Me atrevo a pensar que el Podemos triunfador y de vértigo que hasta ahora hemos conocido, la burbuja, ha terminado aquí su andadura porque nada puede ser algo siendo una cosa y su contraria. Sobre su futuro, sin embargo, no creo que pueda saberse mucho, de momento.
Que Podemos haya logrado cinco millones de votos con solo dos años y
medio de vida como partido político y en las condiciones tan adversas en
que se ha desarrollado es una proeza innegable. Una proeza que a mi
juicio ha sido posible gracias a tres tipos de circunstancias. Unas,
relativas al entorno en el que ha actuado Podemos desde su fundación y
que le han sido siempre favorables:
– La pérdida de apoyo social al PP y al PSOE y el descrédito institucional que su comportamiento político ha provocado.
– La consolidación del “precariado” como un nuevo grupo social activo y con una actitud de rechazo al status quo muy
primitiva (del estilo del “que se vayan todos porque todos son igual de
chorizos”) pero firmemente asumida y bastante homogénea,
– La incapacidad de IU y de los sindicatos para erigirse en
referentes y canalizadores de la indignación tras los recortes y la del
15M para actuar como sujeto político de una movilización ciudadana cuya
transversalidad va mucho más allá de los esquemas ideológicos
tradicionales.
Pero estas condiciones favorables no hubieran podido consolidar a un
partido como Podemos si no se hubieran dado al mismo tiempo otras de
carácter más subjetivo y que no se pueden obviar: la osadía (en el mejor
sentido del término) de sus dirigentes que les llevó -a diferencia de
otras personas que actuaron con miedo y conservadurismo- a dar un paso
adelante y a organizar desde la nada una candidatura en las elecciones
europeas de 2014. Y, por supuesto, la inteligencia con que supieron
captar desde los primeros momentos a grupos sociales muy diversos y
hasta entonces deshilvanados y desprotegidos, con solo su indignación
por montera podríamos decir, en medio de la crisis.
Si a eso se le añade una cobertura mediática siempre muy amplia que a
cada momento ha estado amplificando, incluso hasta la exageración, lo
bueno y lo malo de Podemos, creo que se tienen los ingredientes básicos
que explican su expansión impresionante desde su fundación.
Pero si todo eso ha sido excepcional, mucho más extraordinario me
parece a mí que en solo seis meses, justo cuando su ola expansiva
parecía estar en estado de gracia, Podemos haya perdido un millón de
votos y, sobre todo, su aura de caballo ganador.
Sin duda es pronto para sacar conclusiones pero sí creo que puede ser
útil ir aportando reflexiones sobre lo que ha ocurrido. Yo lo voy a
hacer con algunas hipótesis en torno a una tesis central que a mi juicio
podría explicar lo que le ha sucedido y lo que previsiblemente puede
ocurrir en el futuro.
Mi tesis puede resumirse en tres ideas principales:
– La gestión que ha hecho Podemos de su posición en el tablero político tras las elecciones del 20 de diciembre fue nefasta.
– Las decisiones que ha ido tomando desde entonces y la forma de
tomarlas le han supuesto una pérdida muy elevada de apoyo electoral que
no ha podido compensarse con la aportación de voto de IU (que, a su vez,
también puede haber mermado el suyo propio, como diré más adelante, por
el rechazo a Podemos como socio y por el tipo de coalición con el que
se han presentado).
– Lo anterior no ha sido un incidente sino el efecto de un cambio de
posición estratégica en la dirección de Podemos que ha supuesto empezar a
actuar como lo que se creía que nunca sería Podemos (un partido
político más, con las virtudes pero también con los usos y abusos de
todos los demás), lo que presumiblemente se consolidará en cuanto
celebren un nuevo congreso.
A mi juicio, tras las elecciones del 20 de diciembre pasado Podemos
ha cometido errores muy graves que tienen que ver con la estrategia, con
la táctica, con el lenguaje y la comunicación y con el formato
electoral. Los resumo brevemente a continuación.
