El 26 de mayo de 1831 era ajusticiada, en el garrote vil, Mariana Pineda, a los 26 años, acusada del "terrible y temible" delito de rebelión al haber encontrado en su casa una bandera bordada con un triángulo verde y las palabras "libertad, igualdad y ley".
El borbón Fernando VII había decretado un año antes la pena de muerte contra aquellos que maquinaran rebeldía contra su autoridad o suscitaran conmociones populares.
A parte de las dudas para los historiadores de que fuese verdad que Mariana Pineda estuviese bordando una bandera, pues hay autores que se decantan porque el bordado era un tapete para las reuniones de los masones -que, por otra parte, también, estaban prohibidos en aquella década ominosa- y que, realmente, Mariana Pineda fue ejecutada por sus ideas liberales -a favor de la primera constitución democrática, la de Cádiz de 1812-, parece ser que el llamado alcalde del crimen Pedrosa pretendía que Mariana Pineda acusara y delatara a Torrijos y sus seguidores, luchadores contra la tiranía de Fernando VII.
Pero Mariana fue firme y entera ante sus carceleros y no declaró contra ninguno de sus correligionarios, luchadores por las libertades y por una Constitución que había abolido uno de los más retardatarios monarcas que ha tenido la corona española, que ya es ser mucho.
Así le ha ido a nuestra historia, trágica historia para las libertades y el progreso de las gentes que han vivido bajo la corona hispánica. Cuando en el siglo XVII, Inglaterra y Holanda se quitan de encima las monarquías absolutas y empiezan a dirigir sus políticas las clases industriosas, nuestros monarcas eran los paladines de la pureza étnica, expulsando a los moriscos y siguiendo el camino señalado por Isabel y Fernando con la expulsión de los judíos. Después, llegan los borbones, con Felipe V, nieto del rey más absoluto de la historia, Luis XIV, aquel que afirmaba ser él mismo el Estado y "por el justo derecho de conquista" elimina los derechos forales, leyes y costumbres de los territorios de la Corona de Aragón.
Fernando VII que había abdicado cobardemente en el hermano de Napoleón, tras la derrota francesa, con el apoyo de la nobleza más indolente y pasiva de toda Europa, se encargó de perseguir hasta la muerte todos los avances liberales que en un Cádiz asediado se atrevieron a aprobar los liberales españoles. En esa persecución histórica y permanente del conservadurismo español que encarna la corona a través de la historia, se enmarca ese ajusticiamiento bárbaro de una mujer, acusándola de bordar una bandera.
Una bandera o un paño, da igual, que defendía la ley, la igualdad y la libertad. Peligrosas palabras para los absolutistas y reaccionarios de todos los tiempos que temen, como entonces Fernando VII y sus partidarios, a cualquier símbolo, por humilde que sea, que signifique eso, ley o derechos, igualdad y libertad. Mariana Pineda siempre será un símbolo de las libertades individuales y colectivas y de la lucha por la igualdad.
Hoy, en mayo del 2016, cuando en el Estado Español y en el resto de Europa hay tantas señales de peligro para la democracia con actuaciones desde instancias del gobierno como la que asistimos recientemente de intentar prohibir la estelada en la final de la Copa del Rey o el ascenso de partidos de extrema derecha en Austria, Francia, Alemania, Hungría o Inglaterra, queremos recordar a la que fue una mártir por las libertades y un ejemplo de serenidad y valor ante sus vérdugos.
El recuerdo de Mariana Pineda pasó generación tras generación, de boca en boca del pueblo, incluso a través de coplas populares que cantaban los jornaleros andaluces mientras recogían aceitunas. Hoy, como entonces, su recuerdo es acicate para seguir en el camino de la igualdad, la libertad y la fraternidad universal.
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