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Tsipras, la euromafia y los socialdemócratas artículo de Hugo Martinez Abarca

Cuando murió Manuel Vázquez Montalbán, Javier Ortiz recordó una frase del escritor catalán que es un diagnóstico cada vez más certero de la geografía ideológica: “Vosotros, en los años sesenta, decíais que yo era un maldito socialdemócrata, reformista, revisionista y no sé cuantas cosas más. Y probablemente teníais razón. Lo era y lo sigo siendo. Pero el escenario político se ha desplazado de tal manera hacia la derecha que ahora, manteniéndome en las mismas posiciones, todo el mundo me toma por un peligroso izquierdista radical”. La frase es de 1985. Hace treinta años.

En 1985 quedaban todavía gobiernos socialdemócratas que hacían políticas socialdemócratas. Coleaban los últimos gobiernos del socialismo real y el neoliberalismo no había hecho más que empezar a implantarse en el mundo. Treinta años después la frase de Vázquez Montalbán suena un poco arcaica no porque fuera una vieja exageración sino por lo puro obvio. Hoy llamamos socialistas, radicales, incluso bolivarianos… a gobiernos cuyas políticas económicas no son otra cosa que socialdemócratas mientras los partidos de tradición socialdemócrata se limitan a hacer algún guiño social desde la asunción del recorte y la austeridad.

Pero si solo fuera esa la diferencia cabría la esperanza de reencontrarnos con la tradición socialdemócrata si simplemente se dieran cuenta de la catástrofe a la que nos han conducido sus políticas. Sin embargo no es eso lo que diferencia hoy la tradición socialdemócrata frente a gobiernos como el de Tsipras, frente a gobiernos de cambio. La diferencia crucial es la relación con el poder.

Tras casi medio año en el gobierno, Tsipras ha decidido plantarse, convocar un referéndum y que sea la ciudadanía griega la que decida si Grecia debe seguir pagando con sacrificios humanos a la troika o debe decir basta con todas las consecuencias (y serán duras). Contra la fuerza de la Troika la razón de la democracia.

No es la primera vez que un gobierno griego anuncia un referéndum para que sea el pueblo griego quien decida qué hacer con las sanguinarias exigencias de la Troika. En 2011 lo hizo Papandreu, presidente griego del PASOK. Anunció un referéndum sobre las condiciones del segundo “rescate” a Grecia. Y se cargaron a Papandreu.

Hay dos fenómenos interesantes a recordar de aquel referéndum interruptus de Papandreu. En primer lugar que Papandreu cedió y retiró el referéndum: entre la legitimidad del pueblo griego y el poder internacional (político y sobre todo financiero), que ya entonces se comportaba como una mafia, el gobierno “socialdemócrata” se rindió al poder y en prueba de que no volvería a amenazar con tal ocurrencia dimitió iniciando el camino de la desaparición del PASOK. Pero en segundo lugar lo más importante de aquella propuesta de Papandreu fue que todos los partidos socialdemócratas europeos se opusieron a la posibilidad de dar la palabra al pueblo griego y prefirieron renegar de  su partido hermano que aparecer como mínimamente rebeldes.

En España el entonces candidato del PSOE a presidente del gobierno, Rubalcaba, explicó que era una “mala decisión porque pospone la solución de la crisis griega y de la inestabilidad europea”. Eduardo Madina, la joven promesa renovadora del PSOE, explicó en Twitter que el referéndum era una barbaridad porque el rescate era una cosa muy técnica que el pueblo griego no entendía (a la vista está que quienes lo perpetraron sí tenían buenas soluciones). José Blanco explicaba que “es indudable que (convocar el referéndum) no es una buena decisión para Europa y, por lo tanto, tampoco es una buena decisión para España”. El PSOE se alineaba con todos los partidos socialdemócratas europeos oponiéndose a la primera desviación digna y democrática del gobierno socialdemócrata griego.

Frente a eso, ayer vimos en las plazas de nuestras ciudades a miles de personas y a los dirigentes políticos que defienden la soberanía de los pueblos frente a las instituciones que los saquean con actitudes mafiosas. Esa es hoy la línea que separa las formas de afrontar la crisis: formar parte de la mafia o plantarle cara con la fuerza que da la democracia. Desgraciadamente, desde hace muchos años los socialdemócratas (cuyo origen era revolucionario) están entregados al poder incluso cuando éste adopta las formas mafiosas con que se amenaza al pueblo griego y a su gobierno.

La diferencia hoy entre las opciones de cambio y la tradición socialdemócrata es que ésta hace los guiños que consiente el poder y que el cambio supone ir hasta donde exija el pueblo. Esto durante años fue muy importante pues las políticas socialdemócratas vertebraban la economía europea. Pero hoy, cuando de lo que se trata es de saquear a los pueblos del sur de Europa esos guiños son irrelevantes. Es la diferencia entre proponer gobiernos títeres más o menos amables o gobiernos demócratas que defiendan la soberanía popular: esa es hoy la gran diferencia y es la condición de necesidad para las políticas económicas que los socialdemócratas siempre llevan en sus programas y en sus discursos pero que ya nunca aplicarán porque han demostrado que nunca se plantarán ante los poderes reales. Nadie espera a un gobierno socialdemócrata plantándose ante la euromafia ni solidarizándose con el gobierno de Tsipras.

Posiblemente estemos en los últimos coletazos de la Unión Europea, asesinada por quienes decidieron que Europa era su juguete y que los pueblos merecían ser sacrificada. Que Grecia gane es vital para los europeos demócratas y sobre todo para los habitantes del sur de Europa, víctimas de la misma estrategia mafiosa con la deuda como instrumento de chantaje. No es sólo solidaridad con Grecia; es voluntad de supervivencia.
(*) Hugo Martínez Abarca es autor del blog Quien mucho abarca.
* Crónica agradece al autor poder compartir con nuestros lectores sus opiniones.

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