Me parece que el error estratégico de Pablo Iglesias y de los demás
dirigentes que han coincidido con él en estos seis últimos meses
consiste en no darse cuenta de que las elecciones habían consolidado a
Podemos y Ciudadanos como los dos polos del cambio en España. Pero polos
todavía potenciales o a medio plazo, porque sus resultados fueron
demasiado precarios como para poder convertirse de inmediato en ejes
decisivos o autónomos de cualquier proceso de regeneración.
Podemos podría haber optado por consolidar y tratar de reforzar esa
situación embrionaria o simplemente por aprovecharse de ella, con su
apoyo crítico a un gobierno bien de PSOE, de PSOE-Cs o de ambos con
independientes, del que podría haber conseguido mejoras en su programa
en una legislatura que hubiera sido corta y en la que Podemos podría
haberse apuntado lo bueno de cualquier gobierno y la oposición a lo
malo. Un gobierno no óptimo sin duda -a la luz del acuerdo que
suscribieron PSOE y Cs- pero que nunca haría el daño que hará a los
grupos sociales más desfavorecidos el que previsiblemente forme el PP en
pocas semanas.
Sin embargo, la estrategia de Pablo Iglesias fue la de forzar unas
nuevas elecciones pensando que entonces superaría al PSOE gracias a la
presión a la que lo sometía y a que a IU no le quedaría ya más remedio
que echarse en sus brazos.
Es verdad que en este error le acompañó Ciudadanos, que tampoco
entendió que la regeneración política (si se quiere que sea de verdad)
no va a ser cosa de un solo polo en España sino compartida. Rivera se
dedicó por encima de todo a combatir a Podemos, sin darse cuenta de que
así se combatía a sí mismo porque eliminaba el escenario de regeneración
que es el único en el que Ciudadanos puede tener sitio y sentido en
nuestro mapa político. Al final, la estrategia de combatirse mutuamente
(o de negarse uno a otro como operadores del cambio) ha hecho que
Ciudadanos y Podemos (que tras el 20D aparecían como las estrellas de un
nuevo tipo de equilibrio político) hayan resultado mutuamente dañados y
ninguno beneficiado del fracaso del otro.
El error de Podemos (y el de Ciudadanos) traía consigo, además, otras
dos consecuencias. Una, que consolidaba unido en torno al PP el bloque
electoral de la derecha, lo que claramente perjudica a todos los
partidos del centro a la extrema izquierda (y, por supuesto a
Ciudadanos). Y, por otro, que obligaba a Podemos a entrar constantemente
en planteamiento cortoplacistas en donde siempre llevará las de perder.
En segundo lugar, y desde un punto de vista táctico, es decir,
teniendo en cuenta las posiciones más a corto plazo, la actuación (creo
que se puede utilizar esta palabra) de Pablo Iglesias y otros dirigentes
de Podemos tras las elecciones del 20D me ha parecido un auténtico
desastre, no solo para los intereses de Podemos sino para el avance
futuro de una alternativa de transformación progresista en España:
– Insistieron en un empeño que era inútil (seguramente porque en
realidad no buscaban conseguirlo sino debilitar al PSOE), como era un
gobierno de cambio de izquierdas cuando su otro componente principal (el
PSOE) decía que no lo quería y había decidido ya tener otra pareja de
baile (el error táctico, lógicamente, no consistió en desearlo sino en
seguir insistiendo en ello como si fuera posible cuando no lo era por la
negativa del PSOE).
– Quisieron hacer creer que su deseo era gobernar con el PSOE pero lo
cierto es que no pararon de atacar, zaherir y provocar a sus dirigentes
y militantes, un comportamiento que es justamente el contrario que
alguien en su sano juicio tiene con otro con quien de veras quiere
asociarse.
– Establecieron líneas rojas y condiciones que al final resultaban
cambiantes pero que, en cualquier caso, eran contrarias al clima de
negociación que se esperaba naciera de un nuevo tipo de acción política.
– Modificaron sus ofertas programáticas, reformularon su ideología
(la supuesta deriva hacia la socialdemocracia resulta ya patética) y se
alejaron de promesas electorales, dando a entender que los principios
son para Podemos una simple moneda de cambio.
– En medio de un proceso en el que se esperaba sosiego, comprensión y
generosidad en los partidos, Pablo Iglesias mostró un lado duro y
dictatorial humillando públicamente, con un estilo que para sí quisiera
un viejo politburó soviético, a su secretario de organización, Sergio
Pascual. Un cainismo intrapartido que el electorado siempre ha rechazado
y castigado a la hora de votar.
