemas no están en la sociedad sino en los políticos, hasta el punto de rescatar una consigna que se ha solido emplear para combatir a las dictaduras: Abajo el régimen, arriba el pueblo, como si los políticos fueran una categoría homogénea y plenamente rechazable y como si la calle fuera la encarnación, también homogénea, de los mejores valores.

Además, cuando se invoca la democracia de la calle frente a la democracia de las urnas se está pretendiendo que tienen más valor las opiniones y exigencias de las minorías que se manifiestan (aunque sea masivamente), una especie de voto de calidad, que las opiniones de las mayorías sociales cuando votan.

En Europa, hace mucho que los grandes partidos de izquierda han desertado de la calle y se han refugiado en las urnas. Pero harían bien, tanto ellos como las instituciones salidas de las urnas, en prestar mayor atención a las manifestaciones masivas. El ejercicio del sufragio no es la única forma de hacer valer las demandas sociales. El voto es necesario, pero también lo es que la política no permanezca encerrada entre las paredes de los Parlamentos y de los Gobiernos.

Es chocante la hostilidad que el mundo político oficial muestra hacia los sectores antisistema cuando son ellos los que, desde su torre de marfil, están expulsando a mucha gente todos los días.

Los partidos y las instituciones políticas tienen el deber de escuchar. Deberían tener en cuenta las voces que suben de la calle y esforzarse por dialogar con quienes expresan sus críticas y su descontento fuera del Parlamento.

Además, los Gobiernos han de recordar que lo son gracias a los votos de una minoría, la mayor de las minorías pero solo una minoría. El actual Gobierno español consiguió la mayoría absoluta de los escaños parlamentarios con el 44,62% de los votos en unas elecciones en las que se abstuvo el 28,31% del electorado. Es un respaldo social significativo pero no justifica que ignore a cuantos no aprueban sus iniciativas. Debería atender a las voces de la calle y a las restantes minorías políticas.

La calle, a su vez, está interesada en hacer llegar su voz a las mayorías que no se movilizan, lo mismo que están interesadas en que sus demandas acaben desembocando en la política, en las decisiones gubernamentales, en las leyes.

Las actitudes aparentemente predominantes en el 15-M respecto a la política, a los políticos y a los partidos políticos, le han descolocado ante las elecciones generales del 20 de noviembre de 2011, en las que resultaba de especial importancia reforzar la oposición al Partido Popular. No era indiferente que el Partido Popular pudiera formar un Gobierno apoyado por una mayoría absoluta en el Parlamento, como así ha ocurrido.

Ese Gobierno, nada más constituirse, ha lanzado los más duros ataques contra el principio de solidaridad tratando de reducir su presencia en la vida pública, en particular en su aplicación a la sanidad, la enseñanza y la seguridad social. Igualmente, la ha emprendido contra los derechos laborales adquiridos, interviniendo descaradamente a favor del poder de los empresarios y en contra de los trabajadores. La conjunción de fuerzas sociales y políticas para dar respuesta a estos hechos es una de las necesidades más apremiantes en el momento actual.

De momento es una incógnita cuáles podrán ser las aportaciones del 15-M a esos debates y cómo actuará respecto a lo que va a ser una creciente necesidad: la confluencia de las fuerzas que se oponen a la política gubernamental.

No abordaré aquí, en fin, otras cuestiones, como las referentes a la cultura asociativa, al concepto de las asambleas, a las prácticas para la toma de decisiones, a la noción de liderazgo y a otros muchos aspectos sobre los que se pueden hallar observaciones muy acertadas en los mencionados textos de Xabel Vegas y de Fernando Fernández-Llebrez.

Tampoco me detendré en una faceta tan interesante como es la de las transformaciones de las estructuras organizadas o la de su capacidad de convocatoria, hasta ahora muy importante, como se ha podido comprobar en las grandes manifestaciones posteriores al 15-M (19 de junio y 15 de octubre de ese mismo año, y 12 de mayo de 2012).

Lo dicho en estas páginas concierne a los aspectos ideológicos propios del primer año de existencia del 15-M y, de manera especial, al período en el que se mantuvieron las acampadas. En los últimos tiempos se han verificado ciertos desplazamientos ideológicos en los grupos organizados y en las asambleas territoriales. Es difícil saber qué rumbo irán tomando en el período venidero.

Fragmento del epílogo al libro de Eugenio del Río "De la indignación de ayer a la de hoy. Transformaciones ideológicas en la izquierda alternativa en el último medio siglo en Europa occidental", Madrid: Talasa, 2012). El texto completo de dicho epílogo se puede leer en la página indicada más abajo

(*)Eugenio del Río es fillósofo y fué secretario general del Movimiento Comunista durante muchos años

* Crónica agradece al autor su aportación por mediode ATTAC


 

 

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