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Dioses, dictadores y reyes por Hugo Martinez Abarca

Cuenta una leyenda muy antigua que el mundo fue creado por una divinidad. Según el mito, en el principio era el caos. El relato explica que un dios único estuvo currando durante seis días separando las tinieblas de la luz, el mar de la tierra, creando vegetación, animales, un hombre y, derivado de él, una mujer. Después descansó un día, pero no renunció a la autoridad sobre su creación: renunció al laborioso trabajo de evitar plagas, terremotos y sequías, pero en cambio mantuvo implacable su capacidad de juicio sobre los humanos a quienes condenaba al infierno o premiaba con el paraíso en función de que cumplieran un código moral decidido arbitrariamente por él. Según el mito, aquel dios era perfecto, omnipotente y omnisciente. Su creación funciona según unas reglas físicas ( diseñadas por el creador del chiringuito) que no necesitan nuevos ajustes porque van a su bola bastante bien: La Tierra no necesita de empujones divinos para seguir girando en torno al Sol. ¿Para qué sirve Dios después de la creación? Cuando un fontanero deja una instalación en buen funcionamiento no se queda vigilando, sino que cobra y se va. La infinita bondad y generosidad del dios del mito hubiera recomendado que al séptimo día no sólo descansara, sino que se retirara sin siquiera esperar que le agradeciéramos los servicios prestados. Sin embargo se aferró al sillón.
Los mitos de todas las dictaduras golpistas nos enseñan que en el principio era el caos. Los relatos nos cuentan que sin la intervención del golpista (y sus siempre minusvalorados cómplices) la sociedad se habría disuelto o cualquier otro desastre habría sido inevitable. El golpe de estado siempre busca evitar la desastrosa deriva y fundar unos nuevos cimientos para que la sociedad no caiga en el caos. Una vez salvados del caos y puestos los cimientos de la ley, el orden y el Bien, ¿para qué sirve la dictadura? Ningún dictador se ha declarado a sí mismo fracasado. Pero de haber hecho bien las cosas, tras salvar a su pueblo del caos la dictadura sería tan prescindible como el dios del mito anterior, como el fontanero del ejemplo
. Los dictadores hacen como el fontanero y cobran; pero hacen como el dios y no se van. Tampoco este mito es coherente.

El mito que legitima la Monarquía española cuenta que si no hubiera sido por Juan Carlos de Borbón habríamos tenido el caos. El ruido de sables contenido por este rey y su aparición salvadora en el 23-F de hace veintisiete años permitieron disfrutar de la democracia y el orden. Sin el rey, el caos. Pero, como en el caso del dictador y del dios, ya se supone que los servicios están prestados: ¿seguimos necesitando que el fontanero se quede en casa, cobrando por horas y sin hacer factura, por si sucede el improbable caso de que haya una fuga en el bidé? Si es tan estupenda la democracia que surgió de la transición el rey es prescindible, pero si es imprescindible es porque su batuta no ha sido tan genial como nos pretenden hacer creer, por lo que sería recomendable otro formato de orquesta.

Los mitos pueden llegar a ser bonitos, pero no pueden dejar de ser mitos. En los casos expuestos no llegan ni a ser bonitos.


(*) Hugo Martínez Abarca es miembro del Consejo Político Federal de IU y autor del blog Quien mucho abarca.
* Crónica agradece al autor poder compartir su opinión con nuestros lectores

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