– Y, en su línea habitual, los dirigentes de Podemos no pararon de
recurrir al efectismo, a las salidas de tono e incluso a la provocación
izquierdista. Algo muy del gusto de su base social más iconoclasta, pero
que al común de la gente termina por cansar y que desagrada cuando lo
que está en juego es el futuro de casi 47 millones de personas.
Iglesias, como otros dirigentes de Podemos, no parece que se haya dado
cuenta de que un discurso que se pretende transversal debe ser creíble
también para quienes se encuentran lejos de las posiciones de quien lo
defiende y que los gestos, la expresión no verbal y las formas son
esenciales en política porque ésta es, al fin y al cabo, un modo sutil
de diálogo. Y, por supuesto, determinantes esenciales de esa
credibilidad.
Y a eso cabe añadir que en todo este proceso Podemos renunció a
tensionar y movilizar a la ciudadanía y, lo más importante, a su
militancia, precisamente en momentos en los que se estaban produciendo
hechos gravísimos en materia de corrupción, de refugiados y de política
europea o económica. Como también renunció a propuestas y formas de
actuación que supuestamente estaban en el ADN de la formación morada,
como las primarias, la participación de las bases y la democracia
interna.
En tercer lugar, y como ya expresé en un artículo anterior (Podemos, entre ataques ajenos y errores propios)
el partido de Pablo Iglesias se equivocó no solo en la lectura de la
situación sino también en el modo de transmitir su posición, al hacer
una interpretación masculina, agresiva, competitiva y tacticista de la
política. Se equivocó, en mi opinión, dividiendo a España entre ellos
(los buenos) y los malos y cuando quiso imponer a los demás su dinámica
del cambio, sin darse cuenta de que la gente estaba harta de
imposiciones y que en ese momento deseaba transigencia y negociación. Se
equivocó en el modo de dialogar con la situación, con los demás
partidos, con la gente que la había votado y con la que no.
Curiosamente, le sobró radicalismo en la forma de hacer sus propuestas
cuando las que hacía estaban más descafeinadas y eran menos radicales
que nunca.
Y, por último, yo creo que Podemos se equivocó (como también
Izquierda Unida) presentando, incluso explícitamente, su coalición como
una matrimonio de conveniencia y despreciando lo que hasta entonces
había sido algo que la experiencia ha confirmado en los últimos años:
que la gente está harta de las sopas de siglas y que lo que moviliza y
tiene éxito electoral es la unidad ciudadana, no los aparatos decidiendo
sino la gente llamando a la gente para hacer una política diferente a
la actual.
El problema que tiene Podemos por delante y lo que va a condicionar
el futuro es que lo que ha pasado, los errores que ha cometido, no son
fruto de una casualidad ni de un accidente sino el efecto de la opción
estratégica y del modo de actuar que defienden parte de sus dirigentes
en contra de los otros en el seno de una organización que ya tiene
dentro lo peor de los partidos tradicionales y muy poco de lo que
prometió que tendría como nuevo tipo de fuerza política. La opción de ir
a nuevas elecciones, no se olvide, la adelantó Anticapitalistas en un
comunicado.
Ahora, las cosas van a empezar a transcurrir de otro modo. La nave va
a dejar de acelerar constantemente para tomar velocidad de crucero y
las bases y los dirigentes de una y otra corriente (y me atrevería a
decir que incluso sus votantes) no tendrán más remedio que pararse a
reflexionar, mirándose de frente y a los ojos. Entonces será cuando
quizá se den cuenta de que no comparten el modo de hacer real el sueño y
que tienen que decidir si quieren o pueden seguir viajando juntos.
Me atrevo a pensar que el Podemos triunfador y de vértigo que hasta
ahora hemos conocido, la burbuja, ha terminado aquí su andadura porque
nada puede ser algo siendo una cosa y su contraria. Sobre su futuro, sin
embargo, no creo que pueda saberse mucho, de momento.
* Juan Torres es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla
* Crónica agradece al autor poder compartir sus opniones con nuestros lectores
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