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La lucha por el matrimonio, estrategias por Beatriz Gimeno

Vengo a explicar lo que ha ocurrido en España con el matrimonio entre personas del mismo sexo, que el resto del mundo ha visto como asombroso y que  no lo es tanto si se contextualiza y se tiene una visión global del asunto que es lo que voy a tratar de explicar. En muchas ocasiones la gente no especista no tiene la oportunidad de tener una visión al detalle o siquiera global de cómo se ha desarrollado este proceso de manera que finalmente hayamos podido vivir el cambio legal que hemos vivido.

Lo primero que habría que decir es que en los últimos años, más de veinte, la Unión Europea ha venido aprobando resoluciones, informes, dictámenes, e incluso ha habido seentencias judiciales que venían manteniendo una política claramente a favor de la “eliminación de cualquier forma de discriminación por razón de orientación sexual incluso específicamente, la imposibiliad de contraer matrimonio como dicta la resolución 28/1994 en la que se recomendaba que se pusiera fin “a la prohibición de contraer matrimonio o de acceder a regímenes jurídicos equivalentes a las parejas de lesbianas y gays, garantizando a dichas uniones los plenos derechos y beneficios del matrimonio”.   

Antes de eso en 1984 el Parlamento Europeo aprobaba la primera resolución a favor de la adopción de medidas tendentes a promover la igualdad de lesbianas y gays. Y después se vinieron sucediendo. En 1994 el Parlamento Europeo aprobó el informe sobre Igualdad de derechos para homosexuales y lesbianas en la Unión Europea. El tratado de Ámsterdam, por el que se revisan los Tratados fundacionales de la UE, ha reconocido las peticiones del Parlamento Europeo y en su artículo 13 establece que: “el Consejo, unánimemente, a propuesta de la Comisión, y tras consultar al Parlamento Europeo, podrá adoptar las medidas adecuadas para luchar contra la discriminación por razón de sexo, origen étnico o racial, religión o creencia, discapacidad, edad u orientación sexual”. El artículo 13 está encuadrado en la parte del Tratado CE denominada “Principios”, lo que implica su importancia básica para todo el ámbito de la legislación comunitaria. En el proyecto de Constitución Europea aparecía también expresamente la prohibición de cualquier tipo de discriminación por causa de orientación sexual.
 El 26 de septiembre del 2000 también la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa ha recomendado a los gobiernos de los países miembros que adopten medidas para poner fin a la discriminación de los homosexuales. La recomendación se ha recogido tras el estudio de un informe titulado “Situación de las lesbianas y gay en los Estados del Consejo de Europa”.  En dicho informe se constata que no se ha podido determinar ninguna diferencia entre el desarrollo de niños educados en familias hetero u homosexuales.
Aunque a nivel de debate de calle no se conozcan esas resoluciones, para quienes trabajamos en etso, y para los políticos por supuesto, sí tienen importancia, son fuente de legitimación de la reivindicación. Visto esto en realidad lo excepcional es que durante la era Aznar no se aprobara nada en ese sentido. Estabamos los últimos en Europa, hasta Portugal tenía ley de parejas, sólo España y Grecia no tenían nada. Eso era excepcional y de alguna manera también era difícil de mantener. 

 Eso por una parte, por otra que aquí teníamos un recorrido largo de trabajo reivinidactivo. El movimiento LGTB defendió como ha ocurrido en todas partes y durante muchos años una ley de parejas como primer paso. Como primer paso al matrimonio. Hay que decir que la alternativa matrimonio /ley de parejas es un poco ficticia pues para nosotros, en todo el mundo,  el matrimonio siempre ha sido el paso final . Lo que ocurre es que en la mayoría de los sitios se ha optado, estrategicamente, por pedir una ley de parejas como paso previo. 
Lo que aquí ocurrió es que llegó un momento en que ese paso previo no era necesario porque digamos que ya estaba amortizado. El paso previo se da para acostumbrar a la sociedad, para instalar el debate, para que los políticos lo vayan asumiento como una reivinidación de igualdad. Como digo aquí estaba en gran parte amortizado. Nuestra estructura territorial favoreció a ello. Había un terrible lío legislativo creado con las diferentes leyes de parejas en las distintas comunidades, reglamentos municipales, ordenanzas etc. Todo esto  exigía por una parte una regulación general que diera coherencia. Algunas de estas leyes ya eran en su momento de las más avanzadas de Europa, con lo que se había venido haciendo un camino. Sobre todo un camino de pedagogía social.  

Comenzamos a trabajar por una ley de parejas con Felipe González. Mantuvimos un trabajo constante durante todos sus gobiernos y el resultado fue muy decepcionante. Era otra generación y eran muy homófobos. No querían ni oír hablar de ello.  Sus sucesivos ministros nos fueron toreando especialmente mala impresión tenemos de Cristina Alberdi y de Belloch. Al final justo al final cuando después de muchos años por fin parecía que podía salir disolvió las cortes antes de discutir el proyecto que que iba a presentar Cristina Alberdi. Así que ese recorrido político ya lo habíamos hecho. 

Y también habíamos hecho el recorrido social y mediático. Cada vez que se aprobaba o se luchaba por una ley de parejas, o se incluía en un programa político, se producía un debate, tenía un efecto de visibilidad de esta reivinidación, con lo que llegó un momento en que el debate que llevaba tanto tiempo en la calle, ayudado por la cantidad de leyes autonómicas y de todo tipo, estaba amortizado. Aunque no teníamos la ley era casi como si la tuviéramos. Y de hecho se daba una situación curiosa en la que de tanto hablar de ello y de tanto ver parejas que se inscribian en los registros y que salían en los periódicos como si se casaran; y de tanta gente que decía me voy a casar etc mucha gente creía que nos podíamos casar.  

En esa situación era absurdo no dar un paso más a la hora de trabajar en la era post Aznar en la que estábamos trabajando, ya que era evidnete que con Azanar nada de nada. . Hubiera sido casi retroceder. Hay veces que si no avanzas retrocedes. Lo peor que nos podía pasar era que nos quedáramos en la mitad. Con nuestra reivinidación del matrimonio se han demostrado dos cosas que son dos axiomas políticos que yo por lo menos he aprendido y que creo que puede ser util para otros países: que si pides 100 puedes conseguir 100 o 70 pero en todo caso obligas a todo el mundo a moverse hacia el 100. Si pides 50 puedes conseguir 50 o 30. cuando el debate giró sobre el matrimonio el PP y la iglesia ya estaban a favor de una ley de parejas muy amplia. Meses antes el PP estaba votando en contra. Lo hemos visto ahora en Italia. La misma iglesia que aquí decía que hay que regular estas situaciones allí se ha opuesto a la ley de mínimos de Prodi.  Después el PP hizo válido otro axioma y es el que dice que si se tensa mucho la cuerda se rompe. Desde su punto de vista más les hubiera valido (yo me alegro mucho) votar a favor, ahora tendríamos ley de parejas. 

 En la reivindicación del matrimonio hay un momento de debate interno en el propio movimiento sobre ley de parejas/matrimonio y cuando nos decantamos por el matrimonio lo que se produce, evidentemente,  es un cambio de discurso. Costó afrontar ese cambio porque estamos en un país con determinada tradición respecto al matrimonio. Ésta siempre es considerada una institución muy conservadora. Yo he constatado que esa percepción es netamente española o, al menos, de tradición católica creo que viene del franquismo. Aquí y en los países católicos en general donde el único matrimonio posible ha sido el católico evidentemente no se pude sino considerar una institución no ya conservadora sino incluso represiva. Y eso es así aunque exista matrimonio civil; de alguna manera en el imaginario la palabra matrimonio evoca eso. Pero esto no ocurre allí donde hace 200 años que el matrimionio es un contrato civil, donde el matrimonio canónico no produce efectos civiles y donde los que quieren casarse por la iglesia por tanto tienen que casarse dos veces. 

 Eso fue parte del cambio de discurso.  Explicar qué significa realmente el matrimonio. La ley de matrimonio civil fue la primera ley republicana, la primera ley emanada de la Revolución Francesa y que entre otras cosas vino a conceder la ciudadanía francesa a grupos que no la tenían antes, como los judíos; era una ley revolucionaria, que estaba lejos de ser conservadora. El matrimonio civil se ha utilizado históricamente para privar o conceder la plana ciudadanía a grupos sociales excluidos de ella.  Es un contrato ilustrado con vocación de ser igualitario, no lo era en principio para las mujeres, evidentemente. La ilustración aunque olvidó o excluyó a las mujeres proporciona, quizá a su pesar, el germen de la igualdad y de futuras reivindicaciones de igualdad.
 En el sur americano, los negros no podían acceder al matrimonio, en Europa los gitanos, en muchos países, tampoco. Se les dejaba que se unieran con sus ritos o con sus ceremonias, pero no que accedieran a la ley civil, porque eso hubiera sido lo mismo que concederles la ciudadanía. Aunque ahora la ciudadanía ya no tiene mucho que ver con el matrimonio, realmente era una reminiscencia que estaba ahí. Privados de ese derecho fundamental no podíamos considerarnos ciudadanos. 

 El matrimonio civil es una institución útil para regular la convivencia que suele ser en pareja, y que desaparecerá cuando deje de ser útil y cuando nuestras circunstancias culturales cambien. Es perfectamente posible que aun sufra cambios tan radicales como los que ya ha sufrido varias veces. Por ahora sigue siendo útil, de hecho la mayoría de la gente vive en pareja (sucesivas) y la mayoría se casa. El matrimonio actual no tiene nada que ver con el matrimonio de hace dos mil años, mil años o doscientos años. Es un contrato tan diferente que podría llamarse de otra manera, se sigue llamando matrimonio. ¿Qué tiene que ver una institución de entrega de las mujeres, donde las mujeres perdían todos sus derechos, una institución sagrada, reproductiva, indisoluble, con la misión de transmitir la herencia o la legitimidad de los hijos, con un contrato fácil de romper, igualitario, no reproductivo, que tiene que ver con un proyecto de vida en común de dos adultos, fundado ya no sólo en el amor, sino en el deseo también (lo que es una absoluta novedad).  Ha sufrido radicales transformaciones y ahora otra más, no sabemos en el futuro.  

El matrimonio civil es para las personas GLTB es lo mismo que el voto para las mujeres de hace 100 años. Por cierto que los mismos argumentos que se esgrimían desde la izquierda y la derecha en contra del voto de las mujeres son los que se esgrimen ahora cuando se nos quiere atacar por esta reivindicación. Desde la izquierda se nos dice ¿Para qué queréis el matrimonio si es una institución burguesa, obsoleta? Lo que hay que cambiar son las relaciones sexuales y sentimentales. Se decía lo mismo a las mujeres que luchaban por el voto, se les decía que el voto era burgués, que nada se podía cambiar con él, que lo que había que hacer era la revolución. Pero ese sólo puede ser el punto de vista del que ya tiene el voto.
 Así que nuestro discurso lo construimos desde ahí: Es un discurso de  sustitución de los viejos principios por principios éticos y políticos ilustrados: igualdad, ciudadanía y derechos humanos que han constituido el aliento moral de la idea moderna de democracia. 
Una ley de parejas es una ley apartheid que en realidad afirma la diferencia en lugar de la igualdad.
 Las leyes de parejas que nos ofrecían, la que se va a aprobar en Italia, la que existe en muchos países son leyes que ofrecen ciertos derechos a personas que convivan a cambio de que acepten –y de que la sociedad selle- su desigualdad. Evitan términos como familia, amor, compromiso etc. En realidad son sucedaneos que no tienen más sentido que ofrecer una serie de derechos. Los reconocen porque los estados democráticos fundados sobre el principio de Igualdad no puede regatear más esos derechos.  
Nuestro discurso público en ese sentido cambió radicalmente para adaptarse a la nuestra exigencia de matrimonio. Dejamos pues  de hablar de derechos para gays y lesbianas para hacer un discurso universalista. Aquí no estamos luchando por los derechos asociados al matrimonio, que como decía la derecha  podríamos haber conseguido por otro lado. Nuestro eslogan, por llamarlo de alguna manera, era: Luchamos por la Igualdad, por la dignidad, la legitimidad y contra la homofobia. Y una ley de parejas hubiera sido incongruente con cualquiera de esos valores.
 En ese sentido fue importante construir un discurso político que no tenía nada que ver con los derechos sexuales (damos por hecho que estos derechos están garantizados en la constitución), que no se trata del derecho a tener relaciones sexuales con quien se quiera, faltaría más; que no se basa tanto tampoco en la consecución de derechos familiares (porque cada vez hay menos derechos familiares para haber más derechos individuales), sino que lo entroncamos con la defensa del derecho de ciudadanía, y sobre todo con la Igualdad. Las ventajas de este discurso (desde un punto de vista estratégico) es que permite ampararse en los textos internacionales y en las constituciones que se entroncan precisamente en esos principios. El discurso de la Igualdad permite, como he dicho, hacer conexiones discursivas y lógicas con otros grupos a los que se les negaba el acceso a ciertas instituciones: las mujeres, las minorías raciales etc. Además, el concepto de igualdad lo entiende fácilmente todo el mundo. 

 Entroncando con el anterior: Un discurso de la dignidad también. La igualdad legal es la base sobre la que se asientan los estados democráticos. De ahí la indignidad de nuestra desigualdad.   
Quiero referirme aquí al discurso contrario, a su falta de coherencia, y eso es lo que hay que poner de manifiesto. Más allá de la justicio o injusticia del asunto, el discurso tradicional era coherente. Si la homosexualidad es una enfermedad, ¿cómo van a acceder a lo público en igualdad, cómo van a educar hijos…? Si es inmoral o es pecado, lo mismo, pero es que ya nadie dice eso (ningún político) esos discursos están totalmente deslegitimados y hay que poner de manifiesto que su única base es el prejuicio. Se nos puede atacar desde la lógica de le enfermedad, de la perversión, del pecado, desde ahí se nos puede discriminar. Pero si somos ciudadanos iguales, si podemos ser jueces, médicas, ministros o presidentes del gobierno, ¿por qué no tenemos los mismos derechos? Les hemos dejado sin lógica, porque incluso desde su lógica ¿es posible decir que se puede poner en manos de un gay los destinos de una nación (ellos dicen que sí porque ya no es posible el discurso de la discriminación) y no puede educar a un niño? 

En el fragor del combate se nos decía que que más nos daba, que era una cuestión simbólica. ¡Claro que era una cuestión simbólica! Yo no se en que momento se asimiló simbólico a poco importante. Pero lo simbólico es lo que configura nuestros esquemas mentales y también los símbolos son esenciales en política; la capacidad de los símbolos para dotar de legitimidad determinadas demandas es un arma de extraordinario valor.
 Es verdad que en parte el debate era sobre algo simbólico. No estábamos luchando por derechos. Es decir, sí. Pero esa batalla estaba “idealmente” ganada como he dicho. Todo el mundo está de acuerdo en que no puede haber un ciudadano privado de derechos. Efectivamente, se trataba de ganar la legitimidad. La legitimidad que sanciona las leyes para expresar el punto de vista de la sociedad. Al estado ya no le importa en ninguna circunstancia  a quien amamos. Así que lo que estaba en juego era, nada más y nada menos que la legitimidad. La legitimidad es tan importante como la igualdad. Se pueden tener los mismos derechos y ser desiguales, se puede ganar la batalla de los derechos y perder la batalla de la Igualdad.
 Se nos decía que era una cuestión simbólica como si por eso tuviera que no importarnos. Si queríand decir poco importante ¿por qué les importaba tanto a ellos? Yo se porque a nosotros nos importaba tanto ¿por qué a ellos?
 En primer lugar porque en todo el mundo hay una batalla entre dos modelos de sociedad. De alguna manera las luchas económicas y políticas del XX han dado paso a una batalla por un nuevo modelo de ciudadanía.  Se redefine el contrato social y ahora ser ciudadano significa tener acceso a un ámbito mucho más grande de autonomía personal. Se está definiendo, en todo el mundo, un nuevo modelo de ciudadanía que valora extraordinariamente la autonomía individual (naturalmente la autonomía de las mujeres); y un modelo que insiste en supedita esa autonomía a “valores superiores”: Dios, la sociedad, el orden…. Esa lucha se desarrolla en parte en torno al cuerpo y a la familia. Es la misma lucha que la que se mantiene por el aborto, la investigación con células madre, la eutanasia, el divorcio, nuevas prácticas sexuales 

 Lo que nos estábamos jugando, lo que ellos dejaron bien claro, es que no les importaba tanto los derechos que tuviéramos o no como la propiedad del término “familia”, “matrimonio”, qué significa, quien y como se va a usar, de quien es, en definitiva. 

 Ya se sabe que hay gays y lesbianas, que nos enamoramos, tenemos relaciones sexuales, establecemos relaciones de convivencia, tenemos niños…eso se sabe y, después de pelearlo, no hay problema. Ninguna organización ha acudido a un juez para que retire la custodia de una niño a una pareja homosexual o a un gay o a una lesbiana. La discriminación activa está deslegitimada por ahora. Les bastaba con su legitimidad, con su superioridad moral. El problema es cuando pretendemos llamarnos como ellos, acceder a su legitimidad. Al acceder en iguales condiciones a su legitimidad, si todos somos igual de respetables, entonces ellos ya no son más respetables que nosotros. Entonces la heterosexualidad no es mejor que la homosexualidad ni más deseable, para el estado es igual. Por eso parece que sólo hay un modelo y se ponen como hidras cada vez que se representa en un libro, en un manual, el otro día el libro sobre los pngüinos homosexuales. 

 Por eso, algo que no fuera matrimonio (aun con los mismos derechos) en ese momento hubiera sido incluso más pernicioso que nada porque hubiera venido a apuntalar el mito de que la heterosexualidad es superior, y todo lo que ideológicamente conlleva, el imperio de la biología esencial como ordenadora de la vida humana, una idea profundamente reaccionaria, el mito de la complementariedad de los sexos que por cierto de paso que dice que los sexos son complementarios, también dice que son asimétricos también en la distribución de poder y de bienes.
 En ese sentido ellos tenían razón. No estábamos hablando de derechos, ni de sexo, ni de hijos, ni de amor o convivencia, ni de contratos, estabamos hablando de legitimidad, de moral; era una cuestión profundamente ideológica.  
Después, y en relación con esto, hay una cuestión muy importante para la Iglesia,  que es  la visibilización de que el matrimonio es una ley civil. Hasta ahora, a pesar de que el matrimonio hace mucho que es una ley civil se mantiene la ficción en tanto que, por costumbre, la gente se sigue casando por la iglesia la primera vez que se casa. Con este matrimonio lo que queda meridianamente claro es que la iglesia tendrá sus ritos, pero que el estado tiene sus leyes y la iglesia no tiene nada que ver con éstas y que es el estado quien decide incluso en algo tan antiguo y tan ligado a la iglesia como el matrimonio. y que es el estado quien decide quien se casa, con quien, en qué condiciones etc.

 * Crónica agradece a la autora su decisión de enviarnos siempre sus artículos de opinión para compartir con nuestros lectores

* Forma parte de la Conferencia en  San Sebastían. Marzo 2007. Universidad del País Vasco. Master de Derechos Humanos.
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